?? La traviata en Quebec
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Octubre 24, 2019. Si algo habrá de recordarse de la reposición de esta Traviata verdiana con la que la Ópera de Quebec dio por iniciada su presente temporada, será en primer término la labor del talentoso director de escena Oriel Tomas y en segundo lugar la excelente dirección musical de Pedro Halffter Caro al frente de la orquesta de la casa.
Salvo puntuales excepciones, la propuesta vocal hizo agua por los cuatro costados, a comenzar por la olvidable Violeta de Marianne Fiset, quien careció de la vocalidad mínima necesaria para asumir la parte protagonista. Su voz de corte lírico tuvo infinidad de problemas para enfrentar las agilidades de ‘Sempre libera’, con coloraturas de dudosa construcción y agudos, cuando no gritados, sí al borde del grito. No le fue mejor en el segundo acto, donde se le oyó titubeante, con problemas de emisión y dispareja en su línea de canto. Llegó con lo justo al tercer acto, donde cantó todo igual, mostró flaquezas en la zona grave y una absoluta carencia de profundidad dramática.
Al prometedor Rocco Rupolo fue justo reconocérsele el mérito de una caracterización de Alfredo Germont plena de pasión e ímpetu juvenil. Sin embargo, y a pesar de su potencial vocal, el joven tenor canadiense resultó demasiado verde aún para una parte que da para mucho más de lo que aquí se escuchó. Así y todo, su desempeño tuvo mucha dignidad y supo llevar con mucho profesionalismo y a buen puerto su composición del enamorado de Violeta.
Su aria ‘De miei bollenti spiriti’, cantada con buen legato, agudo seguro y sentida emoción, fue uno de sus mejores momentos y uno de los más celebrados por el público. En medio de la discreción vocal imperante, el barítono Gregory Dahl emergió como la gran figura de la noche, imponiéndose por unos medios vocales de gran belleza tímbrica que condujo con elegancia, variedad de acentos y supremo buen gusto en el rol de Giorgio Germont.
Échese un manto de piedad sobre las pobres caracterizaciones de Caroline Gélinas y Dominique Lorange, ambos apenas oíbles como Flora Bervoix y el Vizconde de Letorieres. En mejor forma, pero sin descollar, el resto de los personajes secundarios cumplió con lo justo y necesario, sin más. El coro de la casa alardeó de una sólida preparación y se lució en cada una de sus intervenciones.
En su debut en la casa, el director español Halffter Cano hizo una lectura plena de energía, ritmos rápidos y cuidada concertación que no escatimó ni en lirismo ni refinamiento, y que trató en todo momento de apuntalar desde el foso el trabajo de los intérpretes vocales. La producción del talentoso Oriol Tomas trasladó la acción de mediados de siglo XIX a comienzos del siglo XX en medio de la algarabía parisina por la exposición universal, logrando —con una escenografía modernista con toques “art nouveau”, una creativa utilización de proyecciones y un inspirado, multicolor y andrógino vestuario de alta costura— presentar un espectáculo moderno, atractivo y original que bien valió el precio de la entrada.
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