La OSM y Joshua Bell: El concierto de la esperanza
Joshua Bell con la OSM, bajo la dirección de Carlos Miguel Prieto © Enlace Judío
“Los objetivos de la vida
son la mejor defensa contra la muerte”
Primo Levi
UNO
La tarde del domingo 12 de junio de 2022, la Orquesta Sinfónica de Minería ofreció el Concierto de la Esperanza, bajo la dirección de su titular artístico Carlos Miguel Prieto. El atractivo contenido del programa, que vinculó la música con una misión histórica y humanista, contó con la participación del célebre violinista estadounidense Joshua Bell (1967) y la presencia de diez instrumentos rescatados del Holocausto (Shoá).
Este concierto, celebrado en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario, se realizó en colaboración con Instrumentos de la Esperanza A.C., una fundación constituida el 24 de octubre de 2017 con la finalidad de rescatar (mediante compra, préstamo o donación) instrumentos musicales relacionados con la Shoá.
Su objetivo es honrar a las víctimas, dando voz de nuevo a esas herramientas musicales, al tiempo que se difunden las historias de vida de sus poseedores en aquella época oscura para la comunidad judía durante la Segunda Guerra Mundial. Esa es la manera en que pueden conformar desde una banda klezmer, hasta una orquesta completa para realizar conciertos tanto con artistas reconocidos como con estudiantes de todas las edades.
En el Concierto de la Esperanza, de este tipo de instrumentos se contó con tres violines, una ocarina, un clarinete, un fagot, un trombón, un chelo, un acordeón y un piano. La historia de cada uno de ellos y, por supuesto, la de sus dueños, bien podrían formar parte de las narraciones escritas por Primo Levi en su estremecedora Trilogía de Auschwitz (Si esto es un hombre, La tregua, Los hundidos y los salvados).
Escuchar el sonido de aquellos instrumentos, una vez que se conocen sus travesías, no sólo fascina y conmueve al punto de lo escalofriante, sino que propicia un halo de reflexión sobre la humanidad: tanto en su exceso de atrocidades, degradación y ansias de aniquilar, como en sus más elevadas aspiraciones estéticas, como las que pueden generarse a través de la música.
A continuación algunos ejemplos, consignados en el programa de mano: El clarinete, de la marca Buffet Crampon Paris, adquirido en Israel, “perteneció a Yoel David Katz (Budapest, 1928 — México, 2013). Sobrevivió a varios internamientos en campos de concentración al lado de su padre. En México fue maestro de clarinete en el Conservatorio Nacional de Música. Hacia el final de su vida quedó parcialmente sordo, aunque siguió dando clases”.
Uno de los violines “perteneció a Stefan Prum (Dobrzyń, 1907 — México, 1977). Estuvo encerrado en el ghetto de Varsovia junto con su esposa Halina. Ambos pudieron escapar y consiguieron papeles de identidad falsa con dinero que obtuvieron de la venta de dos violines. Stefan ganaba dinero tocando en iglesias un violín que consiguió fuera del ghetto y que trajo consigo cuando llegó a México”. Otro de los violines “perteneció a Zicia Schweitzer (Bedzin, 1913 — Miami, 2011). Pasó cuatro años en un campo de concentración en Siberia tras ser acusado de desertar del ejército polaco. Se dice que ahí tocaba el violín para alegrar a los prisioneros. Logró huir a Uzbekistán, luego a Polonia, Alemania, Francia, Cuba y finalmente llegó a México en 1949. Fue joyero, artista, pintor y músico. Su violín es un A. Schroetter, Geingenbaumeizter, construido en Alemania”.
El trombón “perteneció a Paul Stern (Lebach, Sarre, 1902 – Auschwitz, 1944). Se manifestó contra la anexión de Sarre a Alemania y se unió al partido comunista. De septiembre de 1939 a julio de 1944 fue arrestado varias veces, primero por ser extranjero y después por ser judío. Fue transferido a Drancy el 10 de julio y deportado a Auschwitz el 31 de julio de 1944 en el convoy 77. Tocaba el trombón de manera amateur. Su instrumento fue construido al estilo alemán en Dresde en 1915”.
El acordeón “perteneció a Salek Kupper (Vawkavysk, 1924 — Argentina, 1981). Estuvo casado con Jasia Bojarska de Bialystok, quien murió en 1978. Una sobreviviente del Holocausto contó que Salek le salvó la vida al conseguirle medicinas. El acordeón lo compró en Europa y lo llevó a Argentina después de la guerra. Fue restaurado en México por su nieto”.
Y el piano “perteneció a Olga Kovac (Dalj, 28 de mayo de 1893 — Belgrado, circa 1942). Olga y Arpad Kovac se casaron el 10 de diciembre de 1912 y tuvieron dos hijos: Karlo y Teodor. Les regalaron un piano en su boda. Olga fue llevada a Sajmiste el 10 de diciembre de 1941, donde murió de frío, hambre, o en alguno de los camiones que llenaban de gas. Arpad seguramente fue fusilado en Jabuka, como la mayoría de los hombres judíos. Sus hijos sobrevivieron y reconocieron el piano mucho tiempo después (que había sido robado por un oficial nazi). Instrumentos de la Esperanza lo adquirió en 2018 y ese año, ya restaurado, fue tocado por Matitjahu Kellig en el Museo Memoria y Tolerancia de Ciudad de México”.
Lo interesante fue también que la mitad de los diez músicos que ejecutaron los instrumentos integran la Orquesta Sinfónica de Minería.
DOS
La exitosa carrera musical de Joshua Bell, desarrollada junto a las orquestas y batutas más prestigiosas del mundo, corre paralela a lo atractivo de su imagen mediática —documentada en decenas de grabaciones de audio y video—, y de su violín Stradivarius confeccionado en 1713. Un instrumento con una historia de película.
El “Gibson ex Huberman” —llamado así en honor a su primer dueño: George Alfred Gibson; y a un propietario posterior: Bronislaw Huberman—, fue robado en dos ocasiones, recuperado y luego comprado por el artista estadounidense en cerca de $4 millones de dólares, valor que hoy rebasa los $15 millones.
Sus fanáticos —legión integrada en buena parte por adolescentes y jóvenes— esperan por él después de los conciertos con la esperanza de tomarse fotos o conseguir autógrafos, mientras que los melómanos conservadores pierden la compostura y se indignan ante sus interpretaciones manieristas de los clásicos.
En las últimas dos décadas, Bell ha acumulado múltiples reconocimientos, incluyendo un Grammy por su disco Concierto para violín de Nicholas Maw, que el compositor escribió para él; o el premio Avery Fisher por ser un artista destacado. Participó en la banda sonora de la película ganadora del Oscar El violín rojo (1998) compuesta por John Corigliano y ha aparecido en numerosos programas de televisión, incluido el de Sesame Street.
En todo caso, Joshua Bell se define como una persona apasionada y obsesiva por naturaleza. Cuando no lo es por la comida, lo es por el golf, los videojuegos, los gadgets y no se diga para el fútbol americano dominical. Su esencia lo incita a la diversión, a la búsqueda de la excelencia y a navegar por la vida como un sibarita.
Su aventura más conocida fue el experimento social realizado a petición del columnista del Washington Post Gen Wingarten, el 12 de enero de 2007. Durante 43 minutos Joshua tocó seis piezas clásicas en la estación del Metro L’Enfant Plaza. De 1,097 personas que pasaron por ese lugar, sólo siete se detuvieron a escucharlo y 27 echaron dinero al estuche de su instrumento, obteniendo una suma de $32 dólares.
Posterior a ese ejercicio, Weingarten escribió Perlas antes del desayuno, texto con el que obtuvo el premio Pulitzer. Bell dice que a partir de ello aprendió que cuando se toca en conciertos agendados, ya se está previamente validado; por el contrario, en el Metro estaba sin esa certificación que le da el valor del boleto de un recinto a un artista: “Las actuaciones necesitan estar en un contexto específico para ser apreciadas”, señaló en esa oportunidad para The Washington Post.
Quizá por todo lo anterior es que los puristas se resisten a darle un prestigio semejante a su fama. Sin embargo, aquellos melómanos que entienden que en la actualidad la buena música no sólo se genera en recintos añosos o escuelas conservadoras, identifican el arte de Bell como una pasión exuberante que, cuando se concentra al agitar el arco sobre las cuerdas, logra contar historias y producir sensaciones de auténtica belleza y verdad.
En entrevista, Iván Martínez, crítico musical del suplemento Confabulario del periódico El Universal, se refiere así al trabajo de Joshua Bell: “Aunque hay repertorios que no me imagino con él o que no sería mi primera opción para buscar, tengo muy buena opinión de él como músico y como violinista. Me parece uno de los más sólidos instrumentistas actuales; siempre lo ha sido y no es alguien a quien técnicamente se le pueda cuestionar algo. Lo demás es gusto personal. A mí me agrada la solidez de su arco, en el sentido de que nunca produce un sonido superficial; no es por encimita, pero tampoco es tosco; tiene color, es bello y muy distintivo también en su forma de frasear. En comparación con otros —y si en este momento estoy hablando con un crítico de ópera—, quiero usar un ejemplo con voces: me gusta que es un volinista más lírico que ligero, y que prefiere cantar que hacer pirotecnia, además con un canto muy fino. Y me agrada también su versatilidad, lo que en todos lados produce ciertas opiniones adversas en algunos puristas que creen que por divertirse un rato popeando va a ser menor su calidad cuando vuelve a lo clásico”.
TRES
El programa musical del Concierto de la Esperanza se integró con tres obras. En la primera parte se interpretó como primer número la Suite mosaica de Remigio Reyes, en un arreglo especial para los diez instrumentos rescatados como dotación.
Sobre esta pieza, comisionada ex profeso para ser abordada por los Instrumentos de la Esperanza, explica Remigio Reyes González, también integrante de la OSM: “Básicamente está compuesta por dos melodías. La primera es una melodía tradicional klezmer (género bailable de Europa del Este cuya presencia es abundante en la música judía) a la que llegué gracias al Trío Linetzky. La introducción de la melodía está a cargo del clarinete que establece un diálogo con la ocarina sobre la presencia rítmica del tambor (instrumento adicional). Hacia la mitad (compás 104) surge una segunda melodía de carácter más tranquilo con participación importante del fagot, que está basada en la obra Kamjensl freilach de Maarten Sijbers. Posteriormente, en el compás 184, regresa la melodía inicial. El lenguaje es totalmente tonal, aunque a nivel armónico resulta muy sencilla. La idea de la escritura es que cada uno de los instrumentos pueda lucir, y para ello resulta ideal el klezmer, pues es un estilo abierto hacia la improvisación; es decir, de cierta manera el compositor sólo ofrece una guía sobre la cual el intérprete se base para darle vida e intención de acuerdo a su personalidad”.
Como segundo número, la OSM bajo la batuta de Carlos Miguel Prieto ofreció la popular Sinfonía No. 4 en La mayor Op. 90 “Italiana” de Félix Mendelsshon, obra juvenil en cuatro movimientos del compositor estrenada originalmente en 1833, aunque revisada en diversas ocasiones en años posteriores sin que su autor publicara su versión definitiva.
Luego del intermedio y como platillo principal de la gala, tocó turno al Concierto para violín en Re mayor Op. 35 de Piotr Ilich Chaikovski, en el que por supuesto Joshua Bell desplegó su virtuosismo y carisma, recompensado con una ovación que le llevó a ofrecer como encore un arreglo del delicado y evocador Nocturno en Mi bemol Op. 9 número 2 de Frédéric Chopin, lo que cerró la velada con un resplandor de esperanza y celebración a la vida, que cuando tiene objetivos y misiones, como demostró este concierto, sí que alejan de los horrores y la muerte.