Francesca da Rimini en Berlín

Escena de la producción de Christof Loy de Francesca da Rimini de Riccardo Zandonai en la Deutsche Oper de Berlín © Monika Rittershaus
Noviembre 14, 2025. Aparte de ser Gabriele D’Annunzio una figura literaria y política importantísima en su momento, sus finanzas estaban siempre al borde, con gastos excesivos contra ingresos a veces no tan suficientes como los que él esperaba.
Tito Ricordi, hijo de Giulio, fundador de la editorial musical más importante, pensó que con Francesca da Rimini se podía crear una ópera que revolucionaría el género. No hay que olvidar que la obra original no solo es larga, sino inmensa. Pero Ricordi se ocupó personalmente de reducirla a una cuarta parte del original, cosa que sorprendió gratamente a D’Annunzio.
Así nació una obra no siempre bien entendida, no porque cae entre períodos, sino por las pretensiones (en este caso bien justificadas) de D’Annunzio. Los paralelos con Tristan und Isolde de Richard Wagner no solo son claros, sino que D’annunzio deseaba que su obra siguiera los pasos de Wagner. Por eso, luz y sombra son dos de los aspectos más importantes que se entremezclan con la acción: Paolo en su monólogo canta ‘Nemica ebbi la luce, amica ebbi la notte’ (“Tenía la luz por enemiga y la noche por amiga”).
Si la obra en sí es compleja y cargada intelectualmente, ¿cómo encontrar un compositor que haga justicia a estas premisas? D’Annunzio no deseaba caer en el verismo, ni tampoco en el neoclacisismo. Es lógico que deseaba un compositor fuera de esos moldes. En esa historia apareció el joven compositor Riccardo Zandonai, nacido en 1883 en Borgo Sacco, Rovereto (en lo que entonces era parte del Imperio Austro-Húngaro), y ya plenamente experto en Wagner.
Entre sus profesores se encontraba Pietro Mascagni. Zandonai completó sus estudios en Pésaro en tres años, una proeza, ya que se requieren nueve. El resultado de su composición está entre Tristan y el verismo y se adapta perfectamente a la tragedia de D’Annunzio. La pregunta acerca de este joven y talentoso compositor es directa y lascerante: ¿cómo es posible que luego de tal éxito en 1913 ninguna de sus óperas posteriores haya alcanzado siquiera reconocimiento? ¿Alguien recuerda La coppa del re?, ¿L’uccellino d’oro?, ¿Il grillo del focolare?, ¿Conchita?, ¿La via della finestra?, ¿Giulietta e Romeo? ¿I cavalieri di Ekebù? ¿Giuliano? ¿Una partita? ¿La farsa amorosa? ¿Il bacio?… Hay suficiente para leer y justificar esto en varias publicaciones, pero esta crítica no es el lugar más adecuado, así que lo dejaré en manos de aquellos lectores que deseen profundizar en la obra de Zandonai.
La Deutsche Oper de Berlín sabe arriesgar en cuanto a repertorio, y con Francesca da Rimini arriesgó bastante. En un periodo donde se estrenaba una nueva producción de (¡justamente!) Tristan und Isolde, y aun con un público que es fiel al teatro, era imposible llenarlo, pero pasar por encima de un aforo de 75 por ciento da para calificar como heroico el comportamiento de este público. Y no es que la música sea desagradable: al contrario, Zandonai es experto en crear atmósferas llenas de tensión dramática, pero agradables al oído. Hay algo que Zandonai tiene en común con muchos compositores de este periodo, y son las tesituras.
Recuerdo hace más de 40 años haber visto esta obra por primera vez en el Met neoyorkino con Renata Scotto (entonces la reina indiscutida del Met) y Plácido Domingo, bajo la dirección de James Levine. Y si recuerdo algo de esta función es que me pareció que las tesituras eran crueles para ambos roles principales. El volumen de la orquesta era tal que daba una sensación de que a la que le faltaba equilibrio, a pesar de ser muy dramática.
Franz Schreker, Alexander von Zemlinsky y hasta Richard Strauss ponían las tesituras tenoriles (y en algunos casos las de soprano, como en Daphne) por las nubes, y no importaba quien era el tenor (o la soprano, en menor grado), siempre suenan al límite y con agudos apretados.

Escena de Francesca con su amante Luigi il Bello © Monika Rittershaus
El tenor mexicano Rodrigo Garull lució una figura atractiva y cantó su difícil parte con bravura y sin problemas. Su Paolo il Bello fue creíble, sabiendo de antemano que presentándose frente a Francesca constituye una traición. En cambio, Francesca es una joven que es engañada de la forma más cruel, y su reacción frente a tal situación la convierte en una figura complicada.
Si bien su marido Giovanni lo Sciancato (el lisiado, o minusválido), interpretado por Ivan Inverardi, no es un personaje malvado, tiene ciertos paralelismos con Tristan und Isolde. Giovanni representa la figura del Rey Marke, a quien Tristan (Paolo) le ofrece la mano de Isolda (Francesca), luego de haberla ido a buscar a Irlanda. Pero los personajes de D’Annunzio son diferentes: sienten en forma diferente y se comportan, por ende, en forma diferente.
Ekaterina Sannikova lució bella, seductora y también furiosa como Francesca, un torbellino de pasiones. Zandonai reserva un dúo muy especial y conmovedor entre Francesca y su esposo Giovanni. Mientras que la Sannikova posee una voz poderosa y por momentos lascerante, su tono y color son más que adecuados a los vaivenes anímicos por los que pasa creando un personaje lleno de vida y de furia. Por su parte, Inverardi, en este caso mucho menos deformado que lo que requiere el texto, causó una excelente impresión con una voz cálida y una actuación medida y simpática; lo contrario de su hermano Malatestino dall’Occhio, una suerte de Iago nada simpático. Excelente estuvo Thomas Cilluffo en este rol odioso, lleno de complejos creados por estar enamorado de Francesca (como los tres personajes principales) y por ser mucho menos atractivo. Lucy Baker convenció como la esclava Smaragdi, con una voz de contralto bien colocada.
La producción de Christof Loy no cae en los comunes excesos de Regietheater, disponiendo de una acción fluida donde los personajes actúan como lo que son y representan. Lo más dificil (y también recuerdo que lo fue en el Met) fueron las intrusiones durante pasajes íntimos (como el segundo encuentro entre Francesca y Paolo en el segundo acto) del conflicto entre güelfos y gibelinos. En este caso, Loy fue ayudado por una escenografía moderna pero evocativa. La lucha fue mostrada por detrás de la acción principal, en otro salón grande y al exterior, con los güelfos y gibelinos —indistinguibles— peleando unos contra los otros vestidos de traje y corbata.
Pero fue la escena final la que más atrae, con la gran entrada de Giovanni para matar a los dos amantes. Loy no se mete con ideas controversiales, sino que deja que la acción hable por sí sola. Excelentes, todos los roles del enorme reparto, dirigidos con maestría, buen estilo y sin demasiado bochinche orquestal por otro mexicano, Iván López Reynoso, con mano segura, buen sentido del fraseo, de los solistas orquestales y por sobre todo del volumen. ¡México estuvo muy bien representado!