
Candide en Trieste

Escena de Candide de Leonard Bernstein en el Teatro Verdi de Trieste © Fabio Parenzan
Junio 13, 2025. ¿Por qué motivo Leonard Bernstein eligió la novela filosófica Cándide de Voltaire para escribir una ópera que lo proyectara en el mundo lírico? La primera razón es, sin duda, la cuestión política.
En la posguerra, los Estados Unidos estaban dominados por el macartismo (un poco como hoy por el trumpismo, pero hay que mirar hacia donde llevan los caminos): la obsesión contra el comunismo, la estrecha intolerancia difundida, gobierna la realidad de los Estados Unidos y las brujas deben ser descubiertas en el mundo de la cultura y del espectáculo, pues allí se esconden y de allí deben ser expulsadas.
Voltaire, en su Candide, se burlaba de Leibniz, de su «optimismo», de su idea del «mejor de los mundos posibles» (el mundo creado por Dios es el mejor entre todas las realidades alternativas posibles; Dios, en su omnipotencia y sabiduría eligió la combinación óptima entre todas las posibilidades). Voltaire se preguntaba: ¿qué hay para ser optimista con los niños que mueren al nacer, en las guerras continuas, en las sociedades en las que unos pocos explotan y oprimen al pueblo? Y señalaba con el dedo a los dos pilares del poder: la monarquía (en su tiempo) y la iglesia.
Pero para Bernstein había otro motivo: la música. En los primeros años de la década de 1950 había dirigido triunfalmente a la Orquesta de la Scala en Medea primero y La sonnambula después, en ambas con Maria Callas como protagonista. ¿Un amor desinteresado por el melodrama? ¿Una pasión por la música europea?
Concentrado en escribir un nuevo lenguaje musical “típicamente” americano, Candide sería definido por él como “una carta de amor musical a Europa”. Es difícil decir qué es Candide. Los críticos musicales tienden a definirlo como un híbrido entre musical, ópera, opereta y comedia musical. El mismo Bernstein dijo en una entrevista: “¿Quién ha dicho alguna vez que no se trata de una opereta? Si solo te has preocupado por esto, entonces nuestra discusión ha terminado. Por supuesto que es una especie de opereta, o una versión larga del teatro musical que es fundamentalmente europeo, pero que los estadounidenses han aceptado y amado desde hace tiempo. ¿Recuerdas que dije que uno de los atributos más evidentes de la opereta es la atmósfera exótica (para los estadounidenses) en la que se desarrolla? … Imagino que Candide sigue esta tradición, más que la de la pura comedia musical de Guys and Dolls o Wonderful Town. En cuanto al nombre que asumiría al final —opereta, ópera cómica u otro— debemos dejar que sean los demás quienes lo decidan. La particular mezcla de estilos y elementos que se encuentra en esta obra lo convierte quizás en un nuevo tipo de espectáculo”.
Candide, que se presentó en el Teatro Verdi de Trieste y que después se verá en el Teatro Comunale de Bolonia (coproducción entre la fundación triestina y la boloñesa), con la misma dirección escénica, musical y elenco, sin duda se puede clasificar en el estilo de una opereta por la presencia de tanta actuación (en inglés) y por la exigencia de la partitura de voces líricas. Sin embargo, si escuchamos la extraordinaria música que Bernstein compuso, no podemos dejar de notar todos los matices que le regaló al musical americano, comenzando por los acordes recurrentes, que volveremos a encontrar al año siguiente, 1957, en su obra maestra West Side Story, pero no menos en las dos oberturas de los dos actos, potentes, sonoras, profundamente alejadas de la opereta vienesa a la que quizás aspiraba.
También encontramos referencias a La ópera de tres centavos de Bertold Brecht con música de Kurt Weill. Han pasado casi treinta años desde esta última, pero la impronta musical y también “ideológica” es muy evidente. El texto de esta historia es inenarrable, es un desafío para quien es capaz de resumirlo en pocas líneas. Es la historia humana de Candide, un joven ingenuo, cándido de hecho, que a través de experiencias tormentosas entenderá que la vida no se puede contemplar con optimismo, sino con la aceptación de que el mundo es como es y hay que hacer y dar lo mejor para vivir en él: “No somos puros, ni sabios, ni buenos; haremos nuestro mejor esfuerzo, construiremos nuestra casa, cortaremos leña y cultivaremos nuestro jardín. Que los soñadores sueñen los mundos que prefieran; el Edén no se puede encontrar”.
Estas son las palabras con las que concluye el espectáculo. La Orquesta del Teatro Verdi, dirigida por el estadounidense Kevin Rhodes, quien lleva 34 años dirigiendo en Europa, sonó endiablada y se expresó con un desempeño extraordinario, siendo muy aplaudidos la orquesta y el director, para destacar el gozo entusiasta del público en el estreno.

Madelyn Renée (La anciana) y Tetiana Zhuravel (Cunegonde) © Fabio Parenzan
Los artistas empleados en el espectáculo fueron muchísimos. En el papel de Candide, el tenor Enrico Casari cantó constantemente de principio a fin, desenvuelto también en el notable compromiso actoral; y es él quien debía mostrar el máximo de ingenuidad y lo logró de manera excelente. Luego estuvo Cunegonde, su enamorada, perseguida por medio mundo, Tetiana Zhuravel, soprano de coloratura, capaz de ejecutar los pasajes vocales rápidos, los audaces destellos que la partitura de Candide exige, pero, sobre todo, estuvo excelente en su presencia física en escena, joven cautivadora que se adapta a todas las situaciones y a todos los ricos y poderosos que la desean, cubriéndola de riquezas, pero nunca casándose con ella.
El papel clave fue el de Bruno Taddia, que en el cambio de las situaciones haría de Voltaire, Pangloss y Martin, siempre como una especie de conductor, narrador, instructor clave para la historia compleja y para los matices filosóficos. Su actuación se inspiró en Monty Python, en su disruptiva comicidad, absurda y muy inglesa. Como siempre, excelente estuvo el Coro del Teatro Verdi, en sus momentos fuera de la escena, pero también en sus participaciones muy activas sobre el escenario bajo la buena dirección por Paolo Longo.
La dirección y las coreografías fueron de Renato Zanella, quien imaginó la ambientación en una fantasmagórica Universidad de Westfalia: “…un lugar de estudio y de aprendizaje —afirmó—, un microcosmos poblado de profesores, estudiantes y figuras en continuo cambio, que reflejaban los temas centrales de la obra: la corrupción, el poder, los dogmas religiosos y políticos, lo absurdo de la guerra”.
Las escenografías eran de Mauro Tinti, los vestuarios de Danilo Coppola, y el asistente de dirección fue Oscar Cecchi. Los demás intérpretes fueron Felix Kemp (Maximiliano / Capitán / Zar Iván), Madelyn Renée (La anciana), David Astorga (El Gobernador / Vanderdendur / Ragotski), Aloisa Aisemberg (Paquette) y también Saverio Pugliese, Yuri Guerra, Giulio Iermini, Xin Zhang, Zhibin Zhan, Dax Velenich, Francesco Cortinovis, Armando Badia, Gianluca Di Canito, y Rustem Eminov.