I puritani en Cremona

Escena de I puritani de Vincenzo Bellini en la producción de OperaLombardia en Cremona © Andrea Butti

 

Diciembre 6, 2025. Aunque I puritani de Vincenzo Bellini es una ópera italiana de principio a fin, fue concebida en París, en pleno auge de la grand opéra. Bellini estudió minuciosamente a Giacomo Meyerbeer y a Fromental Halévy, anotando en sus apuntes personales ciertos “efectos” orquestales que deseaba imitar y otros que buscaba evitar. De ahí que la partitura, especialmente en el tercer acto, muestre pasajes orquestales inusualmente ricos para él, con un diseño del clímax más cercano al gusto parisino de la época que a sus raíces sicilianas.

El joven Vincenzo, de apenas 33 años, compuso la obra en medio de tensiones políticas y una profunda crisis personal, tan solo unos meses antes de su prematura muerte. Aunque ya tenía firmado el contrato para el estreno, todavía no disponía del libreto completo y faltaban numerosos pasajes musicales. Carlo Pepoli, aristócrata boloñés, patriota y poeta refinado, pero totalmente inexperto en teatro musical, firmó el libreto; circunstancia que provocó varios tropiezos en el proceso creativo. Bellini literalmente tuvo que “enseñarle” a escribir para la ópera. La premura era tal que comenzó a musicalizar secciones enteras sobre versos provisionales, algunos de los cuales resultaron, paradójicamente, más “bellos” que los definitivos propuestos por Pepoli. Por ejemplo, Bellini prefirió la versión provisional del célebre dúo ‘A te, o cara’, que conservaba un ritmo métrico irregular para los estándares del teatro italiano.

Previendo toda clase de escenarios, el genio siciliano concibió I puritani como una ópera extraordinariamente adaptable: cuenta con al menos cuatro finales distintos, todos autorizados y supervisados por él. Temiendo la falta de pericia de ciertos cantantes, preparó varias versiones de la cabaletta final de Arturo y de la stretta, desde las más simples hasta las más virtuosas. En su tiempo, esto convirtió el título en una obra flexible para compañías de diverso nivel, una estrategia sorprendentemente moderna. Fue su última composición: Bellini falleció pocos meses después del triunfo parisino y nunca vio la ópera consolidarse en el repertorio ni ser plenamente comprendida en Italia.

El circuito OperaLombardia recupera ahora este título capital del bel canto con una nueva producción que recorrerá cinco ciudades del norte, incluida Cremona, a la que hace referencia esta crítica. La propuesta escénica, firmada por Daniele Menghini, traslada la acción a una violenta comunidad contemporánea dominada por un fanatismo con un pasado “puritano”. La escenografía de Davide Signorini configura un espacio sombrío, donde reliquias del Seicento conviven con objetos actuales: un automóvil real, múltiples armas, globos de helio, un monumental pastel de bodas, sacos industriales de arroz, etcétera. El regista crea así un microcosmos de violencia y culto identitario, reforzado por el vestuario de Nika Campisi, que mezcla elementos clásicos (el vestido nupcial de Elvira, los trajes masculinos) con otros vulgares (Enrichetta en pants, Arturo con tenis Converse el día de su boda). La cuidada iluminación de Gianni Bertoli completa la propuesta escénica.

Menghini ofrece una lectura decididamente contemporánea. Situando el primer acto en una guarida de maleantes que torturan a los “no puritanos”, mientras que en el segundo la atmósfera de locura acontece en el salón de fiestas donde debía celebrarse la boda, con una bola estroboscópica de los años 80 que ilumina el teatro en ‘Vien, diletto’. No obstante, la puesta incurre a veces en divergencias entre la escena y la partitura: momentos de grande belleza y lirismo como ‘Qui la voce’ o ‘Suoni la tromba’ contrastan con imágenes de tortura y ejecuciones que desorientan al público. 

Igualmente discutibles son ciertos elementos, como los globos de helio o un peluche que Arturo entrega a Elvira en el tercer acto. Aun así, la propuesta mantiene una coherencia conceptual de personalidad definida, aunque no siempre alineada con la poesía belliniana. Mención especial merecen los actores que sostienen la escena, en particular Luca Miele y Gabriele Martini, responsables de buena parte de las acciones teatrales, quienes resolvieron la función de forma extraordinaria.

El director italo-ruso Sieva Borzak estuvo al frente de la orquesta I Pomeriggi Musicali. Nacido en 1997, el concertador ofreció una lectura vibrante y minuciosa del estilo belcantista, con tempi generalmente rápidos, concisos y una acentuación incisiva que realza tanto los pasajes más líricos como los más movidos. Mostró precisión en las dinámicas, una messa di voce de manual; así como un fraseo notable en los alientos —en especial los cornos— y un extremo cuidado en el volumen para no cubrir a las voces. El Coro OperaLombardia, preparado por Massimo Fiocchi Malaspina, ofreció una prestación segura y refinada.

 

Maria Laura Iacobellis en la escena de la locura de Elvira © Andrea Butti

 

El elenco, formado en su mayoría por jóvenes artistas, mantuvo un nivel decoroso, sosteniendo con dignidad un título especialmente exigente. La mejor de la noche fue, sin duda, Maria Laura Iacobellis. Su timbre aterciopelado y corpóreo, con una emisión homogénea, la convierten en una Elvira sobresaliente por la precisión de la coloratura, la seguridad en las dinámicas y unos sobreagudos luminosos. La escena de la locura, resuelta con fineza expresiva y absoluto control técnico, confirmó su madurez artística y su capacidad para delinear un personaje complejo. El aria ‘Qui la voce’ fue muestra clara de un rol perfectamente interiorizado.

Valerio Borgioni, como Arturo, posee un timbre de gran belleza y muy agradable en el registro central, así como una proyección y colocación notable. Sus agudos son sonoros; sin embargo, suenan algo forzados. Resultó desafortunado intentar el temido Do sostenido sobreagudo en ‘A te, o cara’, emitido de forma brutal y alejado del estilo belliniano. Aun así, su actuación escénica fue muy buena: es un intérprete eficaz.

Como Giorgio, Roberto Lorenzi demostró ser un bajo-barítono sólido y convincente. Ofreció una lectura más relajada del personaje no tanto paternalista, pero igualmente autoritario. Aunque su canto presentó algunas ligeras dificultades, su interpretación en ‘Cinta di fiori’ resultó efectiva. El dueto ‘Il rival salvar tu devi’ junto al Riccardo de Sunu Sun fue muy bien resuelto; pese a las distracciones escénicas, el agudo final que cierra el segundo acto les valió grandes aplausos. Por su parte, el joven bajo surcoreano, de voz oscura y sonora, emisión estable y excelente pronunciación del italiano, fue un elemento sólido. Aunque el rol exige una fineza belcantista que aún no posee del todo, su ‘Ah! per sempre io ti perdei’ fue solvente.

Benedetta Mazzetto (Enrichetta), de timbre atractivo y emisión pulida, destacó pese a lo breve del rol, importante en el desarrollo dramático. Gabriele Valsecchi (Lord Valton) y el tenor Enrico Bassi (Bruno Robertson) cumplieron con sus roles correctamente; este último, indispuesto, actuó en escena mientras un miembro del coro interpretó la parte vocal con estilo fiable y sin afectar la fluidez de la función.

La elección del título fue arriesgada: su extrema exigencia vocal y la complejidad de su diseño melodramático fueron recompensadas con el cálido aplauso del público. La producción confirmó la validez de OperaLombardia.

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