
Andrea Chénier en Turín

La guillotina fue reemplazada por un pelotón de fusilamiento en esta puesta en escena de Giancarlo del Monaco para el Teatro Regio de Turín © Mattia Gaido-Daniele Ratti
Junio 22, 2025. Hay compositores operísticos cuya fama se ha consolidado esencialmente gracias a un título único. Se puede pensar, por ejemplo, en Georges Bizet (Carmen), Amilcare Ponchielli (La Gioconda), Arrigo Boito (Mefistofele), Pietro Mascagni (Cavalleria rusticana) y Ruggero Leoncavallo (Pagliacci). A esta lista se puede agregar tranquilamente el nombre de Umberto Giordano (1767-1948), de quien Andrea Chénier es la única ópera que efectivamente ha entrado en el repertorio, aunque de modo alterno, y aun así es considerada una de las obras maestras del verismo italiano.
En esta ópera están los típicos elementos pasionales del estilo verista, pero se encuentran también un espíritu artístico, nobleza de alma y amor patrio, que hacen de ella algo precioso en el melodrama italiano a cavallo entre el siglo XIX y el XX.
Andrea Chénier, ópera en cuatro cuadros de Umberto Giordano con libreto de Luigi Illica, tuvo su estreno en la Scala de Milán en 1896. Ambientada durante la Revolución Francesa, se inspira en la vida del poeta, que realmente vivió, Andrea Chénier, conocido por sus poemas políticos y por su trágico final. La trama se desarrolla alrededor del triángulo amoroso entre Chénier, Maddalena de Coigny y Carlo Gérard, explorando temas de amor, pasión e idealismo en un periodo de profundas agitaciones históricas.
Desde el punto de vista musical, la obra es célebre por sus potentes y dramáticas arias, que le son confiadas a los tres protagonistas. Tales arias, convertidas en obras centrales del repertorio lírico, son muy apreciadas por los apasionados y resaltan la belleza del canto y la fuerza emotiva de la música verista de Giordano. En especial, el compositor se concentró en la escritura de la parte para el tenor, técnicamente exigente y extenuante, al punto que hizo que a Chénier se le conociera como una verdadera y justa “tenor opera”.
Andrea Chénier que ha vuelto al Teatro Regio después de un poco de más de una década de su última aparición. Es un título que tiene una tradición consolidada en el teatro piamontés, alimentada siempre por la presencia de grandes voces. En el último medio siglo, sobre el escenario del teatro Regio se han presentado los tenores Carlo Bergonzi, Plácido Domingo, Nicola Martinucci y Marcelo Álvarez; entre las sopranos, Rita Orlandi Malaspina, Daniela Dessì y María José Siri; y entre los barítonos, Aldo Protti, Renato Bruson, Juan Pons y Alberto Mastromarino… ¡un verdadero desfile de estrellas!
El espectáculo ofrecido como clausura de la temporada del Teatro Regio fue ofrecido con la producción de Giancarlo del Monaco, con escenografías de Gabriel Bianco, vestuarios de Jesús Ruiz, iluminación de Vladi Spigarolo y coreografías de Barbara Staffolani. Convenció solo en parte: el intento del director de escena era el de contextualizar los eventos, al menos en el primer acto, en el periodo histórico de la Revolución Francesa, como se narra en el libreto, para después realizar un salto en el tiempo, de algunos siglos y representar revoluciones y dictaduras más cercanas al público de hoy, con el fin de demostrar cómo, desafortunadamente, el mundo vive y se nutre de tales atrocidades en cada época.
De este modo, los dos protagonistas no mueren en la guillotina, sino en un campo de concentración. La bandera francesa, elemento escenográfico habitual, fue sustituida por una inquietante bandera negra, ya presente en el segundo acto, como testimonio de la oprimente presencia de un régimen totalitario no especificado. Además, en el escenario no surgieron situaciones, gestos, movimientos, que apuntalaban tal interpretación que, en un último análisis, resultó ser meramente ilustrativa.
Tampoco la dirección de orquesta convenció plenamente. La batuta le fue confiada a Andrea Battistoni, recientemente nombrado director musical del teatro piamontés. El director ofreció una lectura tensa, por momentos desenfocada, pero también un poco monocorde a nivel dinámico, privilegiando el forte y el fortissimo. Resultó una ópera poco fantasiosa y demasiado monolítica, que la ha privado de un poco de respiro y de nobleza.

Maria Agresta y Gregory Kunde en Andrea Chénier de Umberto Giordano en Turín © Mattia Gaido-Daniele Ratti
En esta ocasión hubo tres óptimos protagonistas: Gregory Kunde, que personificó un Andrea Chénier polifacético, poético (‘Un di all’azurro spazio’), como también viril (‘Credo a una possanza arcana’) y audaz (‘Sì, fui soldato’). Su línea de canto resultó sólida y musical, sobre todo en el registro más agudo, con frecuencia electrizante, afrontados con facilidad, mientras que en los graves tuvo algunos sonidos que sonaron desenfocados en el timbre. Su indudable musicalidad le permitió esbozar un Chénier del todo creíble.
Por su parte, Maria Agresta interpretó una Maddalena de Coigny de gran impacto emotivo, con un timbre seductor, sonido pleno, con cuerpo, y una técnica refinada. Agresta fraseó con sensibilidad haciendo un personaje de gran relieve. Su pieza más célebre ‘La mamma morta’, fue probablemente el momento más intenso de la noche entera. Franco Vasallo ofreció un desempeño sólido y seguro en el papel de Carlo Gérard, mostrando un timbre viril y un acento rico de pasión. Su ‘Nemico della patria’, tan ardiente y atormentado, fue justificadamente muy apreciado.
El elenco entero ofreció una función convincente, en particular Manuela Custer, que interpretó con maestría el papel de Madelon, confiriéndole al personaje una profunda humanidad que emocionó al público gracias a su rico y bruñido timbre vocal. En ‘Son la vecchia Madelon’, Custer logró dejar su impronta personal. Pero diré que todos los cantantes del cast mostraron perfecta adhesión a sus propios papeles, trabajando en sinergia: Mara Gaudenzi (Bersi), Federica Giansanti (Contessa de Coigny), Adriano Gramigni (Roucher), Nicolò Ceriani (Pietro Fléville y Fouquier Tinville), Vincenzo Nizzardo (Mathieu), Riccardo Rados (Incredibile), Daniel Umbelino (Abbé), Tyler Zimmerman (Dumas), Janusz Nosek (Schmidt). Estos tres últimos forman parte del Regio Ensemble.
Se debe señalar también la importante contribución del Coro del Teatro Regio que dirige Ulisse Trabacchin. Un aspecto no plenamente positivo fue a causa de la presencia de tres intermedios de una duración considerable, que hicieron que la función completa del espectáculo se alargara más allá de las tres horas y media. No obstante, el espectáculo concluyó con una ovación general.