Florencia en el Amazonas en Nueva York
Noviembre 16, 2023. Los míticos candelabros del Met comienzan a menguar su luz mientras se alzan silenciosos, anunciando así la tercera llamada. El director Yannick Nézet-Séguin entra con paso seguro hacia el podio mientras el público irrumpe en aplausos. La energía del director es siempre optimista, sonriente, no importando qué drama aguarda la partitura en turno. Es contagioso y nosotros nos dejamos llevar por su ímpetu. La sala guarda silencio y antes de alzar la batuta, alguien del público grita jubiloso: “¡Viva la ópera en español!”
El director, respondiendo al tono festivo del fervoroso asistente, aunque probablemente sin entender lo que ha dicho, responde con una amable sonrisa mientras el púbico vuelve a romper en aplausos y vítores. Así comienza una velada que ya es, antes de los primeros acordes, un éxito per se. Esta ópera del compositor mexicano Daniel Catán es un hito, es verdad, pero también el inicio de una presencia más importante de artistas y compositores de otras idiomas y naciones en la escena operística de Nueva York. Una puerta abierta que seguramente otros autores cruzarán en el futuro.
Florencia en el Amazonas es la primera ópera cantada en español en los últimos cien años de vida del teatro y la tercera en este idioma. Una ardiente espera, si se me permite el guiño a la última ópera compuesta por Catán (Il postino, de 2010), que nos impacientaba desde que el Metropolitan Opera House anunció la cartelera en curso.
Es loable el rumbo que ha tomado la institución desde que Nézet-Séguin tomó la dirección musical. No exento, por supuesto, de críticas por parte de gente del patronato y patrocinadores que decidieron retirar su apoyo, el director y el consejo directivo del teatro han decidido seguir con un plan de apertura a nuevas obras que permite ampliar no solo su repertorio sino también afianzar su papel como institución pionera en el mundo de la ópera.
En la puesta en escena de Florencia… sorprende el gusto refinado por los decorados y una sobriedad que, sin embargo, alude perfectamente al realismo mágico que impera en el libreto escrito por Marcela Fuentes-Beráin. Con recursos que bien pudieran realizarse ya hace muchos años, a excepción de la multimedia, la puesta en escena de Mary Zimmerman es mágica. Una propuesta sobria, sin excesos y aun así elocuente, que permite centrar la atención en los personajes y su desarrollo a lo largo de los dos actos que componen la ópera. Un bote sugerido por apenas unos cuantos elementos que se movían de posición, pues lo que importa aquí es el viaje; un río azul profundo flanqueado por una selva amazónica de verde vivo por el que navegamos junto a los personajes; los exóticos animales del Amazonas, marionetas manejadas por los mismos marineros; elementos de la naturaleza como el agua, representados por maravillosos vestidos azules con los cuales los bailarines evocan la trágica tormenta que hunde el bote al final del primer acto.
Todo esto mientras aves exóticas cobran vida en mágicos vestuarios realizados por Ana Kuzmanić nos invitan a sumergirnos en un mundo mágico, teatral, fantástico y efectivo para vivir la historia que la partitura de Daniel Catán nos ofrece. Sin duda los ecos a la obra de Gabriel García Márquez están presentes, no solo de El amor en los tiempos del cólera, sino de todo su universo literario, recordándonos desde la música de Catán el destino de los amores contrariados.
Un acierto desde el punto de vista cultural y por el lugar donde se presenta la obra, me parece el uso del supertitulaje incluido entre la frondosa selva que enmarca el drama. Entre los follajes se puede leer a ambos lados la traducción al inglés de la ópera completa. Si bien con algunos inconvenientes en el primer acto, puesto que de un lado no podía leerse y resultaría imposible entender para toda una sección del teatro, es algo que seguramente se resolvería en una siguiente presentación. En el inicio del segundo acto hay algunos atisbos artísticos al usar el supertitulaje de manera creativa, utilizando la traducción como ecos gráficos que se multiplican en el escenario durante el aria que da inicio a la segunda parte de la ópera. Esta decisión sobre el supertitulaje incrustado en la escena es un acierto político, ya que invita a la audiencia local a perder el miedo a óperas presentadas en un idioma acaso ajeno en su acervo cultural. Esto permite al espectador sumergirse en el drama sin necesidad de estar dividido entre la pantalla frente a su asiento y la historia que sucede en escena, cosa que por otra parte sucede en el resto de óperas del teatro.
El elenco para el estreno fue de primer nivel y de grandes promesas para otros en su debut. Tal es el caso, en primer lugar, de Ailyn Pérez, de quien podemos recordar su debut en la tradicional Bohème del Met, y quien se ha convertido en una de las figuras más relevantes de la escena actual. Su capacidad para llenar el escenario, incluso cuando el drama se desarrolla en otros personajes, es descomunal. Un acierto a nivel escénico e interpretativo. Los filados de espalda al público son realmente sorprendentes, aun considerando que el follaje amazónico flanquea como una caja acústica su voz. La articulación es impecable y sobrepasa las dificultades acústicas que representa la suntuosa orquestación de la partitura. La claridad de su voz otorga una fuerza dramática que conmueve.
Asimismo, la voz de Nancy Fabiola Herrera es el complemento perfecto para esta dupla de mujeres en la ópera. Herrera, en el rol de Paula, es capaz de sacudirnos son su sola emisión vocal, dando un dramatismo al personaje que se desarrolla como una mujer segura de sí, pero susceptible a la fuerza del personaje de Florencia Grimaldi. Es potente, pero sin opacar al personaje principal.
La batuta de Yannick Nézet-Séguin es emocionante, apasionada y en muchas ocasiones se le vio y escuchó inmerso en el mundo sonoro de la partitura, acaso confiando sin miedo en las capacidades de las voces de traspasar ese muro sonoro que representa la partitura de Catán. Y es que la música es hipnótica por momentos, seductora todo el tiempo y con reminiscencias a autores que conforman el gigante sobre el cual Daniel Catán anda sobre sus hombros. La suntuosidad de la orquestación en ocasiones nos recuerda a compositores como Puccini, aunque con notables sonoridades místicas y de ensueño que nos remiten al realismo mágico que buscaba el autor en esta obra.
Notable es el trabajo del personaje de Riolobo, interpretado por Mattia Olivieri, para quien el papel representa su debut en el Met. Un barítono sólido que técnicamente podía con el papel a nivel interpretativo, pero también vocal, pues hay que hacer hincapié que la partitura de Catán es un reto para todas las voces. La propuesta escénica de la ópera me ha parecido maravillosamente resuelta. No es una puesta en escena sobrecargada y los símbolos al cólera que azota el Amazonas, con los hombres vestidos de negro haciendo referencia a los médicos de la peste de siglos precedentes, mientras arrastran féretros por el río es conmovedor. Al final, Florencia Grimaldi canta para ella, para Cristobal, su eterno amor, su gran actuación. La Grimaldi, una Isolda cuya muerte, más que un fallecimiento, es una transfiguración, una disolución en la esencia de su amado cazador de mariposas.
Sin duda alguna el estreno de Florencia en el Amazonas es un logro emocionante para la agenda del teatro; un honor para los que han participado en esta producción y por supuesto para la señora Andrea Puente-Catán, fiel protectora de la obra del compositor, mujer que orgullosa asistía al estreno de esta maravillosa obra musical.