Grisélidis en París

El elenco de Grisélidis de Massenet en versión concierto en el Théâtre des Champs Elysées de París © Marc Ginot

Julio 4, 2023. La sabiduría popular trasciende fronteras, del dicho al hecho el camino parece largo, pero finalmente no tanto. En el compendio icónico del Decamerón de Giovanni Boccaccio trascendió la fábula para ser un espejo moral y educativo. Entre las historias maravillosas de damas y trovadores, monjes y mendigos, está aquella de la noble Griselda, marquesa y pastora de Saluzzo. 

La pequeña ciudad del Piamonte, cobijada por los picos altivos de los Alpes Italianos, es una joya del Medievo y uno de los cerrojos estratégicos de Italia. El Marquis de Saluces buscaba en esos tiempos una esposa, tras un día de placeres cinegéticos, el marqués cruzó a la modesta pastora Grisélidis y, flechado de inmediato, la desposó y la volvió marquesa. El tiempo pasó deshilando los listones de amor que otrora fueron de mil colores. El marqués decidió poner a prueba a su esposa, la mandó de nuevo a los bosques y su humilde cabaña, y así la bella Griselda probó su pureza y virtud.

La historia de Griselda ha inspirado multitud de óperas. Desde Giovanni Bononcini y Alessandro Scarlatti, hasta Antonio Vivaldi. Jules Massenet se interesó en el relato medieval de Boccaccio a finales del siglo XIX. Cuando Grisélidis se estrenó en la Opéra Comique en 1901, Massenet inauguró una serie de óperas de inspiración medieval y un lenguaje de gran destreza en la mezcla de géneros. Sus obras subsecuentes, Le jongleur de Notre-Dame, Amadis y Don Quichotte, mantienen esa energía ambivalente que le da un relieve particular a la construcción de los personajes y de la intriga. 

Grisélidis adapta a Boccaccio con un dejo de autenticidad que lo acerca del relato medieval sin la moralina burguesa del primer siglo XX. La omnipresencia del combate del bien y del mal no limita la universalidad arrolladora del libreto. La apoteosis final llega naturalmente sin artificios. 

Para terminar el décimo festival Palazzetto Bru-Zane de París, la nueva producción de Grisélidis fue la cumbre de la temporada. Reuniendo un elenco intensamente implicado en la interpretación a pesar del formato concertista, Alexandre Dratwicki, nos regaló por fin una Grisélidis restaurada. 

Thomas Dolié (Le Marquis) et Vannina Santoni (Grisélidis) © Marc Ginot

Vannina Santoni tiene las cualidades técnicas y artísticas para un papel tan exigente como Grisélidis. Su voz de soprano lírico se desenvolvió sin ninguna dificultad en este repertorio. Nos conmovió e impresionó sin cesar. Esperemos que las producciones del Palazzetto Bru-Zane sigan programándola y que vuelva a darle vida a los personajes más interesantes del repertorio francés.

El marqués, esposo cruel de la noble Griselda, fue el extraordinario barítono Thomas Dolié. Si se pudiera definir la voz como una textura, la suya sería un terciopelo de seda de un color profundo y brillante al mismo tiempo. Tanto en el barroco como en el repertorio decimonónico, Dolié siempre triunfa con la precisión de sus interpretaciones a pesar de la exigencia de algunas partituras. 

No obstante, la estrella de la noche fue el inenarrable Diablo de Tassis Christoyannis. Barítono de agilidad fantástica, se llevó la obra por la ambivalente destreza de su interpretación teatral y musical. Con la gracia histriónica de un fabuloso actor, cambió de registros —del terrorífico demonio al otoñal amante epicúreo digno de Offenbach—, sobre todo en las escenas con su mujer, Fiamina.

Tassis Christoyannis como Le Diable © Marc Ginot

Esta última fue Antoinette Dennefeld, a quién ya habíamos apreciado mucho hace algunos años en Les mousquetaires au couvent de Louis Varney en la Opéra Comique. La soprano ofreció a la música de Massenet una claridad fascinante y al papel de Fiamina una picardía arrolladora.

Cabe también mencionar a la fabulosa Adèle Charvet, que nos hizo vibrar con su aria ‘En Avignon, pays d’Amour’. Una versión de antología, poética y de un relieve musical sin precedentes. Esta soprano cantó el rol de Bertrade con una naturalidad impresionante y sinnúmero de colores.

Entre los papeles secundarios, mencionemos a los excelentes barítonos Adrien Fournaison (Gondebaut) y Thibault de Damas (Le Prieur), un par de bellísimas voces. Desgraciadamente, el Alain del tenor Julien Dran no logró cautivarnos con una voz poco llamativa y algo nasal.

La noche también se la llevaron los músicos increíbles del Coro y la Orquesta nacional de Montpellier Occitanie. En ningún momento hubo un desliz armónico ni una ruptura en el ritmo, todo rebosante de colores dignos del lienzo de Massenet. Jean-Marie Zeitouni dirigió a todo el elenco como un capitán apasionado en un océano de poesía, energía y la dinámica irresistible de la sinceridad. Que vuelva pronto este genial director a llevarnos con ese talento a todos los horizontes de la música. 

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