Der Ring des Nibelungen en Dresde
Febrero 3 a 11, 2023. Además de poseer uno de los teatros más bellos y originales, la Semper Oper tiene conexiones con compositores que son muy profundas, no solo con Richard Wagner (que provenía de la cercana ciudad de Leipzig), sino con el muniqués Richard Strauss, que otorgó a la ciudad sajona la primicia de varias de sus óperas. Al igual que muchas de las ciudades principales europeas, la orquesta estable del teatro es también la orquesta sinfónica o filarmónica. Como en el caso de Viena o de Berlin (con la Staatskapelle), Leipzig cuenta con la Gewandhaus y Dresde con su propia Staatskapelle, fundada nada menos que en 1548.
Son todas orquestas de larga tradición que, a pesar del internacionalismo reinante, conservan su propio sonido. Por eso era atractiva la idea de ver y escuchar un Anillo del nibelungo completo con esta orquesta bajo su actual director musical, Christian Thielemann, quien está ejerciendo su cargo desde 2012. El director y la orquesta se conocen bien, y cualquier gesto del director es seguido de una respuesta orquestal, no son meros gestos, ni es mero sonido. Es una gran experiencia.
Hace poco se comentó el Anillo visto en Berlín que Thielemann dirigió a pedido de Daniel Barenboim, quien lamentablemente sigue con problemas de salud. Ese Anillo lo había ensayado en su mayor parte Thomas Guggeis, un talentoso asistente de Barenboim, y Thielemann puso los últimos retoques. No es cuestión describir si la orquesta berlinesa (establecida en 1570) estaba contenta con el nuevo director (que lo estuvo), pero sí puede decirse que hicieron todo lo posible (que ya es mucho) para que se encontrara cómodo, siguiendo cada gesto e indicación.
Pero no se pudo pedir que hubiera la misma comunión que tuvieron con Barenboim, que los dirige desde 1991. Nada de eso ocurrió en Dresde, y por una vez vale la pena comenzar con la música porque allí se encontró el centro nervioso de este ciclo. Que Thielemann conoce estas cuatro partituras es poco decir: el director berlinés sabe cada recoveco, cada relación entre instrumentos, entre secciones, con los cantantes, con la acústica especial de la sala y finalmente sabe resaltar los elementos sonoros que hacen que esta orquesta haga recordar al oyente que ha tocado bajo Wagner, Mendelssohn y Strauss.
Una de las diferencias más grandes fueron los tempi, en Dresde mucho más ágiles, más urgentes, y al fin más dramáticos. Das Rheingold resultó casi 15 minutos más rápido, y aunque a Thielemann le gustan los contrastes, supo dónde ralentar y dónde acelerar para obtener un resultado equilibrado y coherente. Los tiempos más ágiles ayudaron a los cantantes. Por ejemplo, Andreas Schager pudo alargar los viriles ‘Wälse…’ de Siegmund y Thielemann supo hasta dónde seguirlo sin peligro de que no le alcanzara el fiato.
La producción de Willy Decker con decorados de Wolfgang Gussmann y vestuario de Gussmann y Frauke Schernau, hizo recordar a un público atento cuanto se gana con producciones modernas pero no de conceptos extraños que contradicen el texto y la acción. Decker propuso un escenario sobre el escenario, un pequeño marco que sirvió de escenario rodeado en ambos lados (el lado del público y por detrás) por butacas de teatro. ¿Qué nos dice esto? Que los dioses son vistos en este escenario como actores y también como protagonistas, llevando la acción a la vista de todos los participantes de la acción. No siempre están presentes las butacas, que reaparecen de vez en cuando, en particular y en forma muy conmovedora cuando Brünnhilde se inmola y los dioses están sentados por detrás como testigos de algo catastrófico e inevitable. Muy ingeniosa y atractiva visualmente fue la aparición del oro del Rin en forma de una gigante esfera dorada sobre la cual se apoyaron y abrazaron las Hijas del Rin. La misma esfera apareció en trozos que calzaron perfectamente uno con el otro cuando los Dioses rescatan a Freia de los gigantes y esos trozos fueron traídos a la escena y así se armó la esfera. La esfera reapareció en la primera escena del tercer acto de Siegfried con una grieta, Erda tratando de evitar que se rompiera, y más tarde en el primer acto de Götterdämmerung fueron las Nornas las que trataron de evitar el mismo destino con sus sogas alrededor de la gran esfera.
Hubo todos los elementos de una producción moderna, pero no destructiva. Decker utilizó una Personenregie natural, con emociones evidentes y mostradas en forma directa, donde las rabias de Wotan son fácilmente entendibles, y no hay otra historia por detrás de la que ya se sabe; la inocencia y casi estupidez impaciente de Siegfried fue trágica y perfectamente justificable, y otra virtud es que dejó a Schager más cómodo en el rol que en la producción de Dmitri Tcherniakov en Berlin y, vocalmente, elevó también su nivel.
John Lundgren se enfermó y fue substituido por Thomas Mayer, quien asumió el rol de Wotan con autoridad, valentía y excelente voz. Si bien la soprano Lisa Lindstrom no se enfermó, sí se retiró del elenco y fue reemplazada por Ricarda Merbeth quien —habiéndola escuchado en todo el ciclo—, bien pudo haber sido elegida desde el comienzo. Mayer cantó el Wotan de Das Rheingold desde un costado, ya que apenas había llegado al teatro y no conocía la puesta en escena. Pero de allí en adelante, su mera presencia en escena y su voz tan expresiva y dominante, lo convirtieron en Wotan sin deber agregar que era un reemplazo de último momento.
Por su parte, Merbeth posee una voz lírica que se extiende hacia el spinto sin problemas de passaggio ni de volumen. Su voz atraviesa la masa orquestal sin problemas, siendo no solo una voz que frasea con claridad, sino también en forma muy inteligente. Ya la había escuchado con deleite como Elektra en Berlín, un rol generalmente demoledor, pero no con esta soprano que se acerca mucho al tipo de voz que Richard Strauss tenía en mente. Como Brünnhilde, la Merbeth destacó no solo por el fraseo y articulación, sino que actuó con gran autoridad, con su figura estatuesca.
Schager se encontró muy cómodo en esta producción usando menos volumen, fraseando con más atención y actuando mucho más espontáneamente. Su Siegmund gustó mucho más que el reciente en Berlín. Allison Oake fue una Sieglinde resuelta, de voz atractiva y siempre alerta, muy buena su rendición de ‘Du bist der Lenz’ y excelente en el segundo acto. Como siempre ocurre con este cantante, Georg Zeppenfeld destacó como un complejo Fasolt y un brutal Hunding, con su voz penetrante y fraseo exquisito, haciendo cada rol muy suyo y muy creíble, cosa tan importante en este ciclo.
Christa Mayer se lució con su businesslike Fricka, cantada en forma convincente. Daniel Behle también tuvo sus buenos momentos como un cínico Loge. Mención aparte para Michela Doron como Erda, quien exhibió una voz de contralto de las que se escuchan muy pocas veces estos días. Una voz aterciopelada, profunda y también cálida. Jürgen Sacher cantó y actuó un Mime con todos los ingredientes, los buenos y los malos, muy convincente. También lo fue y quizás en mayor medida, el Alberich de Markus Marquardt.
Pero de los villanos (que en realidad lo son todos en mayor o menor medida), el que resaltó más fue Stephen Milling, con su voz atronadora y una presencia tremenda, un Hagen con una sola meta: el anillo; y cansado de su padre y cansado de la vida. Mirella Hagen (sin relación al personaje) personificó un Pájaro del bosque muy atractivo con voz brillante y simpática. Adrian Eröd fue un pomposo Gunther, y Anna Gabler una atractiva y triste Gutrune.
Lo mejor para el final: la ya legendaria Waltraud Meier se despidió del rol de Waltraute recibiendo enormes ovaciones. Al final de la función, Thielemann frente al público con sus colegas y el coro le hicieron un homenaje y le ofrecieron un enorme bouquet de flores. El público sajón, y muchos que venían de otros países o ciudades alemanas, recordarán siempre que la Meier dio todo de sí en sus roles wagnerianos (que fueron muchos). Recuerdo que durante el ciclo de todas las óperas de Wagner con Barenboim en Berlín, canto Sieglinde y Fricka en Die Walküre… Una gran profesional, además de haber sido una gran cantante.
No recuerdo haber escuchado mejores Nornas, Hijas del Rin y Valquirias; igual de buenas como ella sí, pero no mejores. Todo esto contribuyó a un ciclo wagneriano de los que uno pensaba que no se escucharian o verían más, pero Thielemann y sus músicos sajones probaron lo contrario.