?? Il trionfo del Tempo e del Disinganno en Montpellier

[cmsmasters_row data_width=»fullwidth» data_padding_left=»5″ data_padding_right=»5″ data_top_style=»default» data_bot_style=»default» data_color=»default»][cmsmasters_column data_width=»1/1″][cmsmasters_text]

Puesta en escena de Il trionfo del Tempo e del Disinganno en Montpellier © Marc Ginot

Febrero 12, 2020. Il trionfo del Tempo e del Disinganno (1707) es una obra de juventud de Georg Friedrich Händel (1685-1759). Fue este su primer oratorio que no obtuvo ningún éxito: no se sabe ni cómo ni cuándo ni dónde se estrenó y el texto corrió a cargo del Cardenal Benedetto Pamphili, un hombre de letras, teólogo, poeta y filósofo. Su contenido es, en resumen, una reflexión sobre la influencia del paso del tiempo y con él, la degradación de todas las cosas, en particular de la belleza. Representan esta meditación cuatro personajes simbólicos: Bellezza, Piacere, Disinganno y Tempo. La Belleza, desilusionada, abandona al Placer y, acuciada por la Desilusión, se somete finalmente a las exigencias del Tiempo, pensando ya en la otra vida, la vida eterna.

No debe ser fácil poner en escena un oratorio alegórico como este. Ted Huffman encadenó una serie de buenas ideas para plasmar en imágenes el contenido filosófico de los textos del Cardenal Pamphili. Vistió la Belleza de azul y acompañó el personaje con cuatro parejas de bailarines vestidos de igual manera, representando así a la humanidad entera. Concretizó el paso del tiempo disponiendo en el escenario de una cinta móvil que arrastraba, lentamente, muy lentamente, un mobiliario sencillo: una lámpara y un sofá, corto al principio, que fue alargándose durante la representación. Con ello pudo expresar diferentes momentos de la vida (y de la muerte) del género humano. Un alarde de imaginación y de síntesis bien respaldado por las coreografías de Jannik Elkaer.

Brilló en el foso Thibault Noally, violinista emérito, al frente del conjunto Les Ensembles, por el conocimiento de la obra y el esmero con el que condujo a los cantantes y a sus músicos. Se apreció en particular el tratamiento dado a la última parte de la obra, un larguísimo adagio que mandó ejecutar con gran lentitud y un volumen orquestal y vocal reducido a poquísimos decibelios. El efecto fue sobrecogedor, tanto más cuanto que en su contenido, que encadenó varias arias y momentos instrumentales, se encontraba la célebre melodía que comienza con las palabras ‘Lascia la spina’ que el autor repuso en su ópera Rinaldo, cambiando el texto por ‘Lascia ch’io pianga’, más conocido. Las malas lenguas aseguran que dicho tema musical fue plagiado por el autor, a partir de una obra de Reinhard Keiser, antiguo amigo de Händel.

Si bien los cantantes todos aseguraron con ciencia y arte sus papeles, el mayor trabajo vocal y dramático recayó por voluntad del compositor en la soprano Dilyara Idrisova (Bellezza), que asumió su rol con gran sentido del oficio. Lució un bello timbre, cristalino, con terciopelo, y su dicción italiana fue perfecta. Pasó sin grandes dificultades todas las trabas puestas en su camino por el compositor y salió victoriosa de los múltiples y enrevesados pasajes de coloratura. El trabajo de la barcelonesa Carol Garcia (sin acento en la “i”) fue en algo facilitado por contener en su interior la citada y celebérrima aria ‘Lascia la spina’, que la mezzo catalana interpretó en un tempo lentísimo impuesto por el foso y con el volumen mínimo de voz. Un silencio espeluznante reinó en la sala en aquel momento. Sonja Runje (Disinganno) y James Way (Tempo) llevaron las de ganar. Impusieron seriedad, autoridad y realismo, con gran tino y ganas de quedar bien en la atmósfera lírica, fascinante, de la noche montpelierina. 

[/cmsmasters_text][/cmsmasters_column][/cmsmasters_row]

Compartir: