Concierto de Mattia Olivieri en Barcelona
Marzo 15, 2022. El Festival de primavera del Life Victoria (actividad central pero no única de la activa Fundación Victoria de los Ángeles) trae en esta ocasión intérpretes italianos que debutan en el Festival y algunos en el Recinto modernista de Sant Pau de Barcelona, como prueba del interés por explorar latitudes que no se suelen considerar afines a la música de cámara o de concierto.
La inauguración contó con la participación del ascendente barítono Mattia Olivieri y el siempre confiable Michele D’Elia al piano. Previamente se presentaron, como es habitual en estos conciertos, otras jóvenes promesas: la soprano Alba Fernández Cano y el pianista Arturo Asensi, que interpretaron canciones de Franz Liszt, dos en alemán y dos en francés, con gran corrección.
El programa principal comenzó también con Liszt (sus tres magníficos sonetos de Petrarca, de texto inigualable y notable inspiración musical, aunque a algunos les parezca de un romanticismo algo exacerbado): Olivieri demostró su excelente dicción y su compenetración expresiva (pasa injustamente por ser un gran barítono brillante —sin duda lo es—, pero aquí demostrió su capacidad de profundidad e introspección sin que fuera en detrimento de una línea vocal depurada y capaz de dominar un legato ciertamente difícil y de moverse entre el piano, el mezzoforte y el forte según lo que el autor requiera).
Antes había estrenado un ciclo de dos canciones que el compositor británico Iain Bell (debut absoluto en Barcelona y España, pero bien conocido no solo en su tierra sino en Alemania, donde ha escrito óperas y canciones para Diana Damrau, por ejemplo) sobre textos de La vita nuova de Dante para celebrar al autor en este importante aniversario, algo que no muchas asociaciones musicales han tenido en cuenta (el Instituto Italiano de Cultura, ausente: se ve que solo interesa el artista italiano conocido y amigo). La música es interesante en una primera audición, aunque la segunda pareció algo monótona por insistir, lo mismo que la primera, sobre todo en el registro agudo, cuando los textos parecían permitir una mayor flexibilidad.
Luego fue el turno de dos ciclos de Maurice Ravel, que rodearon a uno de Jacques Ibert. En el primero, las famosas cinco melodías populares griegas, los intérpretes fueron soberbios, en particular en las dos últimas (las ‘cueilleuses de lentisques’ y ‘tout gai!’). En el de Ibert, las cuatro Chansons de Don Quichotte, el nivel de perfección fue extraordinario, y lo mismo ocurrió en las tres canciones de Don Quichotte à Dulcinée de Ravel (de hecho ambos ciclos fueron escritos para el filme Don Quixote de Georg Wilhelm Pabst con Fiódor Chaliapin): imposible elegir entre estas tres la mejor (aunque es de subrayar el “amén” final de la ‘Chanson épique’); entre las de Ibert sobresalió, por supuesto, la ‘Chanson de la mort’ ,de profunda emoción, pero no le cedieron las otras tres, en particular la “Chanson du départ’ y la dedicada a Dulcinea.
El acompañamiento de Michele D’Elia fue de primer orden, y tuvo además oportunidad de exhibirse en dos impecables transcripciones: la que hiciera Liszt de la “estrella vespertina” wagneriana y la de la “Meditación” de Thaïs de Massenet, estratégicamente colocadas, la primera tras los Liszt y la segunda tras el primer ciclo de Ravel.
Como bis, y sin duda para satisfacer a sus admiradores operísticos, se escucharon dos arias de Rossini (la gran escena de Taddeo de L’italiana in Algeri, donde el pianista asumió la parte del coro, y la célebre cavatina de Figaro de Il barbiere di Siviglia, donde fue además de admirar la resistencia de la voz absolutamente lozana tras el largo programa).
En el medio, la que fue la “perla”, por el descubrimiento que significó para muchos: el monólogo de Targaglia de la olvidada Le maschere de Mascagni, donde la versión ofrecida rivalizó con la del inmenso Ettore Bastianini, y creo que con esto bastará para dar una idea del nivel del concierto). La sala habitual del concierto llena y muy cálida en aplausos.