La traviata en Buenos Aires

Escena de La traviata de Giuseppe Verdi en el Teatro Colón de Buenos Aires con Klodjan Kaçani (Alfredo) y Zuzana Marková (Violetta) © Juanjo Bruzza
Noviembre 26, 2025. Con dos elencos principales diferentes, dirección musical incluida, el Teatro Colón cerró su temporada lírica 2025 con La traviata de Verdi, de adecuado nivel general.
En la representación comentada, la dirección musical estuvo a cargo de la italiana Beatrice Venezi. No es un secreto que existen fuertes cuestionamientos a su nombramiento como directora musical en el Teatro La Fenice de Venecia, donde comenzará su gestión en octubre de 2026. Las causas son variadas, y van desde lo artístico, de trayectoria o de capacidades, hasta discusiones y solicitudes de cancelaciones por sus ideas y posicionamientos políticos, pero también desde cuestiones de género, edad, familia y hasta de amistades. Desde la lejana Buenos Aires parecen desproporcionados los cuestionamientos que parecen responder a otras cuestiones extra-musicales o artísticas.
La maestra, nacida en Lucca, no es una desconocida en Argentina: dirigió en abril de 2019 en Córdoba, y en el Teatro Coliseo de Buenos Aires en noviembre de 2021 y en junio de 2024. Ya en el Teatro Colón concertó cinco funciones de Turandot en mayo de 2024 y las seis funciones de Un ballo in maschera que cerraron la temporada 2024, ya nombrada como directora principal invitada de la orquesta estable. En este año dirigió cuatro funciones de Il trittico de Puccini, la Gala del centenario del Ballet Estable del Colón en agosto, y está programada para la Gala del centenario del Coro y Orquesta Estables del Colón en diciembre de este año, además de cinco de las diez funciones programadas de esta Traviata.
Venezi concertó con tiempos ágiles, pero no artificialmente acelerados. Se plegó perfectamente a las necesidades de cada uno de los intérpretes principales en cuando a fraseo y dinámicas. Los preludios sonaron refinados y, cuando las circunstancias lo ameritaban, como en el coro del fin de la fiesta en casa de Violetta del primer acto, la fuerza, la potencia y el volumen que corresponden estuvieron presentes. Con todo, una muy buena versión musical, sólida, potente, homogénea y sin fallas, con muy buena respuesta de los profesores de la orquesta. Afortunadamente, no cortó las frases del final de Alfredo, Germont padre, el doctor y Annina, como desgraciadamente se está haciendo cada vez más habitual en los teatros del mundo y que cambia radicalmente el final escrito por Verdi.
La protagonista, la soprano checa Zuzana Marková, fue una convincente y compenetrada Violetta. Su actuación es creíble de principio a fin y, si sus capacidades vocales son más adecuadas a las agilidades del primer acto que a la dramaticidad de los otros, es una gran artista que sabe dosificar sus recursos vocales y actorales para conmover. Su volumen es adecuado y su fraseo intenso y emocionante. Su frase ‘Dite alla giovine…’, tomando el tiempo lento que le imprimió la dirección musical, resultó uno de los mejores momentos de la noche, junto a su conmovedor ‘Addio del passato’. Actriz superior al promedio de los cantantes líricos, su escena de la muerte tuvo una intensidad perturbadora.
El tenor albano Klodjan Kaçani fue un Alfredo correcto, sin más. De volumen pequeño y de color vocal que no destaca, cumplió con la parte sin brillar y nada que destacar desde lo vocal. Muy correcto actor, se conjugó muy bien con la protagonista. El barítono argentino Omar Carrión como Giorgio Germont aportó veteranía y profundo conocimiento de la parte, en un rol que cantó innumerables veces y siempre con excelencia y éxito.
Del cuadro de comprimarios destacaron Leonardo Estévez (Barón Douphol), Sebastián Sorarrain (Marqués de Obigny); y Juan Barrile (Dr. Grenvil). Tampoco en este elenco se acertó con Flora (Daniela Ratti), aunque fueron adecuados tanto Tahyana Perret (Annina) como Ramiro Pérez (Gastone), y correcto el resto del elenco (Cristian Taleb, Esteban Hildenbrand y Gabriel Vacas).
El Coro Estable, que dirige, Rubén Martínez, aportó calidad en los breves, pero importantes momentos en los que interviene. El espacio diseñado por Daniel Bianco se caracteriza por paredes en el fondo y laterales del escenario y por dejar el tinglado casi vacío. Las paredes son blancas con molduras sin ningún detalle de color. En el primer acto se completó la escena con una decena de sillas estilo Dior, cuatro arañas que pendían del techo, tres grandes puertas detrás y ventanas en cada uno de los costados. En la casa de campo, un vitral gigante dio marco a la campiña en el fondo, a lo que se adicionan sillones, algunas lámparas y un escritorio y silla. En la casa de Flora apareció el rojo que enmarcó la falsa fiesta española y seis lámparas de pie con esculturas. En el último acto el gran espejo y la cama fueron los protagonistas en un espacio idéntico al del primer acto, con las cuatro arañas que estaban, como símbolo de decadencia, el ras del piso.
La dirección escénica del español Emilio Sagi ofreció una puesta de estilo clásico con aire contemporáneo. Ambientaba vagamente alrededor de 1960, su lectura es prolija y creíble sin aportar nada nuevo, pero sin traicionar la obra. En los tiempos que corren, toda una hazaña lograr algo razonable, pero sin incomodar. Es verdad que no existen dos funciones iguales y si en el estreno, con otra soprano, la puesta parecía fría, en esta representación con Zuzana Marková y su capacidad actoral se comprendieron plenamente las ideas de Sagi y se eliminó todo vestigio de frialdad en la puesta y la actuación.
La iluminación de Eduardo Bravo fue coherente con el planteo estético general y aportó climas razonables. El vestuario de Renata Schussheim, con inspiración en la moda de los años 50 y 60 del siglo pasado, utilizó mayoritariamente el blanco y negro en el primer acto y una paleta de rojos y naranjas en la fiesta en casa de Flora. Sobriedad y elegancia caracterizaron la propuesta para los protagonistas principales.