Giulio Cesare en Bari

Escena de Giulio Cesare in Egitto de Georg Friedrich Händel en el Teatro Petruzzelli de Bari © Clarissa Lapolla

 

Septiembre 21, 2025. La ópera se llama Giulio Cesare in Egitto, pero en realidad el propósito de su arribo no era conquistar sino calmar una situación inesperada. El Rey Pompeo (enemigo de Giulio Cesare) ha sido asesinado por Tolomeo, hermano de Cleopatra, quien es un adolescente ambicioso que le presenta la cabeza del ex Rey a través del victorioso general Achilla.

Esto deja a su viuda Cornelia y a su hijo Sesto llenos de ira y buscando venganza, aliándose con el general romano quien, a su vez, está disgustado con la situación creada por Tolomeo. Así, Georg Friedrich Händel crea un centro dramático en manos de la viuda Cornelia y del hijo Sesto. La ópera está llena de arias bellísimas, tanto para el rol central como para Cleopatra, pero son las escenas tristes, llenas de reflexión de Cornelia, las que conmueven más, casi tanto como las desafiantes e incautas de Sesto.

Solo al final Händel ofrece a Cleopatra un poco de sentimiento verdadero con una escena donde se da cuenta que, sin su amado, su vida no tiene mucho sentido, cantando un show stopper: ‘Piangerò la sorte mia’.

La ópera fue estrenada en Londres el 20 de febrero de 1724, pero fue revisada por el propio Handel en 1725, 1730 y 1732. Por ejemplo, Nireno, el fiel y divertido sirviente de Cleopatra, recibe una aria (‘Tutto può donna vezzosa’) en la revision de 1730. Debo decir que, desde mi infancia en Buenos Aires, fui un admirador de Händel, limitándome a una grabación de Messiah dirigida por Hermann Scherchen con la London Symphony Orchestra que mi padre había comprado.

Años después, conseguí la grabación de Sir Colin Davis con la misma orquesta, pero con tempi y un estilo totalmente diferente, y un elenco que hasta hoy es mi favorito. El Teatro Colón puso una versión súper tradicional en 1968, con Norman Treigle como César, Franz Crass como Tolomeo, Maureen Forrester como Cornelia, Peter Schreier como Sesto y Beverly Sills en su mejor momento, dirigidos por Karl Richter. Si el lector los reconoce, sabrá que fue un elenco impresionante. Todavia recuerdo al cornista Güelfo Nalli tocar el corno obbligato con gran maestría en ‘Va tacito e nascosto’.

Siendo lo menos auténtico posible, la ópera marcó un punto fundamental. Händel se podía codear con Puccini y Verdi y llenar el teatro. Una vez residente en Gran Bretaña, no pude evitar mi entusiasmo yendo a ver cada ópera que se daba en Londres o sus alrededores, y así pude ver Deidamia, Semele, Serse, Samson, Alcina, Ariodante y más tarde de una excepcional Agrippina en la English National Opera.

 

Rafaelle Pe (Giulio Cesare) © Clarissa Lapolla

 

Años más tarde descubrí Giustino en Berlín, en alemán, en una inolvidable producción de Harry Kupfer y, en el mismo teatro vi Poro, la última producción del afamado Kupfer. Aun así, Händel no es para todos: es un representante de una época dorada en la ópera y también de la sociedad en que vivía. Sus obras contienen un epílogo moral, una lección, como el “gran finale” de Don Giovanni: ‘Questo è il fin di chi fa mal’. Giulio Cesare in Egitto no es una excepción: el coro en la escena final incluye a Achilla y a Tolomeo (muertos durante la ópera), como si fuese un “All’s well that ends well”. Hoy no se tienen esos problemas de aceptación y, si uno posee una mente amplia, no hay mejor forma de introducir al nuevo händeliano a través de la más irreverente, humorosa, desafiante y mejor cantada y dirigida de todas las producciones que he visto hasta la fecha, o sea: Glyndebourne/McVicar/Christie, 2005.

A falta de un DVD con esa producción, y en apoyo a las funciones en vivo, que son indispensables, hoy se debe lidiar con directores de escena que tienen otras ideas acerca de la obra. La producción de Damiano Michieletto no es nada divertida, es bastante lúgubre, concentrándose en efectos visuales que despiertan en el espectador ideas de cómo se sienten los personajes en esas situaciones. Quizás la imagen más reveladora ocurre durante la obertura. Giulio Cesare (vestido de traje y camisa sin corbata) aparece desde un fondo negro tratando de avanzar, pero es impedido por bandas elásticas rojizas atadas a su cuerpo que limitan sus movimientos. Es una imagen reveladora de un hombre entorpecido por costumbres, tradiciones y pactos que reducen su campo de acción.

En otras escenas, las rojizas líneas estilo láser se agrupan a un costado aparentando ser impenetrables, dejando la impresión de que se necesita un hombre decidido a usar su poder para cortar ese nudo gordiano. El pasado triste se hace presente con frecuencia a través de tres mujeres semidesnudas que caminan lentamente por detrás, reflejando el dolor de Cornelia y de su hijo Sesto, pero también haciendo saber al público que la muerte esta siempre presente. La escenografía es de buen gusto, con paneles blancos que construyen una caja, con un fondo negro por donde aparece la imagen (viva) de Pompeo y también las mujeres desnudas, que luego pasean sus mensajes cerca de los personajes centrales. Los paneles revelan puertas a un costado, y a través de ellas aparecen los personajes principales. Nada para quejarse con esto.

No habrá la Personenregie de los grandes régisseurs del pasado, pero hay movimientos bien logrados, como por ejemplo la gran escena (una de las muchas) de Cleopatra ‘Non disperar; chi sa?’, donde se le ve tratando de elegir una peluca adecuada de entre las muchas a su disposición. Su gran escena final la encontró cabizbaja y semipostrada, al cantar ‘Piangerò la sorte mia’.

Es hora de hablar del elenco. Raffaele Pe es un contratenor establecido y demostró su poder de comunicación presentando a Giulio Cesare como un hombre frustrado, forzado a hacer cosas que no le convencen y otras que sí, como coquetear con Cleopatra. Su voz es grande, considerando que es un contratenor, y llenó el teatro, de vez en cuando forzando y perdiendo color para dar más expresión, pero siempre manteniendo un excelente nivel. Sandrine Piau fue una Cleopatra dulce, lírico-ligera, mostrando una voz capaz de lidiar con las más complejas coloraturas händelianas. Lució una atractiva figura en escena y se movió en forma convincente.

 

Sandrine Piau (Cleopatra) © Clarissa Lapolla

 

Como es costumbre, el rol de Cornelia fue muy conmovedor y concentró la atención del público mucho más que cualquier otro. Sara Mingardo posee una voz cultivada, de bello color y muy expresiva, y sus grandes escenas fueron puntos muy altos durante la velada. Giuseppina Bridelli fue un ardiente, impaciente Sesto, listo a tomar las armas. Su canto tuvo la virtud de sonar joven e impetuoso, además de poseer una buena técnica.

No hay que olvidar que Tolomeo es un adolescente y por eso su poder se hace mucho más impredecible y peligroso. ¿Cómo encontrar un adolescente contratenor? Filippo Mineccia, también vestido de traje gris claro, tuvo la virtud de poseer una voz más dulce, más liviana y así, con su voz nos hizo creer que era un adolescente. Muy buen canto por parte de Mineccia y buena actuación, llena de desparpajo.

Gustó mucho el Achilla del bajo Davide Giangregorio, y también Angelo Giordano como el fiel sirviente Nireno, ambos cantando con buen estilo y buena técnica. Domenico Apollonio como Curio completó muy bien un elenco parejo.

Queda la dirección de Stefano Montanari. Se debe decir que la orquesta del Teatro Petruzzelli es de muy buena calidad, adaptándose a todo estilo, y Händel no fue una excepción. Sonó bien, liviana y siempre con una transparencia que dejó escuchar e integrar a los cantantes al drama en escena. A aquellos que crecimos con el Händel inglés (post Malcolm Sargent), el Händel de Montanari resultó más bien lento, pero siempre bien fraseado, quizás con un poco más de chispa, y un ataque más enérgico hubiera imbuido más energía y elevado el contraste entre las escenas más introvertidas y las más dramáticas. Un buen espectáculo, sin embargo.

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