Die Zauberflöte en San Francisco

Escena de la producción de Barrie Kosky de Die Zauberflöte de W. A. Mozart en San Francisco © Cory Weaver

Junio 20, 2024. Die Zauberflöte (K 620), singspiel de Wolfgang Amadeus Mozart con libreto de Emanuel Schikaneder, volvió al escenario de San Francisco después de nueve años de su ultima puesta en este teatro, y lo hizo con una producción que se ha convertida en un referente asociado a este título en tiempos recientes. 

Se trata de la producción del australiano Barrie Kosky, que, desde su estreno en Berlín en el 2012, además de haber recorrido diversos escenarios del mundo, y desde su estreno estadounidense en la Ópera de Los Ángeles, por la relación que existe entre ese teatro y el mundo cinematográfico, es la producción más demandada por diversos teatros importantes estadounidense, y que hasta hoy no había sido vista en este teatro. 

La parte escénica debe ser un complemento a la parte musical de un espectáculo, y sin negar su admirable concepción, innovación e ingenio, la idea de este montaje parece haber adquirido ya un protagonismo desmedido con relación a la propia obra musical. Inspirada en el cine mudo, en las primeras animaciones, como en el cabaret alemán, con algunos personajes asemejándose a varios íconos y clásicos de la época del cine mudo, como Pamina con Louise Brooks (en La caja de Pandora de 1929), Papageno con Buster Keaton (en Sherlock Jr. de 1924) o Monostatos con el personaje del Conde Olros de Max Schreck (en Nosferatu de 1922). 

La producción fue ideada entre Kosky, intendente del Komische Oper de Berlín, con el grupo de animación y teatro 1927, cuyos fundadores y directores artísticos, Suzanne Andrade y Paul Berritt, quienes se encargaron de las animaciones, que consiste en 729 diferentes cortes animados. Haber visto esta producción en más de una ocasión permite descubrir nuevos detalles y ángulos, como la admirable sincronía entre los artistas y las escenas proyectadas. Sin embargo, el continuo y rápido cambio de imágenes, que por momentos parecen distanciarse de la historia, y el poco movimiento de los artistas, llegan a ser una distracción para el público e inciden un poco en la continuidad del espectáculo que puede llegar a ser monótono.

De cualquier manera, es una puesta que vale la pena admirarse, aunque sea una vez. Los personajes aparecen dentro de la proyección cinematográfica interactuando con coloridas y por momentos divertidas animaciones proyectadas sobre una enorme pantalla, que cubre todo lo alto y ancho del escenario. En el muro del escenario —que hace las veces de pantalla— se colocaron tres pisos de torres en cada lado del escenario, y en las superficies que sobresalían, en alto, es donde se colocaron los cantantes. 

Por ejemplo, el papel del Orador se canta desde la torre derecha del escenario, y el coro se ubicó en los pisos de las torres, aunque no eran visibles por estar detrás de la pantalla donde se proyectaban las animaciones. El vestuario fue adecuado para la época de las escenas del cine mudo, es decir los años 20 del siglo pasado. Se utilizaron subtítulos en las partes cantadas, pero durante toda la función los diálogos hablados fueron suprimidos y proyectados sobre la pantalla, describiendo la acción o introduciendo a los personajes, como en el cine mudo.

Durante esos momentos el acompañamiento musical que se escuchó provenía de la Fantasía 397 en Re menor y la Fantasía 4 en Do menor (K 475), con Brydon Hassman al piano. La parte vocal y musical del espectáculo fue notoria por la presencia del tenor neozelandés Amitai Pati, quien cautivara hace un par de temporadas como Don Ottavio en Don Giovanni en este mismo teatro, y que aquí logró despuntar por el color y calidad de su timbre, y mostró un buen desempeño, a pesar de que la puesta limita el lucimiento actoral de los artistas.

La soprano austriaca Christina Gansch fue una cálida, delicada y expresiva Pamina, y la soprano polaca Anna Siminska ofreció un emotivo, expresivo y ágil despliegue vocal en sus arias como La reina de la noche, por lo que fue la artista más aplaudida del espectáculo al final de sus arias. Un lujo fue contar con el dominio y fibra vocal del bajo sudcoreano Kwangchul Youn en el papel de Sarastro, si bien estas funciones marcaron su debut en este teatro y su papel no es especialmente lucidor, volverá la próxima temporada con un papel más idóneo para sus medios vocales como Marke en Tristan und Isolde de Richard Wagner, y el papel del bajo en la 9ª de Beethoven. 

Por su parte, el barítono alemán Lauri Vasar, fue un afable y cómico Papageno, con buen desempeño vocal. Entre el resto de los personajes destacó el tenor chino Zhengyi Bai como Monostatos y a la soprano guyanesa-puertorriqueña Arianna Rodríguez como Papagena, así como el coro, que dirige John Keene, que estuvo correcto y puntual en cada una de sus intervenciones. 

En la dirección musical estuvo la maestra sudcoreana Eun Sun Kim, titular de la orquesta, quien dirigió a los músicos con entusiasmo, buena coordinación y la emoción y musicalidad acorde a la vivacidad de la partitura y del espectáculo.

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