Robinson Crusoé en París

Escena de Robinson Crusoé de Jacques Offenbach en la «isla» de rascacielos y asfalto de la producción de Laurent Pelly en el Théâtre des Champs-Élysées de París © Vincent Pontet
Diciembre 8, de 2025. La opéra comique Robinson Crusoé de Jacques Offenbach llegó al Théâtre des Champs-Élysées como un título prácticamente desconocido para el público francés. Desde su estreno en 1867 se ha presentado muy pocas veces.
Esta nueva producción de Marc Minkowski y Laurent Pelly despertó curiosidad y expectativas: Offenbach, decidido en su momento a demostrar que no era solo autor de opéras-bouffes, escribió una partitura sorprendentemente variada. La “sinfonía del mar” que abre el segundo acto evoca paisajes exóticos, navíos perdidos y la fuerza del océano que Robinson había cruzado camino a su “isla”.
El libreto de Eugène Cormon y Hector Crémieux toma grandes libertades respecto de la novela de Daniel Defoe, introduce nuevos personajes y construye una dramaturgia mucho más aprovechable. El resultado es una obra con abundante diálogo y múltiples conjuntos vocales. A pesar del ingenio característico de Pelly, algunos pasajes se sintieron un poco extensos.
El telón se abre en la casita familiar de Robinson, donde todos ríen, conversan y toman el té. Ese mundo amable contrasta pronto con el “allá lejos”: seis años después, Robinson aparece viviendo en una carpa bajo un rascacielos, desaliñado y derrotado. En esa peculiar “isla” conoce a Vendredi, habitante de la tienda contigua. Su familia, decidida a encontrarlo, cae prisionera de unos caníbales convertidos aquí en un ejército de Trumps, de los cuales la pareja protagonista logra escapar gracias al valor de Viernes y la astucia de Robinson.
Sahy Ratia encarnó un Robinson ejemplar: voz luminosa, dulce, agudos impecables y dicción cristalina. En el primer acto contagió una energía juvenil e irresistible, y su línea vocal permaneció intachable a lo largo de los tres actos, aun cuando el personaje atravesó episodios de tristeza y desesperación. Julie Fuchs dio vida a una Edwige divertidísima y magnética. Drogada por los caníbales para ser sacrificada y convertida en deidad, esta desatada joven burguesa permitió a Fuchs mostrar vocalizaciones claras y sólidas sin perder nunca el sentido del humor.
Adèle Charvet interpretó a Vendredi con una voz cálida en los agudos, aunque su registro medio tuvo dificultades para imponerse sobre la orquesta. Emma Fekete ofreció una Suzanne pícara y perfectamente complementaria con su señora Edwige; ambas, cada una a su manera, manejaron a los hombres a su antojo. Su línea vocal se mantuvo firme, pero la ligereza de su coloratura quedó a veces cubierta por los conjuntos. Marc Mauillon presentó un Toby de gran fuerza vocal y determinación escénica, con una dicción impecable.
La familia Robinson, lady Deborah (Julie Pasturaud) y sir William (Laurent Naouri), brindó calidez y ternura, con voces reconfortantes. Hubiéramos querido escucharlos más, especialmente a Pasturaud, que quedó un tanto desdibujada en los conjuntos. Rodolphe Briand, como Jim Cocks, narró con excelente precisión la receta de un pot-au-feu caníbal, imponiéndose con una voz bien proyectada y una presencia escénica sobresaliente.
El coro Accentus, alternando entre soldados del ejército estadounidense y un batallón de Trumps, actuó con entrega total y gran cohesión. La orquesta de los Musiciens du Louvre, dirigida por un Minkowski en pleno dominio del estilo offenbachiano, mantuvo una energía constante desde el inicio hasta el final, atravesando con soltura las múltiples variaciones, matices y emociones de esta partitura poco conocida.