La traviata en Lugano
Septiembre 8, 2022. Después de todo, Lugano se encuentra a la vuelta de la esquina: a media hora en tren desde Como, y a una hora de Milán. El idioma hablado, excepto por el bilingüismo generalizado Schweizerdeutsch, tiene un acento lombardo noroccidental dividido. Sin embargo, venir a la ópera aquí tiene algo de exótico incluso para los propios ticinesi (habitantes del cantón Ticino en la Suiza meridional) dado que hay muchos teatros famosos y activos a corta distancia, y las temporadas instrumentales, entre Lugano Musica y la Orchestra della Svizzera italiana, son ricas y tentadoras.
En cambio, este melodrama, echó raíces recientemente, con Il barbiere di Siviglia de Rossini en el 2018, y después la pandemia hizo posponer La traviata de Verdi, hasta este esperado debut. Ahora solo queda esperar que los próximos planes se hagan realidad y que la cita con la ópera sea cada vez más familiar en la sala Lac que, además, es una sala hermosa, sencilla, funcional y con excelente acústica, ubicada en una estructura multifuncional con un bistró, librería y área de exposiciones.
Esta ópera, una de las más interpretadas del mundo, se presentó por primera vez en el Lac, lo que generó una gran participación de público y un éxito bien repartido entre todos los creadores. Como director artístico del Lac, Carmelo Rifici está haciendo un óptimo trabajo, y lo mismo puede decirse como director escénico La traviata, que leyó con claridad dramatúrgica y pequeñas referencias apropiadas a Alphonsine Plessis y a la novela de Alejandro Dumas hijo (Violetta sí se sienta al piano, y sabemos que Alphonsine era ella misma una pianista discreta; en casa de Flora reconocemos a Olympe, la cortesana con la que Armand Duval intenta olvidar a Marguerite Gauthier).
Sin embargo, fue la música puesta en el centro de atención y simbolizada por un Giuseppe Verdi reconocible en el clásico icono canoso y barbudo, sin importar que en el momento de la composición de La traviata el compositor era un atrevido cuarentón. Rifici se valió del vestuario de Margherita Baldoni y de las escenas de Guido Buganza, cuyo rasgo elegante y esencial constituye la figura de un espectáculo en el que se compenetran elementos de los siglos XIX y XX con contemporáneos. Las referencias y los niveles de lectura son muchos (incluida la referencia a la pureza de la infancia, con juegos de sombras y proyecciones) pero nunca se tiene la sensación de demasiada carne en el asador, de exageración o de confusión. Esto fue gracias a la claridad de la acción, y a la definición de una estética que culminó en el hermoso laberinto de velos del tercer acto, realmente bien logrado y sugerente.
En todo caso, se notará que, en comparación con la medida actoral del resto del elenco, a la Violetta de Myrtò Papatanasiu se le pasó un poco la mano, incluso con algún parlato, risa o llanto, que pareció demasiado. Pero es evidente que, por un lado, esta línea interpretativa se apoyó en la batuta decididamente de tintes fuertes de Markus Poschner, y por el otro, corresponde a las características de la soprano que, viniendo del bel canto, tiene en el color de la voz y en la articulación de la palabra, una suerte de melancolía decadente, de velo crepuscular, de cansancio interior que parece renovar en términos contemporáneos la tradición de las Violetas naturalistas.
Si bien, no todo parece fácil en lo que imprimió Poschner, a quien no sólo le encantan los extremos dinámicos y cierta presencia telúrica del sonido (¿serán sus afinidades brucknerianas?), sino también la exasperación de ciertos rubati y ritenuti, de ciertas suspensiones que no siempre parecen respirar con naturalidad tanto con los cantantes como con la Orchestra della Svizzera italiana, de la que es director titular y que le sigue muy bien, con una indudable prueba de calidad. Más allá de las elecciones en cuanto a peso sonoro y articulación del fraseo, la concepción fragmentaria de incluso números sueltos nos dejó un poco perplejos, con pausas impuestas donde podría llegar el aplauso (que en realidad sí llegó, pero sería mejor en un discurso más compacto). Después, en el cartelón se anunció la edición crítica de Fabrizio Della Seta, y sería también bienvenida una intención de integralidad: pasos para la reanudación de la difícil cabaletta de Alfredo o de Germont, pero lamentamos la ausencia del segundo verso de ‘Ah, fors’è lui’ y las intervenciones finales sobre la muerte de Violetta.
He citado a Alfredo y a su padre por sus cabalette, pero ahora los recordamos también por la bondad de su canto: Airam Hernández parecía al principio solo una gran voz, más exhibida que domada, pero conforme avanzó la obra, y sobre todo a partir del segundo acto, su canto se afinó y destacó, con la calidad y plenitud del timbre, un considerable potencial y una buena propensión expresiva. Giovanni Meoni fue un Germont muy probado, de canto refinado y expresión calculada en su rigor burgués, capaz de dar el peso justo y la moderación justa al arrepentimiento final.
El resto del reparto también estuvo bien seleccionado, con Sofia Tumanyan (Flora), Michela Petrino (Annina), Lorenzo Izzo (Gastone), Davide Fersini (Marchese d’Obigny), Laurence Meikle (Barone Douphol), Mattia Denti (Doctor Grenvil), Luca Dordolo (Giuseppe), Yiannis Vassilakis (Criado de Flora) y Marco Scavazza (Comisario), que se unieron al Coro della Radiotelevisione Svizzera dirigido por Andrea Marchiol. También debemos mencionar al coreógrafo Alessio Maria Romano y a todos los terpsícores, así como la iluminacion de Alessandro Verazzi y las sombras de TeatroGiocoVita.
Fuera del Lac, un violinista callejero acoge al público, el lago brilla bajo las luces de la noche, la brisa es agradable, y hace a uno querer volver.