Die Passagierin en Madrid

Escena de Die Passagieren de Mieczyslaw Weinberg en el Teatro Real de Madrid © Daniel Lara Tomalino

Marzo 7, 2024. En la línea de presentar óperas de compositores de la segunda mitad del siglo XX y así continuar ampliando su repertorio, el Teatro Real de Madrid subió a escena con enorme éxito la ópera Die Passagierin (La Pasajera) del talentoso y prolifero compositor judeopolaco Mieczyslaw Weinberg (1919-1996), sobreviviente del Holocausto y protegido del compositor ruso Dmitri Shostakóvich. 

La ópera, cuyo estreno español tuvo lugar en esta ocasión, fue compuesta en 1968 y, víctima de la censura del régimen soviético, recién vio la luz escenificada en el Festival de Bregenz en 2010, catorce años después del fallecimiento de su compositor. Con un sólido libreto de Alexander Medvedev, basado en la novela homónima y autobiográfica (1962) de la escritora polaca y sobreviviente del horror nazi, Zofia Posmysz, la trama sitúa la acción en los años 60 a bordo un transatlántico y relata las emociones generadas por el encuentro entre una prisionera polaca y su ex carcelera en el campo de concentración de Auschwitz. 

De gran orquestación, contrastantes sonoridades y enorme fuerza expresiva, la partitura de Weinberg denotó la influencia de su amigo y protector Shostakóvich, así como de Serguéi Prokófiev y, en menor medida, de Ígor Stravinsky, Bela Bartok e incluso de Gustav Mahler, alternando con música popular y disonante. 

En lo estrictamente vocal, el elenco vocal demostró gran solvencia. Como Marta, la prisionera católica polaca: “la pasajera” de la que no se sabe nunca a ciencia cierta si es la auténtica o no, la soprano americana Amanda Majeski exhibió una voz lirica de bello esmalte, homogénea y bien conducida a la que coloreó con interesantes tintes dramáticos. Por su parte, Daveda Karanas, mezzosoprano greco-americana de importantes recursos canoros, compuso una atormentada Lisa, la ex carcelera miembro de las SS, de inmejorable hechura vocal y gran profundidad psicológica. 

Como su esposo, el diplomático alemán Walter, el tenor austriaco Nikolai Schukoff ostentó una voz robusta, fluida y de agudos fáciles y generosos. A cargo de la parte de Tadeusz, el prisionero violinista y prometido de Marta, destacó el rumano-húngaro Gyula Orendt, quien hizo gala de una bellísima voz de barítono, de exquisito lirismo y gran sentido del matiz. 

Del grupo de prisioneras merece destacarse particularmente la labor de la soprano Anna Gorbachyova-Ogilvie (Katja), Olivia Doray (Yvette), Nadezhhda Karyazina (Hannah) y Liuba Sokolova (Bronka). Presidiendo y comentando lo que sucedía en la escena, ya sea como prisioneros, pasajeros o como meros espectadores, al coro de la casa, preparado por el siempre solvente José Luis Basso se escuchó en óptima forma. 

Al frente de la orquesta, la talentosa directora lituana Mirga Grazynitè-Tyla, quien demostró conocer al dedillo el complejo universo musical de Weinberg, fue una pieza clave en el éxito de la representación. Su dirección esmerada y detallista, prestó particular atención a obtener de sus músicos las atmósferas sonoras más adecuadas, resaltar el lirismo, la delicadeza y la melancolía de la partitura, así como a controlar que la tensión no decayese en ningún momento. 

La otra pieza clave fue la producción escénica de gran impacto que firmó el director anglo-polaco David Pountney, quien resolvió con gran efectividad teatral las dificultades de una trama que le exigió constantes flashbacks al pasado y que retrató con precisión tanto la compleja personalidad de los protagonistas como las relaciones que se establecieron entre ellos. Excelente, la dinámica y ágil escenografía en dos niveles del sudafricano Johan Engels Retrata, quien contrastó el ambiente de despreocupación y de ocio del crucero en el nivel superior, con el clima de opresión y horror del campo de concentración en el nivel inferior. Asimismo, hicieron un importante aporte de calidad a la propuesta visual: el francés Fabrice Kebour y la rumana Marie-Jeanne Lecca a cargo de la iluminación y del diseño de vestuario, respectivamente. 

El teatro Real dedicó la presentación de esta ópera a Gérard Mortier (1943-2014) con motivo de cumplirse el décimo aniversario de su muerte y quien fuera director artístico del teatro durante tres años y gran promotor del repertorio operístico contemporáneo.

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