Don Giovanni en Vicenza

Escena de Don Giovanni de Mozart en el Teatro Olimpico de Vicenza © Alberto Storti
Octubre 30, 2025. Sin duda, uno de los mayores placeres de ser crítico residente en Italia es la posibilidad de visitar teatros antiguos en ciudades históricas. El Teatro Olímpico debe su nombre a la Accademia Olimpica, una institución cultural de nobles de la que el propio Andrea Palladio (1508-1580) fue uno de los fundadores, y es uno de los teatros de ópera más antiguos del mundo.
Diseñado e iniciado por Palladio, pero terminado tras su muerte, es un edificio curioso y fascinante, con forma semicircular al estilo de los antiguos anfiteatros griegos y con vertiginosas filas de asientos dispuestas en una pronunciada pendiente. Se trata, además, de un pequeño teatro, ubicado en un terreno muy reducido que antiguamente albergaba la cárcel del pueblo, y que uno podría pasar por alto sin prestarle atención. Pero en su interior se encuentra una joya arquitectónica de madera con asientos continuos de lado a lado y, ¡sorpresa!, butacas cómodamente acolchadas. En la parte superior, unas pequeñas columnas coronadas por estatuas apropiadas recuerdan con elegancia y discreción por qué los edificios de Palladio son tan característicos.
El escenario está fijado mediante un asombroso trampantojo de siete calles que discurren en ángulos iguales desde el frente hasta el fondo, con casas en falsa perspectiva en su interior, las cuales, según los diseños originales, debían estar iluminadas para dar la impresión de estar en uso. La calle central es la Porta Regia. Se atribuye al arquitecto local Vincenzo Scamozzi (1548-1616) esta fascinante creación, que solo fue posible después de que la Accademia adquiriera terrenos detrás del edificio. Este es el primer teatro con un diseño de escenografía fija, y algunos críticos afirman que esta fue la principal razón por la que este diseño no se siguió.
También existen otros teatros anteriores al Olímpico en la misma zona, como los de Ferrara, Mantua y Venecia. Así, con toda esta historia detrás de este espacio fascinante, ¿qué puede decirse de un espectáculo que se presenta dentro de otro espectáculo? Con toda razón el diseñador Andrea Tocchio no entorpece los diseños fijos, usando solo dos plataformas movibles que son usadas con buen gusto y movimientos elegantes durante toda la función. También —¡y presten atención aquellos directores alemanes con ideas Konzept!—, un grupo de jóvenes extras miembros del Conjunto de Baile de la Compañia de Ópera Ivan Fischer y estudiantes de la University of Film Theatre and Arts se deslizan al escenario y complementan o enmarcan la acción.
El vestuario de Anna Biagiotti es tradicional, pero sin cargar las tintas, permitiendo a los cantantes moverse con soltura. El público ve el espectáculo desde una pendiente muy elevada (es fácil tropezar y tambalear), o sea siempre tiene a la vista las siete calles que no son usadas durante la función. Para dar una mejor idea al lector, el espectáculo comienza cuando uno entra al teatro, maravillándose del edificio y sintiéndose parte de algo especial.

Andrè Schuen (Don Giovanni) © Róbert Zentai
Con un respaldo musical de primera clase —como lo es la Budapest Festival Orchestra con Iván Fischer—, ya se está seguro de alta calidad musical. Dentro de un elenco homogéneo que no tenía flojedad, Andrè Schuen personificó un joven Don Giovanni, suelto, irresponsable y descuidado, a quien no le importan las consecuencias de sus acciones (¿quizás modelado en cierta forma por Andrew Mountbatten Windsor?, pero sin el charm). Schuen cantó con técnica depurada, registro atractivo y expresivo, convincente con un ‘Fin ch’han dal vino’ muy logrado en cuanto a desparpajo vocal. Es siempre interesante comparar su bravado en esta escena con la del segundo acto, cuando canta ‘Deh, vieni alla finestra’, que lo muestra más melancólico.
Luca Pisaroni es un viejo conocido, pero no por ello menos distinguido. Su Leporello fue un hombre acostumbrado a ser sorprendido y decepcionado al mismo tiempo, pero siempre con la esperanza de algo mejor. Su canto no dejó dudas, con su casi desfachatada ‘Madamina, il catalogo è questo’, a las escenas más complejas, como el gran sexteto del segundo acto.
Maria Bengtsson es conocida desde que cantaba roles como Constanze en la Komische Oper berlinesa. Su Donna Ana lo tuvo todo, desde una distinguida presencia escénica hasta un canto soberbio, coloratura excepcional y legato que le permitió despachar un ‘Ah si, ben mio’ memorable, y cuando se requería fuego, como en ‘Or sai chi l’onore’, también lo tuvo.
A su lado, y no menos distinguida, se encontró Miah Persson, cantante de buena escuela, que presentó el complejo rol de Donna Elvira como una mujer bella, llena de drama, fogosa. Su aria de entrada, ‘Ah, chi mi dice mai’ (a la que agregó el necesario post-aria recitativo ‘In questa forma’, que no siempre es incluido), tuvo la necesaria desesperación e impaciencia mientras que ‘Mi tradì quell’alma ingrata’ la encontró resuelta.
Si hay algún personaje que se acerca al gran seductor, con seguridad debe ser Zerlina, una joven campesina que se presta a todo juego con él y tiene la temeridad de decir ‘Non mi toccò la punta delle dita’. Samantha Gaul fue un reemplazo de último momento que no merecía ser reemplazo, pues se movió con soltura, con esa dualidad inherente en el rol: un poco ingenua, un poco diabólica. Convenció también vocalmente, pues posee una voz liviana pero dulce y expresiva llena de picardía.
¿Y qué decir de Don Ottavio? Un personaje que puede llegar a irritar con su petulancia, un hombre que nunca llega a mostrar que está realmente enamorado de Donna Anna y que aparte de exclamar un poco convincente ‘Crudele’, nunca deja de ser un rol marginal a pesar de sus dos grandes arias. En una producción en la Komische Oper, Peter Konwitschny hacia que Donna Elvira lo matara con un disparo de fusil, y no fue una sorpresa que el público aplaudió esta variación en aquella ocasión. En este caso sucedió lo contrario. Bernard Richter se empeñó en mostrar todos esos aspectos que generalmente se desean sentir pero que raramente son vistos en este rol. La voz de Richter es mozartiana, pero no meliflua, sino con un sonido lleno, un poco áspera, atractiva, muy masculina, llena de energía y expresión. Este no es un mequetrefe de relleno sino un personaje vivo, de carne y hueso, que siente y nos hace sentir. Por una vez sentimos con él su frustración sexual en un ambiente donde todos se acuestan con sus parejas menos él. Musicalmente estuvo impecable, no solo cantando con gran sutileza sus dos grandes arias, sino también en los conjuntos y escenas con su prometida.
Hubo otro integrante que vivió su personaje: el bajo-barítono mexicano Daniel Noyola tuvo actitud con su descollante Masetto, lleno de furia, tratando de entender qué demonios desea Zerlina, y si la conoce de verdad. Y queda para el final otro principal que abre y cierra la ópera. Krisztián Cser sonó como debe sonar el Commendatore, un desgarrante basso profondo, una voz penetrante que transmitió desafío, autoridad y, en la escena final, la inevitable pared que frenaba al proyectil imparable que es Don Giovanni.
Hay una escena interesante en el filme Spectre donde el villano Oberhauser (Christopher Waltz) dice acerca de un meteorito en su posesion: “So many years, silent, a huge unstoppable force”, a lo que James Bond (Daniel Craig) responde, “Except it did stop, right here”. Y así sucede con Don Giovanni, imparable seductor hasta que una fuerza igual lo detiene, pero no una fuerza humana de carne y hueso, sino mucho más sólida: una estatua. No importa que el Commendatore haya muerto el día anterior, la estatua podría haber sido construida en su homenaje antes de comenzar la ópera. De todos modos, estos detalles no disminuyen el drama. Y así es como Don Giovanni se encuentra con su némesis: un meteorito que es absorbido por la Tierra…
Recomiendo a los lectores que no dejen pasar la oportunidad de asistir a este Vicenza Opera Festival, que ya anunció las óperas mozartianas para 2026 (Die Zauberflöte) y 2027 (Le nozze di Figaro). Además, Vicenza es una ciudad encantadora.