La bohème en Torre del Lago

Sergio Bologna (Schaunard), Antonio Di Matteo (Colline), Alessandro Luongo (Marcello) y Oreste Cosimo (Rodolfo) en La bohème © Festival Pucciniano di Torre del Lago

Julio 14, 2023. Si Filippo Tommaso Marinetti hubiera estado entre los espectadores de la función inaugural del 69º Festival Puccini en el gran teatro al aire libre en el lago Massaciuccoli, se habría regodeado de alegría por esta Bohème de silbidos y fiascos que se vio el 14 de julio de 2023. No tanto por los silbidos y no sólo por los fiascos, sino por la ambientación distorsionada en comparación con la vida bohemia descrita (tomada del “teatro de la verdad” de Henri Murger) por Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, con la música de Giacomo Puccini. 

El futurista Marinetti hizo publicar en el diario Lacerba en 1913 su «Manifiesto del teatro de variedades», donde la espectacularidad y la paradoja eran los pilares de la puesta en escena, en detrimento del “teatro de la verdad”: es decir, en Torre del Lago, como un casi un oxímoron, aquí está la migración del “teatro de la verdad” al teatro de variedades. Y en esta función, fieles a la ya habitual y conformista tradición vigente en la producción operística actual, el escenógrafo Christophe Ouvrard y el director Christophe Gayral cambiaron la trama desde el mínimo gesto de Rodolfo, Marcello, Mimì, Musetta y sus compañeros del Paris de fin-de-siècle, en el máximo gesto de la protesta francesa de 1968, completa con cuadros pintados y expuestos con el puño comunista en alto (los lienzos del pintor Marcello); manifestaciones con procesiones y pancartas («patria», «familia», «Dios», «tradición»); majorettes retozando entre acróbatas y equilibristas en la escena del Barrio Latino; las relaciones sexuales entre Rodolfo y Mimì, claramente evidentes aunque ocultas bajo una manta al final del primer cuadro (en la cama del desván) y del tercero (en un sofá de la Barrière d’Enfer); y otras tonterías predecibles y desconcertantes, como la minifalda de Mimì o el abrigo de pieles muy elegante y las actitudes de prostituta de Musetta, o el cochecito empujado de un lado a otro por Musetta, quien se enfurece con un parapléjico Alcindoro en la escena del Barrio Latino.

Oreste Cosimo (Rodolfo) y Claudia Pavone (Mimì) © Festival Pucciniano di Torre del Lago

Más que un desaire a Illica, Giacosa y Puccini, parecía un insulto a las protestas del 68 que significaba mucho más que un refrito de vodevil. Y hablando de groserías, Sgarbi: en el sentido de Vittorio Sgarbi, subsecretario del Ministerio de Cultura, que en los días previos al «estreno» le había pedido al maestro Alberto Veronesi que no dirigiera esa Bohème del 68 que traicionaba el espíritu de Puccini. Pero si Vittorio Sgarbi es provocador de profesión, Veronesi lo es por naturaleza: así el Alberto «da Torre del Lago», descendiente de un linaje meritorio y noble, el de los Veronesi «da Milano», obedeció a su manera, presentándose él mismo en el podio con una venda negra en los ojos y anunciando: «Estoy dirigiendo con los ojos vendados porque no quiero ver estas escenas». El numeroso público (con teatro abarrotado, pero sin agotar las entradas) comenzó a silbar y a abuchear con epítetos, incluso durante la función, como «¡vergüenza!», «¡ridículo!», «¡bufón!», «¡estúpido!»… hasta el punto de que —para desdramatizar— el alcalde de Viareggio, Giorgio Del Ghingaro, ocupado toda la noche dando la bienvenida y saludando a los invitados y huéspedes importantes, dijo que el Maestro Veronesi dirigía con los ojos vendados para demostrar que se sabía la partitura de memoria.

Dicho ya lo del montaje de Gayral, que se burlaba (se sabe: la copia siempre es peor que el original) de los espectáculos de variedad de los hermanos De Rege, los Macario y Totò, los Dapporto y Rascel, los hermanos Cogniard (activos y famosos especialmente en Francia), queda decir —para la puesta en escena— que los escenarios diseñados por Ouvard tienen sabor a minimalismo: el sistema es una gran plataforma giratoria donde por un lado está el desván con su eslogan del 1968 grafiteado sobre el muro («La verdad es revolucionaria»), una estufa de gas, no de leña, un sofá cama, un árbol de Navidad y algunos muebles más; y del otro lado, en un principio un Barrio Latino anónimo y anodino, como una moderna estación de servicio de autopista; y luego una Barrière d’Enfer con su taberna que más parecía un quiosco de bebidas de los parques de nuestra ciudad que un pretencioso local bohemio. 

El vestuario de Tiziano Musetti eran vistosos, pues fueron la verdadera nota de color de toda la representación. La iluminación no demasiado compleja y/o no demasiado elaborada fue de Peter van Praet. Algunos inconvenientes técnicos también hicieron amena la puesta en escena, como la alarma contra incendios que sonó durante el dueto del primer acto entre Mimì y Rodolfo (”Sì, mi chiamano Mimì… Ma quando vien lo sgelo…” Oouuiii-wioouiui!, sonó la sirena, unos diez segundos más o menos, con los dos cantantes mirando más aturdidos que asombrados en el lado derecho del escenario, sin interrumpir la acción). 

Federica Guida (Musetta) © Festival Pucciniano di Torre del Lago

Y, en la cuarta escena, la amplificación del micrófono de apoyo al canto se manifestó por más de 30 segundos como una frecuencia parásita que zumbaba a través de los altavoces. Luego, en el intermedio (situado entre las dos primeras escenas de la obra y las dos siguientes) y al final, el vigoroso rechazo del público presente, apenas mitigado por aplausos y elogios como «¡Bravo! ¡Bravo!», probablemente gritados por una claque aislada y minoritaria. En tanto una jugosa crónica, la dirección musical de Veronesi en el podio de la Orquesta del Festival Puccini se volvió intrascendente, y otros son los temas por tratar en esta Bohème inaugural. 

Ahora los cantantes: sobre todo la muy buena Claudia Pavone (Mimì), tiene el gesto escénico y la voz de esas que gustan al público: su caracterización del personaje, distorsionada por el vodevil del director, pudo contar más con su voz que con su physique-du-rôle, demostrando ser un soprano lírico con tendencia al lírico-spinto, lo que hace pronosticarle un buen futuro en papeles más dramáticos. No menos importante fue el tenor Oreste Cosimo (Rodolfo) quien, sin embargo, en comparación con su compañera, se mantuvo más orientado hacia lo lírico puro-ligero, sobre todo en las partes agudas de su canto tanto durante el dueto final al unísono con la soprano del primer cuadro (retocada una octava por debajo para el agudo), y en el dueto final del cuarto acto. Sin embargo, su fraseo es nada monótono, su dicción es clara y su squillo d’impeto es apreciable (bella y limpia se escuchó la nota sostenida de «esperanza» en su aria principal).

Excelente estuvo el bajo Antonio Di Matteo (Colline) que se llevó uno de los aplausos más largos a escena abierta tras su ‘Vecchia zimarra’. Elogio también a la voz y la presencia escénica de Federica Guida (Musetta), atractiva soubrette-prostituta, como la quiso el director. Profesionales sin elogios y sin infamia todos los demás cantantes: Alessandro Luongo (Marcello), Sergio Bologna (Schaunard), Francesco Auriemma (Benôit y Sergente dei doganieri), Alessandro Ceccarini (Alcindoro) y Marco Montagna (Parpignol). 

El Coro del Festival Puccini estuvo bien dirigido por Roberto Ardigò; el Coro de Niños guiado por Viviana Apicella estuvo excelente. Por lo demás… quién sabe si el epíteto con el que hemos definido este escenario pasará a la historia: La bohème de los silbidos y los fiascos.

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