Don Giovanni en Sevilla

Alessio Arduini (Don Giovanni) y Marina Monzó (Zerlina) en el Teatro Maestranza de Sevilla © Guillermo Mendo

 

Octubre 4, 2025. El Teatro de la Maestranza de Sevilla inauguró su temporada lírica con la reposición de Don Giovanni del compositor austriaco W. A. Mozart (1756-1791), once años después.

Esta “obra maestra”, a decir de Richard Wagner, debe su éxito y su grandeza en gran medida al escritor italiano Lorenzo da Ponte (1749-1838), que con un libreto basado en el clásico de Tirso de Molina, El burlador de Sevilla, ahondó sobremanera en la imaginación dramática de Mozart y de manera especial en el dramma giocoso; es decir, la difícil combinación de la ópera seria y bufa. Por este motivo, su representación y puesta en escena es de gran complejidad.

Durante el siglo XVIII proliferaron los Don Juanes recitados, cantados, pero este de Mozart está hecho con un material distinto. A diferencia de sus parientes, él nunca vacila, nunca duda, nunca se arrepiente y va hacia su castigo sin agachar la cabeza.

La ópera, en dos actos, se estrenó en el Teatro Nostic de Praga el 29 de octubre de 1787 (en los albores de la Revolución Francesa), bajo la dirección del mismísimo compositor. Un periódico de Viena señaló: “Herr Mozart dirigió en persona y fue recibido feliz y jubilosamente por la numerosa concurrencia”.

El Coliseo sevillano registró un lleno absoluto, un público que no quiso perderse el retorno de su “héroe”. Original, la puesta en escena de la directora italiana Cecilia Ligorio, en colaboración con la Ópera de Colonia. En el medio una plataforma giratoria, para proporcionar ritmo y movilidad a los decorados (paredes, cortinas, velas… todo con una pincelada clásica) y a los propios personajes. La obra se desarrolla prácticamente en veinticuatro horas, el tiempo que transcurre desde la seducción de Donna Anna por parte de Don Giovanni hasta la cita de este con la estatua del Commendatore, en la última cena.

Bastante acertado el resto de las artes escénicas, con un vestuario pintoresco algo decimonónico, una correcta iluminación con tendencia, en algunos pasajes, a la opacidad y nada que reseñar en relación a las coreografías, que estuvieron bien.

El director mexicano Iván López Reynoso fue el encargado de dirigir a la Real Orquesta Sinfónica, que hizo una lectura brillante de la partitura con una obertura para enmarcar. Si hay que buscar un “pero” fue en la relación foso-escenario. Debo decir que la acústica no tuvo su día debido en parte al montaje escenográfico, que afectó también al torrente canoro. Siempre bien, el Coro de la Maestranza dirigido por Iñigo Sampil, aunque con escasa presencia el día de hoy.

El rol del libertino recayó esta vez en el barítono italiano Alessio Arduini, de voz timbrada y buen fraseo, pero de insuficiente proyección, se gustó más en lo actoral. David Menéndez volvió a vestirse de Leporello, un personaje que conoce a la perfección. Al barítono asturiano, pese a ostentar una bonita voz y buen fraseo, le faltó algo de potencia, aspecto que supo suplir con una gran interpretación, que solventó con creces su “aria del catálogo”. El chileno Ricardo Seguel fue, asimismo, un magnífico Masetto de voz oscura y buenas dotes actorales, que el público supo reconocer. El vozarrón de George Andguladze se ajustó, sin más, al papel de El Comendador. Más que aprobado, el Don Ottavio del tenor italiano Marco Ciaponi, que ofreció una voz dócil, suave y de gran lirismo y buen fraseo, que firmó un bonito ‘Dalla sua pace’. Incomprensible la no inclusión de la famosísima aria ‘Il mio tesoro’, aunque es cierto que Mozart, en el estreno de Viena, la sustituyó por la anterior, pero hoy en día se suelen cantar las dos.

El elenco femenino estuvo más acertado que el masculino en lo tocante a la vocalidad. El papel de Donna Elvira, que normalmente es desempeñado por una soprano lírico, recaló en esta ocasión en la mezzo canadiense Julie Boulianne, que estuvo en todo momento a la altura de su personaje, mostrando un bello timbre y buena proyección en la difícil aria del segundo acto, ‘Mi tradì’.La soprano rusa Ekaterina Bakanova, de bonito timbre y voz atronadora, tampoco defraudó en su presentación como Donna Anna, firmando un magnífico dúo junto a su amado al principio del primer acto,’Fuggi, crudele, fuggi’.

La Zerlina de Marina Monzó fue, sin duda, el personaje de la noche. La soprano valenciana protagonizó momentos de auténtico lirismo, con bello timbre y agilidad en los fraseos. Impecable, el dúo del primer acto, ‘La ci darem la mano’, así como la ternura con la que afrontó el aria, también del primer acto, ‘Batti, batti’.

A destacar, las polifonías, siempre presentes en las óperas de Mozart, para enmarcar el sexteto final, simplemente genial.

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