Aida en Nueva York
Diciembre 27, 2022. Apuntalada por la magnífica producción de Sonja Frisell, volvió con éxito a la escena del Metropolitan Opera la taquillera ópera Aida de Giuseppe Verdi. El apartado vocal tuvo altibajos, pero reservó sorpresas.
Lo mejor debió buscarse en las voces masculinas y especialmente de la prestación del tenor americano Brian Jadge quien, superando cualquier expectativa, se reveló como un Radamès de impresionantes medios. Si bien su aria de entrada ‘Celeste Aida’ impactó por la potencia de su canto, su tono heroico y sus insolentes agudos, este solo sería el preámbulo de una prestación que iría siempre de más en mejor, ofreciendo una composición muy completa y lograda del personaje del general egipcio. No se quedó atrás el barítono hawaiano Quinn Kelsey, quien con una voz de rico color, amplia tesitura e importante sonoridad delineó un rey etíope Amonasro de alto impacto. Muy bien plantados, los bajos Christian Van Horn y Alexandros Stavrakakis sirvieron de manera impecable a los requerimientos vocales de las partes del sumo sacerdote Ramfis y del rey de Egipto.
En lo que respecta a las voces femeninas, solo múltiples cancelaciones y sustituciones pudieron explicar el hecho de que la soprano americana Michelle Bradley terminase asumiendo la parte de Aida, personaje demasiado grande para sus actuales posibilidades vocales. Una voz demasiado lírica, un vibrato pronunciado que desmereció su línea de canto, agudos demasiado justos cuando no forzados, y una tendencia a colorear sus graves buscando obtener un efecto más dramático sobre su canto, caracterizaron una prestación de escasos méritos. No obstante, debe reconocérsele cierto lucimiento en el aria ‘O patria mia’, único momento en el que se escuchó cómoda, con una emisión controlada y un canto intencionado y natural.
Si la Amneris de la mezzosoprano rusa Olesya Petrova salió airosa a su cometido, fue en buena parte gracias a su vibrante temperamento y a su plausible presencia escénica, cualidades que disimularon unos medios vocales un tanto discretos. El timbre es atractivo, sobre todo en el centro y en los graves, pero en la zona aguda la voz tendió a perder color y volumen. Con mucha inteligencia e histrionismo sacó el mejor partido posible de la escena del juicio y se hizo acreedora merecidamente a su parte en las ovaciones finales.
El coro de la casa aprovechó cada una de las ocasiones que le dispensó la partitura para lucir todo su esplendor y preparación. En lo que respecta a la vertiente musical, con mucho oficio el director italiano Paolo Carignani dio un auténtico festín sonoro al frente de la orquesta de la casa, ofreciendo una lectura plena de matices, detallista y precisa, sin nunca olvidar a los cantantes ni al estilo verdiano. En su última temporada en activo después de prestar servicio por 34 años a la compania, la fastuosa producción de decorados monumentales (Gianni Quaranta) y vestuario de minucioso rigor histórico (Dada Saligeri) de la directora de escena británica Sonja Frisell resultó tan deslumbrante como el primer día y, a pesar de sus lentos cambios de escena —que elevaron a casi cuatro horas la duración total de la ópera—, brindó un marco excepcional para el desarrollo de la acción.