Alfredo il grande en Bérgamo

Escena final del debut contemporáneo de Alfredo il Grande en el Festival Donizetti de Bérgamo, a 200 años de su estreno en Nápoles

Noviembre 19, 2023. En 1823 —como se diría coloquialmente— fue el “debut y despedida” de los escenarios de Alfredo il grande, el entonces nuevo título de un jovencísimo Gaetano Donizetti de tan solo 26 años, quien debutaba en el Teatro San Carlo de Nápoles. Justamente hace 200 años el drama belcantista con libreto del abad Andrea Leone Tottola fue presenciado por última vez en la tierra antes de permanecer olvidado hasta el pasado 19 de noviembre de 2023. El redescubrimiento fue posible gracias a la loable labor de la Fondazione Donizetti que anualmente desentierra alguno de los títulos olvidados del compositor bergamasco para el proyecto #Donizetti200.

Este dramma per musica se estrenó el 2 de julio de 1823 con el célebre baritenor Andrea Nozzari en el rol homónimo. Nozzari era famoso por ser el primo uomo de la compañía napolitana y por haber estrenado con maestría un vasto número de producciones rossinianas creadas específicamente para él. A pesar del prestigio de la compañía, el elenco y el teatro, la ópera no tuvo éxito debido al flojo y raquítico libreto; tristemente, el título no tuvo ¡ni una sola réplica!

Impotente y triste, Donizetti escribió en una carta a su mentor Giovanni Simone Mayr: “Lo digo sinceramente (pasará lo que tenga que pasar), pero no puedo hacer más”. Para reivindicar a Donizetti, este 2023 tocó el turno de inaugurar la edición anual del Donizetti Opera Festival de Bérgamo justamente a Alfredo il grande, para conmemorar el segundo centenario de su creación y demostrar el vilipendiado y entonces incomprendido talento del joven Gaetano.

Cabe mencionar el inconmensurable trabajo de la creación de una edición crítica para un título fuera de repertorio, la cual fue fielmente curada por Edoardo Cavalli para la Fondazione Teatro Donizetti. Cavalli encontró en el Conservatorio San Pietro a Majella de Nápoles fragmentos de una copia modificada del manuscrito original, en la Biblothèque Nationale de France unas hojas y pedazos sueltos de una edición piano-voz, y en la Biblioteca de la Ciudad Alta de Bérgamo algunos apuntes y garabatos del proprio Mayr. Con estos tres conjuntos parciales de música tuvo que armar un rompecabezas musical que después de meses y meses de trabajo dio como resultado una extraordinaria y fidedigna versión final.

La ignota partitura tiene una influencia tremendamente rossiniana en las arias y recitativos, pero integra ya los grandes conjuntos y finales que caracterizan al Donizetti serio. A pesar de contar con un libreto que tiene grandes lagunas donde no sucede nada, Donizetti fue capaz de musicalizar esa “nada” para convertirla en fragmentos sumamente rescatables con esa intimidad musical que lo caracteriza, arias al estilo de ‘Una furtiva lagrima’ o ‘Povero Ernesto’. A diferencia de Rossini, el reciclaje de música que usó el imberbe Gaetano en este título es mínimo; solamente hay una reminiscencia del aria ‘Chacun le sait, chacun le dit’ de La fille du régiment para la entrada de unos soldados: el resto es música original.

La trama cuenta la historia de Alfredo, rey de Wessex desde el año 871 hasta su muerte en 899. Célebre por defender su reino contra los vikingos, fue nombrado por el agradecido pueblo anglosajón como “el grande”. La escena sucede en la isla de Athelney, en la Inglaterra del siglo IX, durante la invasión danesa encabezada por Atkins, general del ejército vikingo. Atkins persigue al fugitivo rey Alfredo y a su esposa, la reina Amalia, quien se encuentra escondida en la guarida secreta de un pastor en espera de su marido para organizar la defensa contra los invasores. Tras una épica batalla, los ingleses atacan al escuadrón danés, lo dispersan y toman prisionero a Atkins. La obra termina con el júbilo general donde Alfredo y Amalia se reencuentran, los invasores daneses son vencidos y el pueblo aclama a su rey libertador.

El estreno mundial en época contemporánea de Alfredo el grande le fue encomendado a Stefano Simone Pintor. El joven regista elaboró una interesante propuesta que mezcla tiempos y elementos de la Edad Media con la actualidad para hacernos conscientes de que los problemas de hace 1,500 años siguen siendo los mismos que hoy en día. Entrelazó famosas y crueles imágenes medievales con videos de la intrusión del vikingo en la Casa Blanca en 2021, protestas violentas de personas de color en los Estados Unidos y morbosas imágenes de la guerra en Medio Oriente, con videomapping hecho por Virginio Levrio. 

Prácticamente toda la escenografía —diseñada por Gregorio Zurla— se reducía a las muy bien logradas proyecciones y el vestuario de Giada Masi, quien optó por ir lentamente adaptando la ropa de los personajes de medievales túnicas y pieles de animales a esmoquin con zapatos de charol muy elegantes para la época actual. La oscura iluminación concebida por Fiammetta Baldiserri y una extraña decisión de poner al coro —todos vestidos de frac— a leer la partitura estáticamente, hicieron pesado el segundo acto. La muy vistosa y regia escena de la coronación fue tremendamente bien lograda por su magnificencia. Fue el mejor momento visual de la función.

Por su parte, la batuta de Corrado Rovaris fue extraordinaria. El concertador bergamasco ofreció una electrizante versión de la ignota partitura belcantista; mezcló al punto justo la evidente tradición rossiniana con el naciente estilo donizettiano. De resaltar los más que correctos matices y tempi de la obertura, del concertante del primer acto y la escena de la coronación, donde la Orchestra Donizetti Opera respondió a los exquisitos requerimientos del también director musical de la Ópera de Filadelfia.

Antonino Siragusa (Alfredo), Gilda Fiume (Amalia) y Lodovico Filippo Ravizza (Edoardo)

La pareja protagónica fue igualmente apoteósica; Antonino Siragusa como un regio y decidido rey Alfredo afrontó los requerimientos vocales con maestría. Los agudos del tenor siciliano fueron cálidos y potentes, con una gran línea vocal y fiato envidiable fue ovacionado enérgicamente al final de la función. Mención aparte requiere el adagio del segundo acto antes de la batalla donde Alfredo aprecia la luna —con la cúpula del teatro iluminada simulando el astro—, se reveló un momento íntimo y lleno de sentimiento que lo consagran como un excelente intérprete del repertorio belcantista.

Una feroz y decidida reina Amalia fue encarnada por Gilda Fiume. Los sobreagudos de la soprano napolitana fueron, al igual que su coloratura, inmensamente precisos. Con su carnoso y aterciopelado color de voz se ganó un vigoroso aplauso del público sobre todo tras el aria conclusiva de la ópera, de larga duración y llena de virtuosismo que sorteó sin el menor inconveniente. El malvado y ambicioso Atkins fue interpretado por Adolfo Corrado de manera soberbia. El registro grave del bajo italiano es cavernoso e imponente, idóneo para un antagónico que aunado a su buena interpretación escénica lo hicieron un gran elemento, al igual que el bondadoso pastor Guglielmo de Antonio Gares. El tenor español, a pesar de tener un rol con pocas participaciones, todas ellas fueron sustanciosas gracias a sus elegantes y cristalinos agudos que llenaban el teatro de color.

Mientras un fiel Edoardo, general del ejército inglés y mano derecha de Alfredo, fue ágilmente interpretado por el barítono Lodovico Filippo Ravizza con un decoroso registro medio y grave; no corrió la misma suerte la Enrichetta, campesina inglesa interpretada por la mezzosoprano Valeria Girardello, quien denotó un precario y engolado registro agudo, que curiosamente durante su aria —toda en el registro central— tuvo una buena ejecución. El inerte Coro de la Radio Húngara —como ya mencioné— leyó toda la partitura sin efectuar el más mínimo movimiento, pero con una efectiva ejecución musical de las instrucciones del maestro del coro, Zoltán Pad.

Esperemos no pase otro centenar de años antes que el telón de algún teatro del mundo se levante con una producción de Alfredo il grande. Un título que vale mucho la pena, sobre todo por la bella música, que anticipa las grandes óperas que vendrían posteriormente en la entonces promisoria carrera musical de Donizetti.

Compartir: