Il turco in Italia en Madrid
Junio 3 y 4, 2023. A Stendhal esta ópera le parecía de las más geniales de su autor, Gioachino Rossini, aunque tuvo la vida difícil desde el vamos e incluso hoy, si bien figura con más asiduidad en las programaciones, dista de la frecuencia y popularidad de otras —serias o cómicas— del período italiano del Cisne de Pésaro.
Un trabajo bastante experimental sobre un libreto de Felice Romani (con antecedentes en uno anterior de Caterino Mazzolà), con un poeta en crisis y factótum al que sus personajes se le escapan, resulta todavía hoy quizás algo largo (en especial el segundo acto), aunque se haya cortada el aria de Albazar (que no es de la mano del compositor, pero tampoco lo son algunos de los recitativos ni una de las cavatinas de Geronio) y se siga lamentando que precisamente el que mueve los hilos se quede sin un aria.
De todos modos, las funciones vistas fueron muy del agrado del respetable, que prefirió apostar por el “gran nombre” (la función con Lisette Oropesa tuvo sala prácticamente llena), pero se perdió alguna sorpresa o actuación relevante (en el segundo reparto). Como había tres protagonistas femeninas, no pude ver a la muy alabada Sara Blanch. Pero Sabina Puértolas lo hizo muy bien sin forzar ni dañar sus medios, básicamente de soprano ligera e incluso de soubrette, pero con buenas variaciones, agudo seguro y buen desempeño escénico como la casquivana Fiorilla. Ciertamente, Oropesa tiene un don de actriz particular, es segura, domina las agilidades y los extremos de forma notable (creo que en la ópera francesa y en este otro tipo de obras es donde mejor se pueden apreciar sus cualidades). Si bien fueron aplaudidas desde la cavatina de presentación del personaje (la brillante ‘Non si dà follia maggiore’), ambas se llevaron, con diferente intensidad, la ovación de la noche tras el difícil rondó final, que sin duda detiene la acción, pero que es un crimen cortar.
El turco del título es para un bajo cantante, y en tanto que Alex Esposito fue un modelo de canto y escena (tampoco el personaje tiene un aria verdadera sino una breve cavatina de entrada, pese al nombre de Filippo Galli, creador de la parte y asiduo de Rossini tanto en partes cómicas como serias, que a juzgar por la escritura poseía agudos y graves notables), a Adrian Sampetrean, que estuvo bien, le falta el registro grave aunque no el aplomo y la presencia escénica. Ambos, aunque quizá más Esposito, lograron dar a Selim su carácter de único personaje “noble” filtrado por la ironía de texto y música. Los dúos del primero con Oropesa resultaron particularmente notables.
Narciso, el petimetre y primer amante de Fiorilla, es el rol más desvaído y, aunque tiene dos arias por ser tenor (la segunda, bien difícil, escrita para Giovanni David) resulta casi prescindible para la trama. Edgardo Rocha lo hizo bien, con un timbre no muy agraciado, pero con seguridad en la nota alta y simpatía escénica. Anicio Zorzi Giustiniani estuvo apenas discreto: voz pequeña, bastante nasal, extensión limitada y un desempeño actoral un tanto cohibido lo convirtieron en el anillo débil del segundo reparto (y de todos).
En cambio, el marido maduro y burlado, en realidad el verdadero protagonista masculino, también por la extensión de su parte, tuvo mucha suerte con dos intérpretes muy distinos. Misha Kiria, una figura enorme, presentó un Geronio extrovertido, simple y muy entrañable y cantó con voz lozana y verdadero ímpetu desde el más simple recitativo hasta la difícil segunda cavatina (uno de los pocos momentos en que la acción se detiene). Pietro Spagnoli aportó su gran experiencia (ha cubierto todos los papeles de cuerda grave de la obra en su extensa carrera) y también se mostró extraordinariamente activo, pero el suyo fue un personaje más atormentado, más introvertido, no siempre simpático, y su canto fue italianísimo en todos los sentidos positivos del término. Ambos son barítonos y yo creo que la parte requiere un bajo bufo o cantante, pero hoy en día al parecer eso está en desuso. Pero así los tres personajes de registro grave corren el riesgo de parecerse mucho uno a otro en el aspecto vocal.
Prosdocimo, el poeta, fue en el primer reparto Florian Sempey. Con una figura más estilizada y un agudo siempre seguro, su centro y grave resultaron por comparación pobres y apagados, cosa que no había advertido nunca antes en su canto. Tal vez se trate de la tesitura. Como actor cargó demasiado la tinta sobre cada sílaba que pronunciaba y muchas veces eso se contagió a su actuación. Muy distinto, italianísimo, con una voz bella y fresca el personaje —más simpático en conjunto— diseñado por Mattia Olivieri, con su habitual picardía, elasticidad y un canto homogéneo y cálido.
La amante desdeñada por Selim, Zaida, no tiene aria pero interviene mucho. Si Paola Gardina pareció más refinada en lo escénico y muy correcta en lo musical, vocalmente quien estuvo pletórica fue Chiara Amarù con una gesticulación mucho más subrayada, pero efectiva. Albazar, tenor comprimario y personaje destinado a acompañar y salvar a Zaida, privado de su aria, fue el eficaz Pablo García-López, que tal vez habría merecido la oportunidad de cantar más.
El coro se divirtió lo suyo y cantó muy bien, preparado como siempre por Andrés Máspero. La orquesta del Real no necesita presentación y tuvo buen empaste y sonido, y respondió con prontitud a la batuta de Giacomo Sagripanti (que también acompañó desde el fortepiano los recitativos), un director que me suele gustar mucho, pero que aquí me pareció en algún momento grueso y/o demasiado fuerte.
La nueva producción, que se verá luego en Lyon y Tokio, se debe a Laurent Pelly (que diseñó asimismo los vestuarios) y su equipo, sobre todo su fiel escenógrafa Chantal Thomas, mientras que la iluminación corresponde a Joël Adams. Como todo lo de Pelly, y más en títulos cómicos o satíricos, hubo ligereza, ironía, buen gusto, poca obviedad y el recurso a efectos tradicionales no fue ni escaso ni excesivo: hubo dirección de actores, pero fue evidente que estos tenían libertad dentro de las indicaciones. Como para el director de escena Fiorilla se escapa a través de la lectura de fotonovelas de los años 70 del siglo pasado, la escena tiene un inmenso telón que es la tapa de una de esas revistas y un decorado que es un collage de las mismas. La llegada del barco de Selim se hace en la forma de una serie de libros que se superponen, y el buen humor y la broma amable campan en movimientos y detalles mínimos. Este es exactamente el sentido de una producción moderna, novedosa y atrevida sin ser hermética, insultante o simplemente idiota.