La bohème en Nancy

Escena de La bohème de Giacomo Puccini en la Opéra National de Lorraine de Nancy © Jean-Louis Fernandez

 

Diciembre 17, 2025. Con esta producción de La bohème de Giacomo Puccini, la directora de orquesta polaca Marta Gadolinska termina su estancia en la Opéra National de Lorraine de la ciudad de Nancy, Francia, donde ha dejado huella muy positiva de su paso por la prestigiosa institución.

Al frente de la orquesta de la casa, Gadolinska propuso una lectura vivaz de la compleja partitura, haciendo hincapié en dar fe de dinamismo y claridad en aquellos momentos de aparente desorden (nos referimos lo mismo al segundo acto que a las escenas entre amigos en la mansarda del barrio latino de París en los actos extremos de la obra).

En las múltiples escenas más líricas —como la de la muerte de la protagonista, por supuesto—, se limitó con gran tacto y algo de modestia a acompañar a los cantantes. Añádase que, con ellos no se anduvo con chiquitas cuando el momento dramático pedía volumen sonoro y que, por esta razón no pudo tener siempre en cuenta los límites de los artistas en el escenario.

El polifacético artista David Geselson —autor, actor y director de escena— quiso poner en práctica en esta ocasión la primera de las siete obras de misericordia corporales, a saber, “enseñar al que no sabe”, y antepuso a la obra de Giacomo Puccini, a manera de prólogo, un texto acompañado por una música venida de no se sabe dónde, que daba una explicación del contexto político en París en 1830, el momento en que transcurre la acción de la ópera.

Ello diluyó el impresionante golpe musical previsto por el autor al inicio de su ópera y, por incomprensible, nada añadió a la historia para la gran mayoría de los presentes. No contento con ello, pidió a su escenógrafa incluir en penumbra al fondo de sus decorados caras desdibujadas de autores literarios del siglo XIX. Desde el punto de vista dramático, mandó y obtuvo de sus actores actitudes y gestos del todo acordes con las situaciones vividas por ellos.

La escenografía, firmada por Lisa Navarro, expresó con gran tino y una economía de medios digna de ser mencionada los dos actos centrales y en particular el intrincado segundo acto. Dejó en cambio el primero en una sombra, sin duda por mor de realismo, pero molesta, que impidió al público ver y pues saber quién decía qué, quién era quién. La sobriedad con la que arropó el cuarto acto, por eficaz, merece ser evidenciada.

Felicítese el coro de la casa dirigido por Anass Ismat, reforzado esta vez por el coro infantil del Conservatoire Regional du Grand Nancy por sus intervenciones en el escenario y también fuera de él. Sobre el trabajo vocal de los solistas se impone una pregunta: ¿quisieron ellos evitar los aplausos intempestivos al final de las arias más conocidas o bien fue el público quien no quiso aplaudir? En todo caso, el sistemático silencio que coronó cada aria impresionó, porque si bien al final de cada una la orquesta se apresuró a seguir dando lectura de la obra, también se observa que el entusiasmo levantado en la sala tras un aria conocida y bien ejecutada es algo irrefrenable. Dígase que el citado fenómeno (de entusiasmo) no se produjo y que, si bien algo faltó esta noche, la representación ganó en dinamismo al no ser frenada por los aplausos.

Lucie Peyremaure, como Mimì, hizo gala de una voz en estado envidiable: firme, potente, de bello timbre, muy tranquila en el registro grave como en el agudo. Ello le permitió dar de la protagonista una imagen vocal de buen talante, si bien, en el momento más logrado de su actuación, el de su agonía, electrizó la sala manteniendo el texto a mezza voce con convicción dramática y tan solo un mínimo de medios vocales. Ella creó el punto álgido de la velada que dejó en nada los defectos y faltas de unos y otros constatados hasta aquel momento.

A su lado Lilian Farahani realizó una verdadera performance con gran corrección vocal y mayor desparpajo dramático en el demasiado breve papel de Musetta. Angel Romero (Rodolfo) destacó por la potencia de su emisión y la justeza de sus decires, Yoann Dubruque (Marcello) brilló sobre todo en sus discusiones acaloradas con su amada Musetta. El público apreció el sacrificio de la ‘Vecchia zimarra’ de Colline, ejecutada por Blaise Malaba. Louis de Lavignière mantuvo su rango de buen artista en el papel humilde de Schaunard.

Completaron la distribución con buena fortuna Yong Kim (Benoît), Jonas Yajure (Alcindoro) Takeharu Tanaka (Parpignol), Henry Boyles (Sargento de Aduanas), Marco Gemini (Aduanero), Stéphane Watttez (Vendedor), todos ellos solistas del coro de la casa y del de la Opéra de Dijon.

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