La traviata en Buenos Aires

Hrachuhi Bassenz (Violetta) y Liparit Avetisyan (Alfredo) en La traviata de Giuseppe Verdi en el Teatro Colón de Buenos Aires © Lucía Rivero
Noviembre 18, 2025. Como cierre de su temporada lírica 2025, el Teatro Colón presenta un éxito seguro: La traviata de Giuseppe Verdi. Las diez funciones programadas están totalmente agotadas y se alternarán dos directores de orquesta, tres elencos principales y dos de comprimarios. Si bien la representación fue de buen nivel, el resultado final fue un poco frío y distante con un paso atrás en una temporada de un nivel más que razonable para los tiempos que corren tanto para el Teatro Colón, como para la Argentina o la lírica mundial.
La dirección escénica del español Emilio Sagi ofreció una puesta de estilo clásico con aire contemporáneo. Ambientaba vagamente alrededor de 1960, su lectura es prolija y creíble sin aportar nada nuevo, pero sin traicionar la obra. En los tiempos que corren: toda una hazaña. Quizás los espacios tan abiertos y con el blanco omnipresente, redundaron en algo de frialdad general.
El espacio diseñado por Daniel Bianco se caracteriza por grandes paredes en el fondo y laterales del escenario y por dejar el escenario casi vacío. Las paredes son blancas con molduras sin ningún detalle de color. En el primer acto se completa la escena con una decena de sillas estilo Dior y arañas que penden del techo; en la casa de campo del segundo acto, un vitreaux gigante da el marco a la campiña, a la que se adicionan sillones, algunas lámparas y un escritorio; en la casa de Flora aparece el rojo que enmarca la falsa fiesta española; y en el último acto el gran espejo y la cama son los protagonistas. La iluminación de Eduardo Bravo fue coherente con el plante estético general.
Los vestuarios de Renata Schussheim fueron mayoritariamente en blanco y negro en el primer acto, mientras que una paleta de rojos y naranjas emergió en la fiesta de Flora, con inspiración en la moda de los años 50 y 60. Sobriedad y elegancia caracterizaron la propuesta para los protagonistas principales.
Renato Palumbo aportó refinamiento, tiempos adecuados y elegancia en su visión musical. El balance entre el foso y la escena estuvo cuidado, y la respuesta de los profesores de la Orquesta Estable estuvo a la altura de una batuta experimentada y segura como la del maestro italiano. El Coro Estable, que dirige Rubén Martínez, aportó calidad en los breves pero importantes momentos en los que intervino.
La protagonista, la soprano armenia Hrachuhi Bassenz, fue una más que correcta Violetta, sin brillar. Pudo superar sin dificultad los escollos de la partitura, pero su canto alternó pasajes de gran calidad con otros mediocres. Si logró conmover en el tercer acto, fue más producto de Verdi que de la intérprete. También armenio, el tenor Liparit Avetisyan resultó un muy buen Alfredo Germont. Su registro es parejo y su color vocal, bello. En el primer acto derrochó sutilezas y medias voces en el dúo con Violetta, brillando él más que ella; en el segundo aportó la potencia necesaria; y en el último se conjugó con calidad con la soprano protagonista.
El barítono Vladimir Stoyanov, de más que interesante carrera internacional, demostró su jerarquía como cantante verdiano. Su Giorgio Germont fue compenetrado, audible sin inconvenientes y totalmente creíble. Del cuadro de comprimarios destacaron María Eugenia Caretti (Annina) y Santiago Martínez (Gastone). Mostraron calidad Gustavo Gibert (Barón Douphol), Cristian Maldonado (Marqués d’Obigny) y Christian Peregrino (Dottor Grenvil). Se notó incómoda en el rol de Flora a María Luisa Merino Ronda y fue correcto el resto del elenco.