El café de la rima ondulante en Medinaceli

Escena de la zarzuela El café de la rima ondulante en el Festival Medinaceli Lírico

 

Agosto 8, 2025.El Festival Medinaceli Lírico de España viene haciéndose notar desde hace cinco años, cuando Federico Figueroa asumió la dirección artística e incluyó en su programación un espectáculo de zarzuela. Por su escenario han pasado obras de este género, desde el siglo XVIII hasta el XX, y en esta edición se ha apostado por una comedia musical titulada El café de la rima ondulante, cuyo estreno tuvo lugar en 2023 en un centro cultural de la periferia madrileña. 

Figueroa, en su búsqueda de nuevos caminos por los que transitar —aunque el riesgo sea grande y evidente—, eligió esta zarzuela con libreto de Fernán de Valder y música de Manuel Valencia para representarla en el XII Festival Medinaceli Lírico. El libreto, con sus más y sus menos, deja claro que el autor no es un dramaturgo experimentado. Más allá del supuestamente delirante argumento —poco original— en el que un padre y su hija aguzan el ingenio para salvar de la ruina su negocio —un viejo café que regentan en Madrid—, la acción es débil. 

Los protagonistas convocan un concurso para talentos artísticos, y la obra se inclina hacia el género de revista. El argumento, en general, resulta inconsistente, con poco conflicto y escaso desarrollo de personajes, además de un tufo xenófobo en el tratamiento del personaje del chino, del que se mofan por la manera en que supuestamente pronuncia la letra “r”. 

Como astracanada podría funcionar, y en ese sentido el aire autoparódico del personaje de Don Berenjeno de la Vainilla —un locuaz andaluz interpretado por el propio libretista— resultó refrescante. El ceceo de Don Berenjeno está presente en todo su texto; sin embargo, este rasgo no es motivo de burlas. Si el argumento se sitúa en la década de 1920, la música de Manuel Valencia parece tan anticuada como esa fecha. Su partitura, para cuarteto de cuerdas y piano, resulta superficial y rancia, además de repetitiva. Él mismo dirigía desde el piano, con inclinación a tocar en forte, poniendo en aprietos a más de un cantante.

El elenco elegido no ayudó a achicar aguas para evitar que la barca se fuera a pique; es decir, al fondo del olvido entre las miles de zarzuelas que solo se mencionan en alguna línea perdida de periódico. Comenzando por la más que soñadora Carmencita, una joven bobalicona interpretada con muy escaso gracejo por Sara Viñas, soprano de voz aflautada que recuerda a las tiples de las viejas grabaciones del género. Su padre en la ficción, Don Hilario, contó con un sólido cantante en Ángel Marañón, aunque ininteligible en las partes habladas. Doña Pulcra, la propietaria del local que ocupa la cafetería y que exige el pago del alquiler, fue interpretada por Mabel González, soprano de timbre agrio y emisión tan ondulante que encontrarla afinada fue un desafío. La Asturiana estuvo a cargo de la soprano Laura Pulido, una voz bonita pero de tan escaso caudal que la mitad del tiempo quedó “tapada” por los instrumentos. Lo mismo ocurrió con Álvaro Siddharta, mal actor y peor cantante, en el número del cubano (La canción del esclavo). El tenor Carlos Jiménez exhibió un volumen generoso y poco más: el trazo plano de su personaje (Honorio, enamorado secreto de Carmencita) pasó sin pena ni gloria.

Destacaron positivamente Carmen Montano y Nacho Muñoz, como la Señora de Valladolid y el Señor de El Escorial, respectivamente, por su precisión y presencia escénica. La puesta en escena cumplió con ilustrar un café; en realidad, se trató de un semi escenificado, con solo unos cuantos elementos de atrezzo —unas mesas y sillas, un baúl y una barra auxiliar al fondo—, sin diseño de iluminación, aprovechando la claridad natural del patio a esa hora de la tarde. Es evidente un desfallecimiento dramático en el último cuarto de la obra, haciéndose tediosa y cuesta arriba: algunas personas bostezaban y una, por lo menos, dormía. Hubo incluso un asistente que se marchó a pocos minutos del desenlace. Lo más probable es que esta zarzuela, El café de la rima ondulante, pase a engrosar la larga lista de obras empolvadas en archivos, pues libreto y música prometen más de lo que cumplen.

Lo más loable de todo es la presencia de obras de teatro musical hispano en la programación del festival, una apuesta de Federico Figueroa que ha permitido exhibir en el Palacio Ducal zarzuelas como Jasón (del italiano Gaetano Brunetti con libreto anónimo) o Chin-Chun-Chan, del compositor Luis Jordá y libreto de José Elizondo, estrenada en la Ciudad de México en 1904, además de las más conocidas El barbero de Sevilla y Agua, azucarillos y aguardiente. 

Nadie dijo que revivir el género de la zarzuela fuese tarea fácil, pero ya se percibe un mayor empeño en proponer obras de reciente creación. En los últimos años han sido muy publicitados algunos estrenos en Madrid, Oviedo y São Paulo, pero entre todos no suman una decena. Para que surja una zarzuela que se quede en el repertorio hace falta más que buenas intenciones. Cuando se presenten decenas, como ocurría hace un siglo, alguna tendrá el valor artístico suficiente para que viva por sí sola. 

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