Henri VIII en Nueva York

Escena de Henri VIII de Camille Saint-Saëns, en la producción de Jean-Romain Vesperini para el Bard Festival de Nueva York © Stephanie Berger

Julio 23, 2023. Con toda la pompa y una gran afluencia de público que colmó la sala del teatro Sosnof del Fisher Center at Bard, en Annandale-on-Hudson, se presentó Henri VIII de Camille Saint-Saëns, composición lirica de corte historicista basada en el drama de juventud El cisma en Inglaterra del poeta y dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca y libreto de los franceses Léonce Détroyat y Paul-Armand Silvestre. 

Estrenada en la ópera de Paris en 1883, supo disfrutar de gran éxito en su tiempo, para luego caer injustamente en el olvido hasta hace pocos años, cuando surgió la idea de su reposición, con motivo de los festejos previstos para el centenario de la muerte de Saint-Saëns. Con una música de elaboradísima hechura, la ópera aborda, a través de un libreto anticuado, ampuloso y teatralmente poco funcional, el divorcio del rey inglés Enrique VIII de su esposa, la reina española Catalina de Aragón, y el ascenso al trono de Ana Bolena, hecho que traería aparejado el cisma entre Roma y la iglesia inglesa, al mismo tiempo que pone en el tapete otros temas satélites como el absolutismo, la separación entre iglesia y estado, el divorcio y la posición de la mujer frente al hombre. 

Amanda Woodbury (Catherine d’Aragon) y Alfred Walker (Henri VIII) © Stephanie Berger

Vocalmente, la propuesta no pudo ser más efectiva ni mejor servida. Como el autoritario e inconstante protagonista, el barítono americano Alfred Walker ofreció una caracterización de gran prestancia escénica y contundencia vocal, con unos medios de considerable caudal, ricos en variedad de colores, de línea siempre controlada y de amplio y homogéneo registro. Su introspectiva ‘Qui donc commande quand il aime’, así como su confrontación con el legado pontificio fueron solo algunos de los muchos momentos de gran lucimiento de un intérprete cuyo inmenso capital vocal no dejó de asombrar. 

Personaje central en la trama y a quien el compositor le reservó algunos de los mejores pasajes musicales de su composición, la Catherine d’Aragon de Amanda Woodbury fue un dechado de virtuosismo. Cantante exquisita e interprete refinada, la soprano americana hizo gala de una voz de gran calidad, excelente emisión, facilidad para abordar los agudos y un canto intencionado, dúctil e impregnado de delicadezas. 

Completó el triángulo amoroso la mezzosoprano americana Lindsay Ammann, quien delineó una ambiciosa e intrigante Anne Boleyn de con un timbre aterciopelado, graves profundos y opulentos y un canto de gran seducción. Asimismo, retrató con gran convicción el carácter y los sentimientos de la amante y futura consorte del rey. 

Lindsay Ammann (Anne Boleyn) and Josh Lovell (Don Gómez de Feria) © Stephanie Berger

Como su enamorado no correspondido, el joven tenor americano Josh Lowell fue una de las grandes sorpresas de la representación y uno de los más celebrados por el público. Tenor lírico de apreciable valor, ya desde su entrada conquistó por su exquisito canto legato, noble fraseo, musicalidad a flor de piel y perfecta dicción en una caracterización memorable del embajador español Don Gomez de Féria. Muy solvente también el desempeño de Rodell Rosel, el otro tenor del elenco, como Le comte de Surrey. Aportaron calidad vocal y mucho oficio los bajos Harold Wilson, Christian Zaremba y Kevin Thompson como Le duc de Norfolk, le Cardinal Campeggio y Cranmer, le archevêque de Cantorbéry, respectivamente.

El resto de los roles secundarios fueron cubiertos con gran profesionalismo por integrantes de la compañía. El coro, a quien el compositor —y a la usanza de la grand opéra française— reservó importantes intervenciones, mostró una gran preparación y equilibrio bajo la atenta mirada de su director James Bagwell. A cargo de la vertiente musical, el eximio director suizo-americano Leon Botstein hizo justicia a la bellísima y poderosa música de Saint-Saëns, dirigiendo a los músicos de la American Symphony Orchestra con precisión, buen pulso dramático, cuidada concertación y gran comunión con los intérpretes vocales.

De gran acierto, la producción moderna —pero sin sobresaltos— que firmó el regista galo Jean-Romain Vesperini logró que la acción fluyese a pesar de la lentitud el libreto, ofreciendo un espectáculo visualmente atractivo y teatralmente muy dinámico. Los efectivos decorados de Bruno de Lavenère, el cuidadoso tratamiento lumínico de Christophe Chaupin y el bellísimo vestuario diseñado por Alain Blanchot dieron un marco magistral a un espectáculo inmejorable desde todo punto de vista.

Compartir: