Ariadne auf Naxos en Trieste

Escena de Ariadne auf Naxos en Trieste © Fabio Parenzan

Febrero 16, 2024. Fue necesario Richard Strauss y su Ariadne auf Naxos para hacernos comprender lo poco que ciertos ricos estaban interesados en la creación de un espectáculo, y lo poco que entendían la dinámica que rodea la preparación de una obra teatral. 

“Pago y quiero lo que quiero, aunque lo que quiero sea algo imposible. ¡Nunca debí haberlo permitido! ¡Tampoco deberías haberme permitido que lo permitiera! ¿Cómo te atreves a arrastrarme a este mundo asqueroso? ¡Yo, aquí!… ¡Yo!… ¡Déjame congelar, languidecer, congelarme en lo mío!”, grita el compositor al maestro de música en el prólogo de la ópera, cuando el mayordomo (Peter Harl) interviene durante la preparación de los dos espectáculos encargados, una ópera seria y una brillante comedia, afirmando que entre la cena y los fuegos artificiales se acaba el tiempo y que de los dos eventos solo uno deberá llevarse a cabo. 

“La pantomima danzante no se presentará ni como epílogo ni como prólogo, más bien al mismo tiempo que la trágica ópera Ariadna”, afirma el hombre, la única voz recitante. Y lo que el libretista Hugo von Hofmannsthal cuenta fantasiosamente no debió haber sido un caso esporádico, ya que el propio director de la actual producción, Paul Curran, afirmó haberse encontrado en varias ocasiones similares. 

Lo cierto es que Ariadne auf Naxos en escena en el Teatro Verdi de Trieste es una maravillosa síntesis de diferentes mundos teatrales, sustentada por una música que cambia tan refinadamente en diferentes situaciones: románticamente wagneriana y extraordinariamente moderna. Así, en una primera parte (el crujiente prólogo) —que recuerda más a una opereta que a una ópera cómica, a la que le sigue la ópera más seria y a veces monótona a la que tampoco le faltan ideas entretenidas en la dirección de Curran— fueron recuperadas aquí en Trieste por Oscar Cecchi. 

Richard Strauss eligió para esta obra un equipo de cámara, en homenaje a los vieneses del siglo XVIII, enriquecido con instrumentos del siglo XX como: trombón, diversas percusiones, piano, harpas, celesta y armonio, como lo subrayó el director musical Enrico Calesso, quien dirigió la ópera y con gran maestría a la Orquesta del Teatro Verdi. 

Dos prime donne en escena representan dos mundos diferentes: Arianna, la ópera seria, y Zerbinetta, al frente del equipo de bailarines y comediantes. Simone Schneider, en el papel de Arianna, dominó la segunda parte con una hermosa voz, de gran extensión en los agudos, una presencia escénica que sostuvo admirablemente la situación cuando a su alrededor una multitud de máscaras hizo su incursión en escena, desvirtuando la gravedad del momento de la invocación a su muerte.

Liudmila Lokaichuk en el papel de Zerbinetta encantó al público con su capacidad de bromear y de interpretar su papel en una música compleja porque es irreverente del tedio de la ópera dramática, pero al mismo tiempo exalta el amor. Su aria ‘Großmächtige Prinzessin’ recibió un fragoroso y cálido aplauso del público fascinado por su espléndida interpretación. 

Incluso el compositor, que domina el prólogo, interpretado por la mezzosoprano Sophie Haagen, tuvo una óptima prueba tanto en su interpretación actoral como en la canora, al igual que el maestro de música de Marcello Rosiello. Menos brillante estuvo Heiko Börner (Baco) con una voz algo débil, sobre todo en comparación con Ariadna. 

El cuarteto de máscaras estuvo brillante y entretenido, al igual que el trío de damas de Arianna: Brighella de Christian Collia, Arlequín de Gurgen Baveyan, Scaramuccio de Mathias Frey y Truffaldino de Vladimir Sazdovski; así como Najade de Olga Dyadiv, Echo de Chiara Notarnicola y Driade de Eleonora Vacchi. Como también mencionar al maestro de baile de Andrea Galli, al lacayo de Francesco Samuele Venuti y al oficial de Gianluca Sorrentino. 

¡Las escenas eran imponentes! El fondo de un palacio animado por las idas y venidas de extraños en el prólogo, los restos de un templo griego en el acto de la ópera seria, todo aquello aderezado con un conjunto de vestuarios que iban desde la suntuosidad de la parte «mitológica» hasta la vestimenta llamativamente moderna del prólogo: la representación de un mundo de artistas “más allá”, de una dirección escénica que hizo que la comparación de las dos realidades, la dramática y la brillante, debieran integrarse aún más; obviamente una integración imposible, coronada por el traje blanco de bailarina de Zerbinetta con un enorme corazón rojo en el pecho. 

Antes de comenzar, los camareros, vestidos con ropa blanca que deberían asistir con los invitados a los dos espectáculos, se encontraban en la platea para recibir al público, y el Peluquero (Dario Giorgelè), todo un personaje, perseguía a las señoras para arreglarles el pelo. Así nos adentramos en la música de Strauss. No dejaremos de señalar que la expresión «dejar plantado» nació precisamente de esta obra, pero como demuestra el final, cuando Baco salva a Ariadna de su deseo de muerte, enamorándola y llevándola de nuevo al Olimpo, por lo que a veces quedarse plantado puede ser algo bueno, presagiando nuevas experiencias positivas. 

Zerbinetta repite a lo largo de la ópera que hay algo más que sucede después de la muerte y la premonición sucederá. Este montaje nació de una coproducción entre la Fondazione del Teatro Comunale di Bologna con la Fenice de Venecia y el teatro Verdi de Trieste. Los decorados fueron de Gary McCann y el diseño de las luces de Howard Hudson.

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