
La traviata en Bogotá

Escena de La traviata de Giuseppe Verdi en Bogotá © Juan Diego Castillo
Agosto 24, 2025. Continúan los eventos con motivo de la decimoquinta temporada del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, actualmente el escenario más importante de Colombia, y el título elegido fue La traviata, ópera en tres actos con música de Giuseppe Verdi (1813-1901) y libreto de Francesco Maria Piave (1810-1876), colaborador, amigo y uno de los libretistas más cercanos al compositor.
En realidad, se trata de la reposición de la puesta escénica original, estrenada en este recinto en julio de 2024 y que, gracias al beneplácito que suscitó en el público local, se decidió reprogramarla como un espectáculo significativo para este aniversario. Por fortuna, se pudo contar con la presencia de los mismos solistas que formaron parte del elenco del año pasado, y previo a las dos funciones realizadas este año en Bogotá —esta reseña corresponde a la segunda función— la producción se fue de gira a principios de agosto al Teatro Municipal de Lima, Perú, donde el público de aquel país la pudo presenciar tres funciones.
Sobra reiterar que La traviata es una obra emblemática y popular del repertorio operístico cuya narrativa se centra en la trágica vida de la cortesana Violetta Valery, algo que es ya conocido para los melómanos, pero cabe preguntarse, ¿en qué radica su popularidad? La respuesta más convincente es por su atemporalidad, que no la limita únicamente al periodo que indica el libreto, porque permite hacer una reflexión sobre emociones que van mas allá de su contexto original y aborda temas siempre presentes y actuales como el amor, el sacrificio o incluso la búsqueda de reconocimiento.
Fue precisamente esa atemporalidad, en la que Pedro Salazar, director de La Compañía Estable de Colombia, director escénico de esta puesta y creador del concepto, decidió situar la historia y la trama alrededor de la década de los años 20 o 30 del siglo pasado. El enfoque de Salazar fue el de resaltar y excavar la psique de cada personaje, aislándolos por momentos del resto de la escena. Así, la función dio inicio con el telón levantándose para encontrarnos con una Violetta, sentada en una sillón junto a una chimenea, mientras al fondo una tenue y transparente cortina blanca la separa de la celebración que se lleva a cabo en su mansión; o, al final, cuando se encuentra sola en su cama, con la misma cortina separándola del mundo exterior; o Alfredo en un jardín, no dentro del salón como se acostumbra en la mayoría de las producciones, reflexionando por qué perdió a Violetta; o la escena final en la que, con un resplendente rayo de luz blanca en un escenario completamente oscuro, Alfredo carga el cuerpo de Violetta, despojado de cualquier exclamación o sobreactuación.
Al final, el mérito de Salazar es que su experiencia en teatro le ha ayudado a realizar un buen trabajo de actuación, dándoles a los personajes un toque de humanidad, y ha sabido amalgamar el canto y la música, no obstruyéndolos o entorpeciéndolos. El traslado de la acción a otra época no es una idea completamente novedosa, pero aquí funcionó porque las escenografías ideadas por Julián Hoyos nos hacían pensar que la obra transcurría como si fuera dentro de un cuento de imágenes, o de escenas creadas por una secuencia de cuadros. Hubo un buen uso de proyecciones al fondo del escenario, donde se veían opulentos cuadros, como un bosque lluvioso, o en la escena del tercer acto, que, junto con los brillantes colores rojos y violetas, la iluminación de Jheison Castillo situó la escena de la fiesta de Flora en el interior de un cabaret o burdel, con exóticas y atrevidas coreografías de las gitanas y los toreros. Los vistosos vestuarios de época fueron ideados por Sandra Díaz, elegantes los trajes para los hombres y en especial de buena confección y seda los vestidos en tonalidades claras pastel para Violetta.

Paolo Fanale (Alfredo) y Julia Muzychenko (Violetta) © Juan Diego Castillo
El mérito que más destacaría yo de esta función de La traviata, fue el trabajo de casting que logró encontrar voces adecuadas para hacerle justicia a cada personaje. En el papel de Violetta destacó la soprano rusa Julia Muzychenko, quien posee una voz que ante todo se escucha firme, consistente, de buen cuerpo y proyección, que supo manejar dándole sentido, sentimiento y admirable ductilidad en la emisión de gratos y punzantes pero musicales agudos. Escénicamente mostró personalidad, seguridad y presencia.
Por su parte, Fabián Veloz sobresalió en su desempeño vocal como Giorgio Germont, con una voz robusta, firme, vigorosa y musical de barítono, muy apta para este repertorio. No había escuchado antes cantar en vivo al barítono argentino, pero con su canto me reafirmó las crónicas que los describen como un cantante en un óptimo nivel y actualmente una destacada carrera.
El papel de Alfredo Germont fue bien cantado y actuado por el tenor italiano Paolo Fanale, quien cantó con un timbre claro, lúcido y viril, elegante en el fraseo, a pesar de que en ciertos pasajes pareció perder el fuelle y la energía en su proyección, sobre todo en el último acto, que sin embargo no lo desacreditó como un competente y muy capaz tenor.
La mezzosoprano Ana Mora mostró una voz profusa y oscura como Flora; el barítono mexicano Tomás Castellanos fue un notable Baron Douphol. Completaron el elenco con buenas actuaciones y canto del resto de los cantantes, todo ellos colombianos, como el tenor Hans Mogollón como Gastón, el barítono Juan David González como el marqués de Obigny, la soprano comprometida Alejandra Prada como Annina, el bajo Hyalmar Mitrotti, por la profundidad de su voz y su humano doctor Grenvil, y en sus breves pero meritorias aportaciones el tenor Luis Carlos Danilo Jiménez como Giuseppe, así como el bajo-barítono Carlos Durán Rincón y el barítono Julián Usamá Figueroa.
El Coro Nacional de Colombia, que dirige Diana Carolina Cifuentes, se mostró participativo y activo en escena, cantando con profesionalismo y de manera uniforme cuando fue requerido. La Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia regaló una buena ejecución de la partitura de principio a fin, con momentos emocionantes, y la afilada y refinada conjunción, como en las oberturas del primero y el tercer acto, que suele emanar de las orquestas acostumbradas al repertorio sinfónico cuando descienden al foso operístico. La conducción estuvo a cargo del director local Johann-Sebastián Guzman, joven pero ya con experiencia, quien ofreció una lectura atenta a cada detalle orquestal y a la simbiosis con las voces, elegante en sus movimientos y seguro en este compromiso.