?? Così fan tutte en Nueva York
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Febrero 15, 2020. Estrenada hace dos años, la circense producción de Così fan tutte concebida para la casa por Phelim McDermott volvió a la escena del Met con un elenco ideal que ha sabido responder a la perfección con las exigencias de la partitura mozartiana. Como el joven pretendiente Ferrando, Ben Bliss, quien ha interpretado esta misma parte en el estreno de esta producción, volvió a confirmar que Mozart es lo suyo, haciendo gala de una voz brillante, agudos fáciles y proyección clara e incisiva que condujo con seguridad e impecable estilo. Su ‘Un aura amorosa’ fue un dechado de delicadeza, buen gusto y emotivo canto. El personaje de Guglielmo encontró en el talentoso Luca Pisaroni un intérprete de nobleza tímbrica y canto siempre intencionado y noble; así como un actor consumado que con una inacabable variedad de recursos histriónicos derrochó comicidad y divirtió a más no poder al público. Desdibujado del original y convertido en un maestro de ceremonia circense, el personaje del filósofo Don Alfonso impuesto por Gerald Finley destacó por su voz sólida, su cuidada articulación y sus aristocráticos acentos, así como por la autoridad, el sarcasmo y la amoralidad con la que arropó su composición escénica.
Del terceto femenino sobresalió a más no poder la encantadora Fiordiligi de Nicole Car, quien presumió de una voz amplia, magníficos graves y mucha comodidad en sus incursiones en los agudos. La extrovertida Dorabella de Serena Malfi, quien también participó del estreno en la casa de esta producción hace dos años, exhibió un canto cuidado, de bellísimo legato y muy dado a las sutilezas, pero carente de intencionalidad en el decir. Finalmente, Heidi Stober delineó una traviesa, desenvuelta y resuelta Despina que, sin nunca exagerar, concentró por su juego escénico toda la atención. Su rendimiento vocal fue correcto en general, más que suficiente en las agilidades y a mejorar en la dicción y el fraseo.
En sus breves intervenciones, el coro de la casa dio claras muestras de su buena salud y preparación. Desde el podio, el experto Harry Bicket hizo una lectura historicista, severa en los ritmos, detallista y de gran refinamiento que sostuvo a los cantantes coordinando con eficacia la labor de estos últimos con la orquesta. La producción de McDermott trasladó la acción de la ciudad italiana de Nápoles en el siglo XVIII a la isla neoyorquina de Coney Island a mediados de los años 50, sin profundizar en la comedia de enredos, pero dándole un toque local a la trama y ofreciendo un espectáculo divertido de atmósfera circense al mejor estilo Broadway. Y fue así como Guglielmo y Ferrando se encontraron con el manipulador Don Alfonso en un club nocturno lleno de conejitas de Playboy; y las hermanas Fiordiligi y Dorabella fueron presentadas como propietarias de un motel donde Despina prestaba servicios como empleada doméstica.
En medio de los protagonistas, un pandemonio de artistas circenses —tragasables, una mujer barbuda, un contorsionista, un enano, una lanzadora de llamas, una encantadora de serpientes, entre muchos otros— se paseó por la escena distrayendo del eje de la acción, dificultando la atención a la música y la labor de los cantantes. En perfecta sintonía con el director a escena, los decorados de Tom Pye explotaron con mucha sapiencia el ambiente fantástico de la feria de entreteniendo neoyorquina, y el vestuario colorido diseñado por Laura Hopkins rememoró con rigor el estilo de los años 50. Un público heterogéneo y entusiasta mostró con interminables vítores finales su aprobación al espectáculo ofrecido.
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