El rey que rabió en Madrid, primer elenco

El rey que rabió en el Teatro de la Zarzuela © Javier del Real

Junio 3, 2021. ¡Qué expectación ir al estreno de esta nueva producción de El rey que rabió en el Teatro de la Zarzuela de Madrid! Y es que ya han pasado once años desde que el título visitara este teatro madrileño, cuna de la zarzuela desde 1856 que siempre ha mantenido la dignidad lírica en sus producciones. El telón se levantó con todas las entradas vendidas, señal de que la obra mantiene su atractivo para el público que sigue disfrutando del género. Si hay palabras para describir la primera sensación estética que me produjo, estas son: luminosidad, alegría, fantasía y ganas de disfrutarla.

Y es que la dirección escénica, de la que se encargó Bárbara Lluch, tuvo momentos brillantes; otros, íntimos, hilarantes; y otros de caos acústico y escénico a los que pareciera que no hubiera prestado demasiada atención, dejando al azar el resultado teatral. La escenografía, que corrió a cargo de Juan Guillermo Nova, estuvo completamente en consonancia con el vestuario diseñado por Clara Peluffo Valentini y con la iluminación estándar realizada por Vinicio Cheli. Bien pareciera que Tim Burton hubiera decidido tomar parte en esta zarzuela. Los trajes de los cortesanos y los personajes principales en el primer acto fueron vistosos, brillantes y de formas estrambóticas. Sencillamente te hacía sentir que habías entrado en un cuento fantástico. Sin embargo, los trajes de los aldeanos que aparecieron en el segundo acto, bajo mi punto de vista, no estaban a la altura de la originalidad y el ingenio de los descritos anteriormente y deslucieron la atmósfera creada en el primer acto.

El Rey estuvo interpretado inteligentemente por el tenor Enrique Ferrer. Sabiendo que este rol lo escribió el maestro Ruperto Chapí para que fuera interpretado por una mujer, el tenor se mantuvo fresco, jovial y vital. No le presentó ninguna dificultad vocal ni interpretativa; disfrutó y nos hizo cómplices de ello. El General, ese día “oficiado” por Rubén Amoretti, supo vestir el personaje con autoridad, astucia política y humor militar. Vocalmente acorde con todas las situaciones y a la altura de sus compañeros que completan los Consejeros del Rey: el Almirante, “comandado” por Carlos Cosías; el Intendente, “administrado” por Ígor Peral; y el Gobernador, bien “gobernado” por José Julián Frontal. Todos ellos estuvieron notables en sus intervenciones y sobresalientes en el “Cuarteto de la Risa”.

Afortunada fue la elección del tenor José Manuel Zapata para el personaje de Jeremías: divertido, ágil, rápido e inteligente en sus intervenciones y sin complejos artísticos; es un artista que sabe fluir y adecuarse a la interacción con los demás personajes. El actor Pep Molina fue un Alcalde resuelto y destacable en su buen hacer. Rosa, la aldeana que “siempre de los hombres se burló” (y a la que Rocío Ignacio prestó cuerpo y voz), “¡ay de ella!”, no estuvo tan acertada en complicidad con sus compañeros de reparto ni con su concepto de la dramaturgia. No respondió con la misma frescura que sus compañeros en sus diálogos, haciendo bajar el ritmo de la escena. Pareció más una mujer ya consolidada que una jovencilla que “con engaño y sin rubor, atrevida busque el novio en un cuartel”. Sin dudar de sus grandes cualidades vocales, cantó la famosa romanza con una afectación belcantista fuera de estilo, con algún portamento de más y la pérdida de una dicción clara. Lamentablemente le costó algunos abucheos notables entre los aplausos al final de la pieza, a pesar de que se esforzó por terminarla subiendo al Do de pecho en un piano mantenido hasta el final en lugar del sol escrito en la partitura. Estuvo más adecuada y en estilo en la “Mazurka de los segadores”, con la que pudo desquitarse.

El tenor Alberto Frías dio vida al Capitán, un personaje que se expresó a base de gritos en toda su intervención, sin matices. Entendemos que cumpliendo con el cliché del militar que da órdenes, pero propiciando momentos de desbarajuste en el diálogo. También a gritos, los labradores María y Juan –María José Suárez y Sandro Cordero, respectivamente—, resultaron una pareja divertida dentro del estereotipo del matrimonio en el que ella manda y él, atontado y suspicaz al tiempo, obedece. 

Flaco favor le hicieron a la soprano Ruth González convirtiendo el “coro de paje” en un número para el “paje Ruth” y coro femenino. El registro le quedó grave, lo que comprometió, lamentablemente, su intervención artística. En todo caso, lo hubiera asumido con más acierto una mezzosoprano. Me pregunto si esta artista hubiera resultado mejor cualificada para haber representado con más éxito a la Rosa del título que nos ocupa…

La orquesta, dirigida con pulcritud por el mexicano Iván López Reynoso, protagonizó un momento de singular belleza y sosiego en el nocturno que, junto a la escenografía acertadamente iluminada, fue celebrado por el público. Simpático fue el “Coro de Doctores”, con un títere por perro que Jofre Carabén manejó con precisión y buen gusto, interactuando con los dubitativos y precavidos doctores que no supieron dilucidar si “el perro está rabioso… o no lo está”.

El coro del Teatro de la Zarzuela, como acostumbra, a pesar de las mascarillas, estuvo bien empastado, bien avenido y dirigido, con buen criterio, por Antonio Fauró.

El resultado fue un público que disfrutó y al que quizás le faltó un pequeño descanso que, por motivos de protocolo Covid, no pudo efectuarse. 

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