Falstaff en Nueva York

Marie-Nicole Lemieux (Mrs. Quickley) y Michael Volle (Sir John Falstaff) en el Met © Karen Almond

Marzo 29, 2023. El Metropolitan Opera House de Nueva York presentó Falstaff, de Giuseppe Verdi: una obra maestra de la literatura operística italiana, la última partitura escrita por el compositor y que es uno de los grandes e imprescindibles títulos del repertorio. La producción fue una reposición de la estrenada en 2013 de Robert Carsen, que traslada el contexto original y sitúa su concepto en la década de 1950. 

Con una estética vistosa, brillante y colorida —muy al estilo de Carsen—, esta propuesta reubica todas las escenas de la trama a espacios distintos a los establecidos originalmente en el libreto, pero que le dan una lectura igualmente propositiva y vigente al argumento. La gran escena final del segundo acto se sitúa, por ejemplo, en la gran cocina de la mansión de Alice y Ford. Si bien es aquí donde encontramos mayores discrepancias con el libreto —no hay, por ejemplo, ningún laúd ni ningún biombo, a pesar de ser mencionados en el texto, lo que ocasionó que estas frases carecieran totalmente de sentido—, es también una de las escenas con mayor movimiento visual y que resulta dinámica y ágil. El concepto de Carsen logró acercar al siglo XX los estereotipos decadentes claramente marcados en las voluntades originales de William Shakespeare y también presentes en el libreto de Arrigo Boito. 

El reparto cumplió y sacó adelante la función de manera redonda. Michael Volle triunfó como el caballero Falstaff, con total domino del personaje, sus colores y sus matices. Si bien el agudo puede percibirse ligeramente estrecho, y la emisión de algunas vocales podría criticarse de no ser puramente italiana, hizo gala de sus dotes histriónicas y de su vis cómica. Christopher Maltman como Ford logró crear un personaje con buenas texturas y contrastes, aunque careció de lo que podría llamarse el verdadero timbre de “barítono verdiano”. El agudo final del aria ‘È sogno o realtà?’ del segundo acto estuvo tenso y calante, pero compensó con un muy buen rendimiento actoral. 

Ailyn Pérez interpretó a Alice con voz mayormente metálica, con buen squillo pero con constantes desfases musicales, si bien algunos muy pequeños, que demuestran carencia de ensamble con orquesta y elenco. La Quickly de Marie-Nicole Lemieux destacó por su seguridad musical, ya que conoce el rol a la perfección y es la más segura del reparto en sus breves intervenciones a manera de comentarios o bocadillos. Suele abusar de la voz de pecho lo que, en su caso, sale de contexto, y ello repercute en la falta de homogeneidad en los registros. Su timbre es más de mezzosoprano lírico que de contralto, y eso trajo como consecuencia que en algunos de los concertantes se le escuchaba poco en comparación al resto del reparto. 

Escena de las «Merry Wives of Windsor» en el Met © Karen Almond

La Nanetta de Hera Hyesang Park fue sutil, llena de colores y con gran soltura escénica. Resolvió con musicalidad y fraseo el complejo personaje con un canto refinado y de buen gusto. El único pero sería, tal vez, que no cantó un verdadero pianissimo filado en el agudo final de la frase “Anzi rinnova come fa la luna”. Jennifer Johnson Cano como Meg Page brindó una muy correcta interpretación, aunque con problemas en la pronunciación italiana, al igual que el Bardolfo de Chauncey Packer y el Pistola de Richard Bernstein, claramente faltos de italianità, lo que es una carencia grave al tratarse de estos dos personajes, cuyo principal dinamismo musical es, a la vez, el actoral. 

El Cajus de Carlo Bosi se escuchó constantemente metálico y abusó del canto hablado. Si bien el personaje puede requerir de este recurso en ocasiones específicas, no debería emplearse como elemento constante. Como Fenton, Bogdan Volkov abordó con elegancia el personaje, con un timbre redondo de tenor lírico-ligero, sin habernos obsequiado necesariamente una interpretación muy inspirada de su gran aria ‘Dal labbro il canto estasiato vola’. 

Daniele Rustioni dirigió una lectura correcta y compacta, con menores descuadres en los ensambles y con tempi que en ocasiones se percibieron como demasiado veloces y que ocasionaron inestabilidad. Durante los últimos compases del primer acto, la orquesta del Met sonó completamente desfasada, debido a la elección de tempo de Rustioni. El mejor momento de la velada fue, definitivamente, la fuga final ‘Tutto nel mondo è burla’, que se coronó no solo como uno de los momentos más brillantes de la velada, sino que lo es de toda la literatura operística verdiana.

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