El Mesías en Barcelona

Puesta en escena de Robert Wilson de El Mesías de Händel en Barcelona

Marzo 26, 2024. Que algunos oratorios de Georg Friedrich Händel sean óperas “disfrazadas” o se puedan convertir fácilmente en ópera (Theodora y Semele son dos buenos ejemplos) no significa que todos funcionen así. El Mesías es probablemente el menos indicado, ya que no hay ninguna trama y no será esta nueva prueba de Robert Wilson la que convenza de lo contrario. Así que meterlo entre los espectáculos de ópera parece poco acertado.

Con Wilson uno ve el primer espectáculo y se queda muy conforme, ve el segundo y empieza a dudar y al tercero ya sabe que no importa el autor o la época: serán siempre los mismos gestos a cámara lenta y algo exagerados, el mismo tipo de vestuario, los mismos colores. Aquí, como hay que hacer algo más —puesto que de argumento no hay nada (la pasión de Jesús se puede contar de forma dramática, pero no es lo que Händel pareció tener en mente aquí)—, aparece un bailarín a veces con malla de baile, otras con unos paños blancos que más bien parecen pañales de adultos, y en otra muy comentada… de astronauta. 

También hay un anciano y una joven que no se sabe bien para qué están, más un cómico personaje entre animal de historieta y parva de trigo (que ese todavía menos), pero alegran la vista y rompen la monotonía. El anciano es refunfuñón, aunque en una de las arias del tenor que parece ser un personaje cínico aparecen ambos bailando (y no baile clásico). 

En otro momento el tenor y la mezzo tienen una especie de encuentro sentimental frívolo. Nadie me pregunte por qué. El coro aparece primero como si fueran a cantar los peregrinos de Tannhäuser, pero luego en serios trajes de concierto. Hay un árbol del revés al principio que al final se gira, unos listones que caen del techo, y un video (de Tomasz Jeziorski) que muestra los glaciares derritiéndose y convirtiéndose en una especie de bomba de Hiroshima (por ahí anda el astronauta). 

Kate Lindsey en El Mesías de la producción de Robert Wilson en el Liceu de Barcelona

La soprano parece una especie de Madonna, aunque no entiendo por qué tiene que llenar un recipiente para luego derramarlo en un vaso hasta que desborda y finalmente se lo echa en la cabeza (cantando, claro). El bajo está vestido como un samurái de un filme japonés, y la mezzo se parece ligeramente a la Dama de Elche (una escultura íbera realizada en piedra caliza entre los siglos V y IV AC).

Para colmo, se ha empleado la versión que se encomendó a Mozart, y por lo tanto con el texto en alemán.

Por todo este disparate transitaron Richard Croft (con inequívocos signos de veteranía), Kresimir Strazanac (buena voz de bajo, aunque todavía hay lugar para mejorar la emisión), Kate Lindsey y Julia Lezhneva, que fue con diferencia la mejor. Los otros, y me sorprende en Lindsey, no solo no tenían mucho volumen (no me sorprende), salvo quizás el bajo, sino que sobre todo se oían poco.

El coro, preparado como siempre por Pablo Assante, estuvo bien (algo anémico en los pasajes más contemplativos), y la orquesta no estuvo mal, pero Josep Pons eligió una conducción gruesa y por momentos de mucha densidad e intensidad para las voces con que contaba. Y colorín colorado, este Mesías se ha acabado. No me volverá a sorprender. Y espero que Wilson tampoco. ¿Para qué más?

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