La fanciulla del West en Lyon
Abril 2, 2024. En el festival de primavera —que este año se ha dedicado al tema “dar cartas”— se pudieron ver, bajo la dirección de Daniele Rustioni, el jefe musical de la casa, La dama de picas de Chaikovski y esta Fanciulla de Puccini, que es la que pude ver. Obra que sella la relación con los Estados Unidos donde después Puccini estrenaría el Trittico y objeto de un estreno dirigido por Arturo Toscanini con Emmy Destinn, Enrico Caruso y Pasquale Amato.
Menciono el hecho porque el compositor hizo un gran trabajo —y se nota—, porque después de sus altibajos con Madama Butterfly es claro que buscaba otro tipo de tema, aunque usara de nuevo un drama del libretista David Belasco, que le permitiera también otro tipo de composición. Esa y no otra es la razón de que la obra no haya verdaderamente entrado del todo en el repertorio, aunque a partir de los años 70 u 80 despertó cada vez más interés, en primer lugar de tipo musical. Siempre dentro de la brevedad, prácticamente no hay arias sino ariosos, y el tratamiento de los personajes menores y el coro es realmente de orfebrería.
La nueva producción de Tatjana Gürbaca, aunque ofrece un escenario bastante imposible (en particular en el segundo acto) debido a Marc Weeger, y un vestuario en particular para la protagonista —que ninguna diva hubiera aceptado sino el último (Dinah Ehm)—, cuenta bien la historia y acierta en los personajes, lo que para quienes recordamos algún espectáculo suyo en Viena es todo un progreso.
La dirección de Rustioni, que otras veces me ha merecido reparos, fue digna de los aplausos que el público (una sala con localidades agotadas) les tributó a él y a la excelente orquesta. Fue dramática, colorida, de tiempos justos, ritmo vibrante y nunca (algo que agradecer) cubrió a los cantantes, que de todos modos estaban bastante sobrados de volumen.
Chiara Isotton fue una Minnie excelente por donde se quiera mirar (a pesar de su vestido de lamé dorado en el primer acto que haría las delicias de alguna diva actual en su vida privada, y de su pijama en el segundo). Jamás forzó, jamás gritó, tuvo cuidado de utilizar medias voces, dijo sin exagerar (la escena del póker es tan extraordinaria como peligrosa) y exhibió algo que en este papel se mira poco, que es la línea de canto y el acento apropiado en cada frase.
Riccardo Massi es una voz de tenor ideal para esta parte, aunque aún debe trabajar un fraseo muchas veces poco incisivo y, aunque él también posee un órgano de dimensiones notables como Isotton, quizá le falte una mayor flexibilidad y facilidad en la emisión del agudo. Esperemos que continúe trabajando porque con lo que se vende hoy como grandes voces tenoriles, tendría muchas verdaderas posibilidades.
Claudio Sgura es casi un especialista en el rol de Jack Rance y le dio el color adecuado sin hacerlo un malvado de filme mudo, como suele ocurrir con demasiada frecuencia. Cuidó mucho la parte escénica y se advirtió su familiaridad con la parte.
Sería injusto no nombrar a todos los solistas (algunos procedentes del coro masculino muy bien puesto a punto por Benedict Kearns), pero son muchos. Destaquemos sin embargo al Nick de Robert Lewis, el Sonora de Allen Boxer, el Jack Wallace de Pawel Trojak y la simpática Wowkle de Thandiswa Mpongwana.
Gran interés del público (entre el que había mucho joven) y verdaderas ovaciones al final del espectáculo para los protagonistas y el conjunto, además del director y su orquesta.