?? Ercole Amante en París

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Noviembre 6, 2019. Ercole amante (1662) fue comisionada a Francesco Cavalli por el cardenal Mazarino para festejar la boda de Luis XIV con la infanta española María Teresa de Habsburgo, su prima-hermana. Mazarino no se anduvo con chiquitas. Recompensó generosamente a Cavalli, entonces el autor más solicitado en Italia —la obra debía ser muy lujosa, con ballets y en cinco actos—, y mandó construir un teatro (llamado “Salle des Machines”) para la representación de la ópera en los actuales jardines de las Tullerías.

En su versión inicial, la ópera duró más de seis horas, pero su extensión se fue reduciendo a medida que avanzaban las funciones, y al cabo de la decimosexta y última representación ya no alcanzaba la mitad de este tiempo. La ópera no se volvió a representar en Francia hasta 1981 en Lyon y luego en París en mayo del mismo año, en una versión reducida respecto de la inicial. Salúdese pues la iniciativa de la Opéra Comique de París de haberse lanzado a su reconquista.

El libreto de Francesco Buti narra las vicisitudes amorosas de Hércules, asimilado a Luis XIV, pues era ya costumbre en la corte gala asimilar el rey al semidiós desde la época de Enrique II, unos cien años antes, por lo menos. El autor transforma al forzudo Hércules en el solar Apolo al final del relato, y se puede pensar que la transformación debió gustar al monarca pues, como se sabe, mantuvo la imagen de “Rey Sol” por el resto de su reinado. La separación del semidiós con su primera mujer Deianira anticipaba también los futuros devaneos del rey con tantas otras mujeres de su corte.

© Stefan Brion

La puesta en escena de Valérie Lesort y Christian Hecq, con un impresionante despliegue de máquinas de Vanessa Sannino, respetó escrupulosamente el género inicial de la obra. Desde el punto de vista dramático, los artistas en el escenario fluctuaron entre registros trágicos y cómicos, dosificando a la perfección las transiciones, múltiples, entre unos y otros. Laurent Peduzzi propuso un decorado sencillo que cobijó eficazmente a tirios y troyanos durante las tres horas de espectáculo. Apláudase el trabajo de Christian Pinaud sobre la iluminación y las marionetas de Carole Allemand, Sophie Coeffic y Lesort, una gran contribución que realzó el espectáculo.

El director Raphaël Pichon decidió mantener la integralidad de la partitura, exceptuando los ballets, por razones de duración. Dirigió el coro y la orquesta Pygmalion con buen conocimiento de la obra, sin afectaciones, con una cierta frialdad, dejando que los solistas en el escenario desarrollaran sus cuitas y cuidando mayormente el foso. Mantuvo el tempo con regularidad y elegancia, dando a cada instante la pulsación requerida por el momento dramático. Cada uno de los atriles dio lo mejor de sí, sin buscar protagonismo pero sin desdeñar tampoco algún primer papel cuando la partitura se lo pedía. Fue Pygmalion sin lugar a dudas el elemento mayor de la noche lírica parisina.

Nahuel Di Pietro encarnó al héroe de la noche, el semidiós Hércules. Dio vida al personaje bien asistido por su aspecto físico, más bien robusto, y por su voz de timbre viril, emisión generosa y bello timbre. Mostró una capacidad dramática suficiente para encarnar matices muy contrastados del complejo personaje. Giuseppina Bridelli —la desdeñada Deianira— y Francesca Aspromonte —la adorada Iole— fueron sus dos mujeres. Cada una totalmente en su papel, dramático la primera, lírico la segunda, las dos sopranos estuvieron perfectamente comprensibles en sus decires y adoraron o detestaron alternativamente al hombre que se escondía tras el semidiós. Anna Bonitatibus, a pesar de estar enferma esta noche, defendió con humos y arrogancia el papel de Juno, la diosa que iba sacando de malos pasos a la pareja de jóvenes enamorados Iole e Illo, el hijo de Hércules. El tenor Krystian Adam fue Illo. Lució un timbre blanco, poco frecuente en la actualidad, y muy apropiado para mostrar su enamoramiento y, a la vez, su sumisión ante su padre. Fue expresivo y dramáticamente muy correcto y afín con su papel.

Dos artistas destacaron en los papeles secundarios. El bajo Luca Tittolo defendió los roles de Neptuno y la sombra del rey Eutiro con seriedad y elegancia; su timbre aterciopelado reforzó el carácter mágico del cuento. Emocionó la presencia en la distribución del veterano Dominique Visse en el papel de Licco. El artista prodigó con su inmensa presencia en escena, y también su órgano vocal, muy bien conservado, a dar del paje de la infortunada Deianira una versión de gran altura.

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