Andrea Chénier en Salzburgo

Luca Salsi, Elena Stikhina y Piotr Beczala cantaron Andrea Chénier de Umberto Giordano en el Festival de Salzburgo © Marco Borrelli

 

Agosto 25, 2025. Desde su fundación en 1920, el Festival de Salzburgo ha sido considerado uno de los festivales de música clásica más importantes del mundo, uniendo ópera, concierto y teatro al más alto nivel artístico. Siguiendo esta tradición, el festival no solo se dedica a los grandes clásicos del repertorio, sino que también presenta con frecuencia obras poco interpretadas. 

Andrea Chénier de Umberto Giordano, estrenada en Milán en 1896, es una obra clave del verismo italiano, que fusiona la agitación dramática de la Revolución Francesa con música apasionada. El personaje del poeta Chénier está basado en un personaje histórico que fue ejecutado por sus versos críticos. En el festival de este año, la ópera se presentó en un concierto único en el Großes Festspielhaus, con un claro enfoque en las voces y la orquesta. En el centro de esta actuación estuvieron tres solistas de renombre internacional: el tenor polaco Piotr Beczała, la soprano rusa Elena Stikhina y el barítono italiano Luca Salsi.

Bajo la dirección del italiano Marco Armiliato, la Orquesta del Mozarteum desplegó una amplia paleta de colores, iluminando la partitura de Giordano en toda su riqueza: texturas líricas y suaves de cuerdas se alternaban con metales triunfantes y acentos rítmicos nítidos. Los tempi se percibían cuidadosamente calculados, siempre al servicio de los cantantes, pero sin perder la urgencia dramática. Sorprendente fue el delicado equilibrio entre la orquesta y los solistas, que permitió que las voces se destacaran incluso en los pasajes más completos.

La atención se centró entonces en Beczała, quien debutaba en Salzburgo como Chénier; estuvo simplemente excepcional. Demostró ser un intérprete ideal para el papel principal. Tenor lírico-spinto, con un radiante registro agudo y cálido registro medio, combinó ternura lírica con poder heroico. Su “L’improvviso” inicial conmovió al público hasta las lágrimas, con un fraseo expansivo y legato interminable que fue celebrado con aplausos entusiastas. Su presencia escénica: noble, pero a la vez profundamente emotiva. Técnicamente, impresionó con su respiración clásica de bel canto y su eficiente emisión, sin forzar el tono, ni siquiera en el registro agudo. Su madurez artística era palpable: partiendo de una base lírica, ha expandido su repertorio orgánicamente hacia roles heroicos más dramáticos.

Tras la poderosa interpretación de Beczała, Elena Stikhina subió al escenario como Maddalena di Coigny, moldeando el papel con frescura juvenil y un color sopranil de tonos oscuros. Su timbre: un registro medio claro, agudos radiantes, legato impecable. Dejó que la línea respirara, cantó con un appoggio refinado y dotó al personaje de una presencia noble, oscilando entre la desesperación y la devoción. ‘La mamma morta’ se convirtió, junto con “L’improvviso’, en el momento culminante de la velada.

Completando el trío principal, Luca Salsi interpretó a Carlo Gérard. Su voz de barítono, oscura y con cuerpo, posee una enorme potencia, que combina con un fraseo refinado. Se basa en una dicción clara, un tratamiento expresivo del texto y una credibilidad dramática. Con una técnica segura, un sólido apoyo y amplios arcos de fraseo, interpretó a un Gérard que era mucho más que un simple antagonista: un hombre dividido entre el poder y el remordimiento, la ira y la humanidad. En su aria ‘Nemico della patria’, reveló no solo autoridad vocal, sino también profundidad psicológica, uno de los puntos culminantes dramáticos de la obra.

El resto del elenco fue igualmente de alto nivel. Destacaron especialmente Dora Jana Klarić (Condesa di Coigny) y Christopher Humbert Jr. (Fouquier-Tinnville), ambos del Proyecto de Jóvenes Cantantes. Con voces potentes, musicalidad e impresionante presencia escénica, dejaron una profunda huella.

En cuanto al contenido, la ópera mantiene una relevancia sorprendente. Versos como “La patria está donde se alza la espada para defenderla, no donde se mata a sus poetas” o “La Revolución devora a sus propios hijos” resuenan como recordatorios urgentes: las dictaduras no pueden ignorar las necesidades y esperanzas de su pueblo sin derramar sangre. Y: la revolución no significa necesariamente progreso; con demasiada frecuencia, las víctimas se convierten en victimarios.

Musicalmente, el Festival de Salzburgo logró un evento de especial resplandor con este concierto: una obra poco común en el repertorio se presentó con seriedad, brillantez vocal y esplendor orquestal. El formato del concierto resultó ser una ventaja: sin distracciones escénicas, las voces y la orquesta fueron el centro de atención, y las sutilezas técnicas e interpretativas emergieron con total claridad. Así, incluso sin escenografía ni vestuario, se desplegó una velada operística de una intensidad cautivadora: una poderosa súplica a la fuerza pura de la música.

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