Elektra en Berlín
Octubre 7, 2023. Hay producciones de ópera que son como cuadros en un museo, excepto que la ópera no es un cuadro ni un teatro de ópera debe ser un museo. Esta aparente contradicción se aplica a producciones especiales que revelan tantas facetas internas de la obra presentada que vale la pena ir a verlas cada vez que se reponen, al igual que uno va al Louvre si desea ver La Gioconda.
Así sucede con esta producción de Patrice Chereau, su última, que data de 2013, el mismo año de su muerte y con la que la Staatsoper conmemoró el décimo aniversario. La regie comienza antes de la música, un patio interior de un palacio oscuro y venido a menos, con una escalinata que es barrida meticulosa y muy lentamente por una sirvienta, la orquesta en la oscuridad, hasta que al fin se encienden las luces del foso y comienza el drama.
No solo era esta función un homenaje a Chereau, sino también a una de las intérpretes más queridas en Berlín y en Alemania en general, Waltraud Meier, quien dijo adiós a la ópera. Meier ha recreado muchos roles en esta casa, y son todos joyas de actuación, desde Amneris hasta Klitemnestra. Su voz era débil pero clara, con perfecta dicción. No había exageraciones circenses, ni risotadas, sino una señora de la escena que presentó a otra señora con menos credenciales para serlo. Su gran escena con Elektra requirió minuciosa atención del espectador. Reveló a un personaje inseguro que deseaba la aprobación y el cariño de su hija Elektra, quien la detestaba y jugaba con ella y con sus emociones. El timbre especial estaba presente y, con un director atento, se le escuchó derrochar arte y maestría. Se le extrañará mucho en esta ciudad y también en Múnich, donde era la favorita.
En el rol titular, Ricarda Merbeth repitió su especial creación vocal, un derroche de lirismo y control vocal. Merbeth posee un registro de color lírico pero poderoso. Su voz atraviesa la masa orquestal como un láser y es posible escuchar una clara dicción y cuidadoso fraseo. Este peligroso rol tiende a arruinar las voces, y al comienzo se escuchó a la soprano usar bastantes notas de pecho, pero más tarde lució un registro expresivo y homogéneo hasta en los peligroso y agudos en forte.
Con tales compañeras de escena, recayó en Vida Miknevičiūtė mostrar un registro lírico que desplegara femineidad, pero su voz reflejó una tendencia a forzar y endurecer, cosa que gustó mucho al público. Stephan Rügamer recreó con gran éxito un Egisto cobarde, pero a la vez peligroso; Lauri Vasar fue un Orestes cuidadoso, cariñoso con su hermana, pero dudoso de la situación reinante. Chereau lo hace dejar el semi derruido palacio con las dos hermanas dentro.
David Wakeman fue un excelente y astuto Consejero de Orestes, con voz clara y precisa, como las instrucciones que daba a Orestes. Como siempre, en este teatro las sirvientas y el viejo sirviente fueron confiados a cantantes veteranos, como Olaf Bär, Roberta Alexander, Anna Samuil y Cheryl Studer. Markus Poschner dirigió la estupenda orquesta con vigor, con tempi veloces y claridad orquestal, algo que no es nada fácil de lograr. Un espectáculo para atesorar cada vez que se reponga.