Jakob Józef Orlińsky en Barcelona
Enero 25, 2024. En el ciclo de “Grandes voces” volvió a presentarse el contratenor Jakob Józef Orlińsky, que despierta pasiones —aunque no baile—, como se pudo comprobar hoy en un acontecimiento rebosante de público dispuesto a aplaudir incluso a mitad de un aria de Händel o a hacer sonar sus celulares pese a las simpáticas recomendaciones del efusivo cantante, acompañado al piano por Michal Biel.
El concierto, sin pausa e incluidos tres bises, duró unos 75 minutos en los que el artista dialogó, explicó por qué no cantaba solo barroco, pero también por qué lo cantaba, e hizo alguna publicidad de uno de sus últimos discos con orquesta. Las ovaciones, gritos y silbidos más propios de un artista pop fueron en aumento y, aunque se movió con flexibilidad y esbozó algún paso de danza, todo fue bastante formal, y precedido por un pequeño discurso de inauguración de la nueva iluminación (ecológica, más variada, realmente bonita de ver) de la gran lámpara de la sala, que aparece así más valorizada. Me encontré mirando para arriba con más frecuencia que la deseable en estos casos.
Veamos: un contratenor tiene derecho a cantar lo que le plazca, como también un cantante lírico de registro no artificial puede cantar el barroco (pero en este último caso hay quien se desgarra las vestiduras). Sobre todo, cuando el artista quiere cantar melodías o lieder de sus compatriotas de acreditada importancia en la composición, no solo del canto de cámara, como son los polacos Mieczysław Karłowicz (1876-1909) y Stanisław Moniuszko (1819-1872). Imagino que allí la dicción habrá sido perfecta porque el italiano (el inglés resultó mejor) era a veces incomprensible por el tipo de emisión.
Se trata de una voz más bien sopranil, de timbre luminoso en el agudo, muy fijo, con escaso y débil centro y ninguna resonancia en el grave. Esto puede tener su valor añadido en arias barrocas italianas o inglesas (de Händel, por ejemplo, o en las canciones de Henry Purcell, que se contaron para el abajo firmante en lo más interesante del programa). Pero cuando aparecen compositores del romanticismo, la densidad e intensidad del piano (bien ejecutado) por momentos hace desaparecer la voz y el agudo puede sonar, además, áspero, como ocurrió en la última canción de Moniuszko. Si se escucha una canción polaca por Piotr Beczała (para nombrar a otro polaco) y luego por Orlińsky, se entiende bien lo que quiero decir. Los autores no pensaron ni por un momento en este tipo de voz para sus canciones y, guste o no guste, se nota.
El programa estaba compuesto por un aria de Johann Joseph Fux (1660-1741), ‘Non t’amo per il ciel’, tres canciones de Henryk Czyż (1923-2003), cuatro de Henry Purcell, seis de Karłowicz, dos de Moniuszko, terminando con ‘Amen, alleluja’ de Händel en una estructura circular. Agregó tres bises, una canción polaca, un aria de oratorio en inglés y un aria de ópera barroca italiana. El teatro acabó aplaudiendo de pie en su mayor parte.