Dead Man Walking en Nueva York

Ryan McKinney (Joseph De Rocher) y Joyce Di Donato (Helen Prejean) en Dead Man Walking en el Metropolitan Opera de Nueva York © Karen Almond

Octubre 6, 2023. Como parte de la oleada modernizante que en los últimos años ha golpeado al máximo coliseo lírico de Nueva York buscando la renovación de su audiencia, correspondió en esta ocasión a la ópera Dead Man Walking (Hombre muerto caminando) del afamado compositor americano Jake Heggie hacer su ingreso, un tanto tardío, al repertorio de la casa, abriendo con toda la pompa y el glamour habitual su temporada 2023-2024.

La ópera, con libreto del dramaturgo y libretista americano Terrence McNally está basado en el best-seller homónimo y autobiográfico de Helen Prejean, religiosa católica y activista americana por la abolición de la pena de muerte, quien narra en primera persona su experiencia acompañando a reclusos condenados a la pena capital y critica abiertamente el sistema judicial criminal americano. 

El libro también ha servido de base a la popular película del mismo nombre dirigida por el cineasta Tim Robbins en 1985, candidata a cuatro premios Óscar y protagonizada por Susan Sarandon y Sean Pean. Siguiendo la tradición de la ópera inglesa de mediados del siglo pasado, Heggie planteó su ópera prima sin las grandes arias de las óperas tradicionales y sosteniendo toda la acción alrededor de dos personajes principales: el condenado a muerte y la monja confidente, secundados por una veintena de personajes comprimarios que interactúan con los principales planteando situaciones secundarias. 

Con un canto cálido, sentido y lleno de sutilezas, la mezzosoprano americana Joyce Di Donato fue la gran triunfadora de la representación, ofreciendo una composición cautivante de la hermana Helen Prejean, personaje que demostró conocer hasta en sus más mínimos detalles y al que hizo completamente suyo. Le dio buen contrapunto el bajo barítono americano Ryan McKinny, cantante de magníficos medios, quien delineó con total entrega y autoridad un asesino Joseph De Rocher perfectamente creíble, con una voz muy cultivada de rico timbre y un canto rebosante de intencionalidad dramática. 

Susan Graham como la madre del prisionero condenado © Karen Almond

Excelente, la veterana mezzosoprano americana Susan Graham (quien interpretó a la hermana Prejean en el estreno de la ópera en San Francisco en el año 2000) concentró toda la atención en cada una de sus intervenciones, con una monumental caracterización de la suplicante madre del condenado a muerte. Su emotivo alegato en defensa de su hijo, cantado con una voz que aún conserva su rico esmalte y a la que cinceló con desgarradora emoción, hubiese sido capaz de conmover incluso a las piedras. 

Por su parte, la soprano americana Latonia Moore fue una hermana Rose vocalmente deslucida —de voz gastada, línea deficiente y de agudos gritados—, pero con una interpretación atractiva en lo actoral de la compañera religiosa y confidente de la hermana Prejean. Del conjunto de familiares de las víctimas, destacaron el veterano barítono Rod Gilfry, padre de la jovencita asesinada, por su canto de gran severidad y profundidad; y la soprano Wendy Bryn Harmer quien, como su esposa, dispensó un canto solvente y de sentido desconsuelo. 

Del resto de los numerosos personajes secundarios, merecen mencionarse las labores de Chad Shalton y Raymond Aceto como el cura capellán y el guardia de la penitenciaría, respectivamente. Loable desempeño del coro de niños y del de adultos de la casa. Desde el foso, el director de orquesta canadiense Yannick Nézet-Séguin acentuó los ataques dramáticos, sacó buen partido de los momentos líricos, buscó extraer el mejor color musical e intentó impedir que la tensión dramática decayese, dirigiendo una partitura aburrida, falta de vuelo, sosa. Hizo lo mejor que pudo con lo poco que tuvo a su alcance.

La nueva producción minimalista y psicológica encomendada al director belga Ivo van Hove convenció gracias a sus elaboradas marcaciones y al cuidado tratamiento luminoso de Jan Versweyveld. La idea de acercar al público lo que sucedía en el escenario mediante el uso de videos (Christopher Ash), ya sea pregrabados —toda la escena de la violación y los asesinatos— o siguiendo con cámaras portátiles a los protagonistas, fue más lo que distrajo que lo que aportó, buscando decir cosas que la música decía ya, a través de la orquesta. La desgarradora e hiperrealista escena final de la ejecución de De Rocher, donde el público pudo asistir con lujo de detalles al momento en que se le suministró la inyección letal, resultó un acertado golpe de efecto de parte del director de escena.

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