Doña Francisquita en Madrid

Escena de Doña Francisquita en el Teatro de la Zarzuela de Madrid © Elena del Real

Mayo 19 y 20, 2024. Con motivo del centenario del estreno de la zarzuela Doña Francisquita del compositor Amadeo Vives, el Teatro de la Zarzuela madrileño homenajeó a esta obra maestra del género lirico español, con la reposición de la controvertida producción del director de escena español Lluís Pasqual, estrenada aquí en 2019 y presentada con éxito en importantes casas de opera del mundo.

Se convocó para la ocasión a un excepcional reparto de intérpretes locales. A cargo del rol protagónico, la soprano Sabina Puértolas llevó a cabo una encomiable labor. Mostró un dominio absoluto de su parte y lució una voz aterciopelada, de agilidades fáciles y agudos seguros. Su famosa canción del ruiseñor fue celebradísima por el público. No le fue en zaga la prometedora soprano Marina Monzó quien hizo gala de una voz de bellísimo color, una línea de canto impoluta y una emisión siempre cuidada y dúctil. 

En una parte que mostró conocer al detalle y que le calzó al dedillo, de un gran triunfo personal se hizo el tenor Ismael Jordi, quien compuso un Fernando muy cercano a la perfección con una voz de rico lirismo, un fraseo de exquisita hechura y un canto cargado de elegancia y sentimiento. Un auténtico deleite para los oídos, su famosa romanza ‘Por el humo se sabe’ provocó una ovación que hizo temblar el teatro, que casi obligó a un bis y que le dio a la noche uno de sus momentos de mejor canto. Alternando en la parte, el tenor Alejandro del Cerro concibió un Fernando solvente y efectivo con una voz robusta de tintes dramáticos y un canto seguro e intencionado. 

Sobrada de “salero”, la mezzosoprano Ana Ibarra fue una irresistible Beltrana, mientras que María Rodríguez compensó con una importante batería de recursos histriónicos, una interpretación de canto regido y poco uniforme. 

Como Cardona, el tenor Enrique Ferrer no tuvo buena noche: apenas lució y resolvió con lo justo una parte que da para mucho más; mientras que el tenor Manuel de Diego sacó buen partido del mismo rol, alardeando una voz ligera, bien timbrada y conducida, además de gran desenvoltura escénica. 

Las más perjudicadas con los cambios impuestos por el director de escena fueron las partes de Doña Francisca, la madre de la protagonista, y Don Matías, pretendiente de la protagonista y padre de Fernando, las que, no obstante quedar muy desdibujadas, fueron interpretadas con mucha simpatía, gracia y oficio por los talentosos Milagros Martín y Santos Ariño. Muy competente en lo vocal y escénicamente creíble, el barítono Isaac Galán resultó muy acertado como Lorenzo Pérez, el tabernero enamorado de la Beltrana. 

El desempeño del coro de la casa, dirigido por el director Antonio Fauró fue otro de los pilares del éxito de esta presentación y su trabajo solo mereció elogios. En lo estrictamente musical, debe agradecerse, por un lado, que la música de Vives no sufriese alteración alguna; y por otro, contar con el maestro Guillermo García Calvo en el podio, quien con gran autoridad y al frente de la excelente Orquesta de la Comunidad de Madrid ofreció una lectura de sonidos cuidados, variedad de matices y dinámicas, así como una perfecta concertación entre el foso y los cantantes.

Para dolor de cabeza del público más purista, la producción de Pasqual echó mano de los textos hablados de la prestigiosa dupla de autores Federico Romero Sarachaga y Guillermo Fernandez-Shaw Iturralde, sustituyéndolos por otros de su autoría y ofreciendo así un espectáculo muy personal, moderno e innovador que, para ser coherente consigo mismo, se apartó del original, hizo trizas el espíritu romántico del Madrid de principios del siglo pasado, desdibujó algunos personajes de la trama, lo que terminó corrompiendo y haciendo irreconocible la obra de Vives. 

La revisión de Pasqual, con sus innegables méritos —que los tuvo, y muchos— trasladó la acción del ambiente carnavalesco del Madrid de inicios del siglo pasado a tres momentos temporales diferentes: una sala de grabación en 1934 para el primer acto; un estudio de televisión de RTVE en 1964 para el segundo, y una sala de ensayo de la actualidad para el tercero, atmósferas diferentes cuyo común denominador fue el hecho de presentar al teatro dentro del teatro. 

Un personaje inventado, caracterizado por el actor Gonzalo de Castro, hizo tediosas interrupciones, trató de echar un poco de luz sobre la trama e hilvanar, no siempre con buenos resultados, los tres actos. Visualmente la propuesta fue irregular, después de un primer acto estático e intrascendente, el espectáculo ganó en riqueza visual a medida que avanzó la noche, y esto en gran medida gracias a la intervención del cuerpo de baile y las estupendas coreografías de Nuria Castejón. 

Las marcaciones de los solistas y de las masas corales convencieron y denotaron el talento de Pasqual en estos menesteres. Invitada especial y también homenajeada, la legendaria Lucero Tena, demostró que “85 años no es nada” y acompañando a la orquesta con sus castañuelas en el famoso fandango del tercer acto se llevó consigo otra de las ovaciones de la noche.

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