La Cenerentola en Madrid
Octubre 9, 2021. El Teatro Real ofreció La Cenerentola como arranque de temporada, que anuncia como la número 100 de su historia, con dos elencos repartidos en quince funciones y con aforo abierto al 100% de capacidad. La que aquí nos ocupa fue la última y la maquinaria que hace posible la magia sobre el escenario, los artistas y los técnicos, estaba bien engrasada y sobre todo relajada. Aún así, o quizá por eso, vimos atascarse una cortina, a un seguidor de luz fuera de sitio y hasta un teléfono móvil saltar del sujetador de una cantante.
En estas situaciones atisbamos lo acertado de dejar en manos de los personajes la resolución de la trama, justificando la voluntad rossiniana de dar prioridad al lucimiento de cada intérprete. El noruego Stefan Herheim es quien firma la propuesta escénica, coproducción de la Ópera de Oslo y la Ópera de Lyon de 2017, y también vista en Edimburgo en el verano de 2018, en la que nada es lo que parece ser, comenzando por la empleada de la limpieza del Teatro Real, Angelina, que sueña con ser princesa de cuento, permitiendo lecturas a diferentes niveles, con un Rossini en modo deus ex machina omnipresente que añadía más elementos a la comedia de enredos que es el trasfondo de la trama. La sencillez del espacio escénico, diseñado por Herheim y Daniel Unger, va creciendo hasta lo inverosímil y añade comicidad hasta llegar a la caricatura, subrayada por el colorido vestuario (Esther Bialas).
La triunfadora de la noche fue la mezzosoprano rusa Aigul Akhmetshina. Una voz de gran calidad, amplia y expresiva. Sin problemas ante los ornamentos que debe sortear Angelina y con un sonido homogéneo en todo el registro. Fue su debut en el Real y su desparpajo en el escenario la hicieron merecedora de las mayores ovaciones del público. Don Magnifico estuvo bien cantado por Nicola Alaimo, aunque pasado un poco de rosca en la bufonesca interpretación del personaje. El tenor Michele Angelini presentó un Príncipe Ramiro apuesto, con buenas aptitudes de actor, cumplidor en las visitas a las notas más agudas y con el canto de agilidad, aunque el material no sea excepcional. El barítono Borja Quiza dotó a Dandini de gran presencia escénica pero el volumen de su voz y las coloraturas no son su fuerte. Destacaron Rocío Pérez (Clorinda) y Carol García (Tisbe) por sus estupendas prestaciones vocales e inteligencia en la construcción de personaje, unas hermanastras odiosas, mientras que el bajo Riccardo Fassi fue un discreto Alidoro, con sonoridades opacas.
El coro consiguió una presencia redonda y también la orquesta, bajo la dirección de Riccardo Frizza, cuya flexibilidad, exigida por el desarrollo escénico, fue encomiable. El equilibrio entre escena y foso fue el broche de una representación y en esta lo hubo, quizá porque el maestro Rossini se paseaba en las alturas del escenario sobre una nube.
El público, que de tonto no tiene un pelo, sonríe ante las ocurrencias de las efemérides. Si la celebración de los 200 años levantó cejas, pues la inauguración oficial fue en 1850, esta de las 100 temporadas ha dado risa. Ya puestos, que se cuenten las temporadas que como sala de conciertos tuvo este recinto desde 1966. En cualquier caso y para volver a la cuestión que nos ocupaba, el público lo pasó muy bien y aplaudió unánimemente a los artistas al final de la función.