La traviata en Piacenza

Escena de La traviata de Giuseppe Verdi en el Teatro Municipale di Piacenza © Gianni Cravedi.
Aunque originalmente no fueron concebidas por Verdi como un conjunto unitario, estas tres obras representan hoy la madurez del compositor y su vínculo más profundo con el teatro musical italiano. El proyecto de otoño, sostenido por un importante aporte del Ministerio de Cultura de Italia, ofreció una lectura contemporánea de tres títulos universalmente célebres, reafirmando el papel de Piacenza como centro de referencia verdiano, situado a escasos 30 kilómetros de Busseto, lugar de nacimiento del Maestro.
Para las tres producciones, la puesta en escena fue firmada por Roberto Catalano, quien propuso una lectura minimalista y conceptual que se concentra en la dimensión humana y simbólica de la maldición y tragedia familiar como hilo conductor entre las tres óperas, mostrando al ser “verdiano” en toda su contradictoria complejidad. Pues justifica en el programa de sala que Rigoletto pierde a su hija, Azucena matará a su hijo y Germont, para evitar a su hija un destino infeliz, pedirá un sacrificio a la protagonista del título que nos ocupa. Catalano asegura que se trata de una misma historia dividida en varias partes, pues padres y madres de la trilogía experimentan un dolor indescriptible. El mal que sus hijos sufrirán será el eco del grito de un padre herido que no es escuchado.
Esta crítica se refiere a la última función del ciclo: La traviata del 9 de noviembre. En esta producción, el regista siciliano acentuó el sufrimiento de Violetta, la obstinación de Alfredo y la redención de Germont. Para subrayar el poco tiempo de vida que le resta a la protagonista, Catalano personificó la muerte en un macabro mimo —interpretado por Marco Caudera— que gira obsesivamente a su alrededor, recordándole que su hora está próxima.
El espacio escénico, común a las tres óperas y diseñado por Mariana Moreira, consiste en una elegante pared de estilo neoclásico: un entorno neutro y mutable donde la esencia dramática de cada título se entrelaza sin perder su autonomía. Un escenario prácticamente vacío se llenó con pocos elementos —candelabros, un sillón, un diván, una mesa y una cama— todos simples pero significativos, suficientes para dar coherencia y atmósfera a la acción. El vestuario de Veronica Pattuelli aportó sobriedad y elegancia contemporánea. Violetta viste siempre elegantemente de blanco, en contraste con los trajes negros de los protagonistas masculinos y del coro, reforzando el simbolismo de pureza y muerte. La iluminación de Silvia Vacca completó una estética depurada y de fuerte coherencia visual, dirigiendo la atención hacia los lugares y momentos precisos del drama.
La dirección musical de Francesco Lanzillotta se distinguió por su rigurosa adhesión al estilo verdiano, combinada con aportaciones personales de gran acierto. El concertador romano ofreció una lectura que equilibra fidelidad y exploración interpretativa, subrayando los matices expresivos de la partitura. Logró mantener el impulso dramático con una admirable transparencia orquestal. Desde el mítico Preludio, se anticipaba una interpretación preparada y estudiada, cuidando siempre el volumen para no cubrir a los cantantes y aportando soluciones ingeniosas en tempi y dinámicas. La Orchestra Sinfonica di Milano, en su primera colaboración con el teatro de Piacenza, no siempre respondió con precisión a las exigencias del maestro, aunado a evidentes errores de afinación, aunque los momentos puramente orquestales y los concertantes fueron de gran brío y emoción. El Coro del Teatro Municipale di Piacenza, preparado por Corrado Casati, ofreció, como siempre, un rendimiento homogéneo, sólido y musicalmente refinado, además de una convincente actuación escénica.

Maria Novella Malfatti (Violetta) y Francesco Meli (Alfredo) © Gianni Cravedi
El elenco, común a las tres producciones, reunió intérpretes con experiencia en el repertorio verdiano. En el rol titular, Maria Novella Malfatti ofreció una Violetta de gran lirismo y pureza vocal, con fraseos intensos y un bello timbre, coloraturas limpias y agudos firmes. Cabe destacar que, en la misma semana, la soprano toscana interpretó también los roles de Gilda y Leonora. Su Violetta combinó elegancia actoral y musical, particularmente en un vibrante ‘Sempre libera’ y un conmovedor ‘Addio del passato’.
Francesco Meli asumió el papel de Alfredo Germont (como también lo hizo con el Duca di Mantova y Manrico en las otras funciones) mostrando una línea de canto refinada y llena de intención expresiva en su potente voz brillante. Visiblemente indispuesto por una fuerte tos, el tenor genovés afrontó con profesionalismo la función. Las dificultades se evidenciaron en ‘De’ miei bollenti spiriti’, pero, con admirable entereza, Meli no abandonó el escenario y logró completar la temida cabaletta ‘O mio rimorso!’, pese a un ataque de tos. Los duetos con Malfatti (‘Un dì, felice’ y ‘Parigi, o cara’) fueron intensos y apasionados, tanto en lo vocal como en lo actoral.
Como Giorgio Germont, el barítono Ernesto Petti (quien alternó los roles del Conte di Luna y Rigoletto con Luca Salsi) aportó densidad y autoridad al personaje. Aunque no especialmente emotivo en lo actoral, compensó con una voz hermosa, de timbre redondo, agudos firmes y un centro educado. Su dueto con Violetta fue especialmente aclamado, al punto que un par de ancianas pedían “¡bis!” tras su interpretación de ‘Di Provenza il mar, il suol’.
El elenco se completó con un grupo de jóvenes cantantes italianos, en su mayoría menores de 35 años, que aportaron frescura, entusiasmo y compromiso. Irene Savignano dio vida a una elegante Flora Bervoix, mientras que Francesca Palitti ofreció una Annina de grata presencia escénica. Simone Fenotti fue un correcto Gastone, y Davide Maria Sabatino encarnó con solidez al Barone Douphol. Nicola Zambon aportó distinción al Marchese d’Obigny, y Omar Cepparolli delineó con autoridad al Dottor Grenvil. Finalmente, Lorenzo Sivelli (Giuseppe) y Massimo Pagano (el criado de Flora y el comisario) completaron con eficacia un reparto joven y prometedor.
La “Trilogía Popular” de Piacenza se consolidó así como una de las iniciativas más relevantes e interesantes de la actual temporada lírica italiana. Grandes elogios traducidos en aplausos al final de la función sellarón el éxito del proyecto.