?? Don Giovanni en Barcelona
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Octubre 28, 2020. Con La clemenza di Tito (sin acabar con todas las funciones programadas) se interrumpió abruptamente la temporada pasada del Liceu. La nueva comenzó oficialmente con un Don Giovanni en forma escénica (ópera maravillosa, desde luego, pero de la que no se sentía en absoluto la necesidad a tres años de la anterior versión con el director y una intérprete en común, y aun menos con una nueva producción, esta vez procedente de Frankfurt, con puesta en escena de Christof Loy, revisada para adecuarla a las nuevas medidas sanitarias).
El espectáculo se encuentra entre los mejores y menos bizarros de Loy, que no ha quebrado ninguna tradición, aparte de algún exceso de figurantes y una recreación de la obertura algo extraña pero en clara relación con la trama que sigue a continuación. Bello vestuario, iluminación adecuada y también personajes muy trabajados, en particular la pareja amo-servidor ya entrada en años.
Josep Pons dirigió como anteriormente: bien; pero me parece que se ha acentuado, incluso en la elección de tiempos, su visión de la obra como solo trágica. Hasta los momentos cómicos resultaron solemnes o lúgubres. Bien, la orquesta del teatro; y correctas, las pocas intervenciones del coro preparado, como siempre, por Conxita García.
Miah Persson fue una Donna Anna mucho más interesante que su Elvira de hace tres años, y muy aplaudida. Pero, siendo su voz en origen la de una soubrette —aunque haya cantado muy bien—, hubo limitaciones en los agudos (metálicos, y alguno, calante) y sus agilidades, en particular en su última aria; no fueron un dechado. Veronique Gens, que hace años fue una correcta Donna Elvira, en esta ocasión resultó más interesante en todos los aspectos, con una voz más oscura por el paso del tiempo y sin el peso de su gran aria (la versión aquí fue la de Praga, aunque con alguna incoherencia, pues no se cortó el aria de tenor ‘Dalla sua pace’ sino ‘Il mio tesoro’).
Sobre el problema del final con o sin concertante —en este caso fue sin, también por cuestiones horarias— no me parece el lugar para pronunciarse. Ben Bliss, uno de los vencedores de varios premios en el Concurso Viñas de hace cinco años, es un tenorino de escuela más bien inglesa, inteligente y adecuado en lo vocal pero sin ninguna nota digna de mención y más bien descolorido en lo actoral (aunque, claro, Don Octavio es el personaje más endeble de todos).
El protagonista del barítono Christopher Maltman pintó un retrato más completo, sin duda alguna, en todos los aspectos. Solo se nota a veces que el frecuentar un repertorio posterior (más pesado) le ha quitado algo de flexibilidad a su voz. Luca Pisaroni resultó más convincente en el segundo acto con su Leporello; en el primero se le oía de timbre más claro que el de Maltman, cuando en teoría es un bajo cantante o bajo-barítono.
Para los campesinos no vi a los intérpretes anunciados, por culpa del dichoso virus. Los sustitutos no supieron que cantarían sino pocas horas antes de la función. Y si Toni Marsol (Masetto) demostró conocer bien la parte y puso en evidencia una personalidad adecuada, la Zerlina de Sara Blanch se vio en apuros: luego de su primer aria, salió de escena para volver con la partitura en la mano; y fue correcto que así lo hiciera, aunque tal vez no fue lo ideal. En cualquier caso se le notó preocupada y la voz sonó más pequeña de lo habitual, no muy timbrada. Como actriz, normalmente muy vivaracha, no destacó mucho. Solo resta mencionar al Comendador de Adam Palka, un bajo joven y de buena presencia, así como de color y volumen interesantes, pero lamentablemente con una emisión de agudos absolutamente equivocada y muy molesta.
El público aplaudió pero se advertió la inquietud y el temor por el cierre que se anunciaría al día siguiente, aunque el Liceu había ya adelantado el horario para evitar problemas con el toque de queda. Así, también con funciones pendientes, el Liceu volvió a cerrar sus puertas con un Mozart.
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