Lucia di Lammermoor en Viena

Adela Zaharia en Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti en la Ópera de Viena © Michael Pöhn
Noviembre 19, 2025. Entre las reposiciones de la presente temporada en la Wiener Staatsoper figuró la relativamente nueva producción de la más popular de las óperas de Gaetano Donizetti debida a Laurent Pelly. No es nada. La imaginación del notable director de escena francés parece encenderse más por lo cómico que por lo dramático. Si el mismo autor ha logrado dar nueva vida a La fille du régiment, aquí poco resuelve, con un decorado casi vacío, con alguna ruina, un terreno escarpado y nevado, vestidos que aluden vagamente a principios del XIX y una sociedad puritana siempre vestida de oscuro (salvo el traje de novia de Lucia), dejando más o menos librados a sí mismos a los intérpretes y marcando —tal vez deliberadamente— en ridículos pasos al coro en las escenas de alegría (que más bien parecen funerales y chocan con la música).
La parte musical, en cambio, estuvo más que muy bien servida, empezando por la dirección y concertación de Roberto Abbado, que desde el inicio del preludio definió la atmósfera de la obra: un romanticismo melancólico y casi siniestro, misterioso, que los instrumentos (solistas, naturalmente, pero también todo el cuerpo orquestal) transmitieron de un modo único (el ejemplo de la armónica de cristal a cargo de Christa Schönfeldinger en la escena de la locura, realmente alucinante, vale para el resto). Por lo demás, hubo tiempos adecuadísimos y cuidó el equilibrio con el escenario, algo que en este teatro reviste particular importancia.
Dos de los protagonistas fueron nada menos que excepcionales. En esta representación, la familia Ashton funcionó de modo sensacional, y sus dos miembros por sí mismos y en conjunto. Adela Zaharia es una cantante extraordinaria, con un timbre de color acerado y una voz de notable volumen, rara en una coloratura capaz de enfrentar con éxito la serie de dificultades técnicas que le plantea el autor, revistiéndolas además de naturalidad y sentido. (Para no hablar de la locura, pasmosa, basta con citar ‘Regnava nel silenzio’, desde el recitativo hasta el final de la cabaletta, ésta doble).

Mattia Olivieri (Enrico) y Bekhzod Davronov (Edgardo) © Michael Pöhn
El momento más teatral de la velada fue, sin embargo, el gran dúo con su hermano. El Enrico de Mattia Olivieri no le fue a la zaga, desde su primera aparición y aria hasta las pequeñas intervenciones en la escena de la locura, pasando por ese dúo, una escena de matrimonio donde se hizo oír durante todo el sexteto y el dúo de la torre en el que brilló de manera fulgurante. Lo mismo que en el caso de su colega, la claridad de la dicción y la fuerza de sus recitativos fueron literalmente abrumadoras.
El Edgardo de Bekhzod Davronov no llegó al mismo nivel, pero estuvo bien: una voz mediana, bien proyectada, claramente de tenor, aunque ligeramente oscura y sobre todo sin mucho brillo en el agudo, más algún altibajo en el acto central y en el momento final de la ópera, que hizo que lo mejor fueran su primer acto y el aria que abre el tercero.
Muy buen material —aunque su técnica y estilo no son afines a este repertorio— exhibió Adam Palka como el capellán Raimondo (él también tuvo opción a su escena con Lucia en el segundo acto, que se solía cortar). El resto de cantantes estuvieron bien, destacando el Arturo de Hiroshi Amako y la encomiable actuación de Isabel Signoret como Alisa. Algo más opaco resultó el Normanno de Carlos Osuna.