?? Agrippina en Londres
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Septiembre 26, 2019. Hay noches de ópera imperfectas que son sin embargo inolvidables, y esta fue una de esas ocasiones. Barrie Kosky, director artístico de la Komische Oper en Berlín, propuso una escenografía dura, impersonal; pero dentro de esos decorados metálicos ubica a personajes de carne y hueso, y para darles aún más relieve los convierte en caricaturas, pero no todo el tiempo. Kosky es un director que siempre provoca, pero tiene un propósito: el de atraer la atención al personaje y a la víctima. Por ejemplo, cuando Agrippina llama a su hijo Nerone y lo prepara para ser emperador, este aparece como un niño desarrapado, malcriado y vacío. Pero poco a poco Agrippina lo transforma en su opuesto, una persona que es atraída por el poder.
Lo mismo sucede con Agrippina y Pallante y Narciso, que son dos hombres que la desean pero que no se atreven a mostrarlo. En cuanto Agrippina los seduce, se convierten en niños con un juguete nuevo y harán cualquier cosa por llevársela a la cama, cosa que ella sabe bien que nunca sucederá. Hasta el emperador Claudio, su esposo, sucumbe a esta manipuladora de primera clase. Pero Agrippina tiene una rival más joven y también muy seductora, Poppea, y aquí se producen los enredos que Kosky utiliza en forma architeatral, como es su costumbre: de manera muy exagerada y caricaturesca. Hay un momento en el segundo acto donde Agrippina se convierte en una especie de Madonna, cantando su aria con micrófono y terminando con dos palabras, como lo haría Madonna: “Grazie Londra”.
Para lograr cohesión dramática en una producción de este tipo se necesitaba un elenco especial y lo hubo. Joyce DiDonato no necesita presentación: su caracterización lo tuvo todo, desde una voz impecable, multiexpresiva, bella, hasta la sinuosidad asociada con las grandes seductoras que nunca se dan por vencidas. Su rival Poppea fue confiada a Lucy Crowe, con aún más sinuosidad y sensualidad originadas por su amor hacia Ottone. Crowe cantaba con coloratura perfecta, sin baches, muy buen fraseo y con una figura felina.
Tres contratenores se lucieron y todos con voces diferentes. Iestyn Davies cantó Ottone, un personaje sufrido, leal, introvertido, con una línea de canto extraordinaria. Franco Fagioli fue Nerone, un hooligan, un trozo de madera a la deriva en el océano. Fagioli cantó con voz expresiva, variedad de matices, logrando un verdadero capolavoro. Por su parte Eric Jurenas completó el trío con una caracterización excelente: su Narciso fue el colmo de la infatuación con movimientos comiquísimos y una voz también de primera clase. Gianluca Burato fue Claudius, un hombre que no sabía qué hacer con su poder y fue víctima de las dos mujeres, Poppea y Agrippina. José Coca Loza fue Lesbo en medio de estas intrigas, que unió los diversos hilos de la trama con humor y bella voz.
Y, como si esto no fuera suficiente, se tuvo en el podio a la nueva estrella del repertorio barroco, Maxim Emelyanychev, una maravilla de energía y fraseo, de interés en una partitura que necesita un director que tenga una meta, y Emelyanychev la tuvo, desde el comienzo al final. La Orchestra of the Age of Enlightenment brilló en cada oportunidad y el ensamble sonó con tal convicción que seguramente Händel hubiera estado muy contento.
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