La traviata en Tarragona

Escena de La traviata de Giuseppe Verdi en el Camp de Mart de Tarragona

Junio 28 y 30, 2024. Recuerdo que titulé la crónica de Rigoletto de 2021 en el Auditori del Camp de Mart “¿flor de un día?”. Así se temía, y la ausencia de ópera en el 2022 parecía confirmarlo. Pero no. Vino luego Tosca en la Tarraco Arena y ahora La traviata, de nuevo en el Camp de Mart, un espacio muy querido por el público tarraconense, con aforo para 2,000 personas.

Como casi todo en esta vida, las cosas tienen nombre y apellido; en este caso, el de Àngel Òdena, impulsor del proyecto de ofrecer ópera en el Festival Camp de Mart de Tarragona, que ha tenido que luchar no contra viento y marea, sino contra administraciones, políticos y funcionarios, que es mucho más difícil.

Espacio muy querido por el público, decía, con la bimilenaria muralla romana al fondo, pero con los inconvenientes del aire libre: la moto, el perro, las campanas de la catedral, otro perro, los berridos del adolescente alcoholizado, el vaso de plástico cayendo por la gradería, el “rrraaaccc” del abanico de la señora acalorada… claro que esto último también sucede en el Teatro, junto con las toses, los cuchicheos y los móviles: una señora detrás de mí tardó tres compases de 4/4 en abrir el bolso, (¡maldito cierre!) y dos compases más en apagar el móvil, después de comprobar, claro, de quién era la llamada. 

Sofía Esparza debutó en el papel de Violetta. Porfió en las agilidades y los agudos de la temible ‘Sempre libera’. Luego mostró una bonita voz lírica, con una línea de canto elegante y expresiva; emocionante en su agonía y muerte, no por esperada menos sobrecogedora. Celso Albelo (Alfredo) cantó con arrojo, con una voz bien proyectada y un punto de squillo. ¿Manrico en un futuro Il trovatore? Y así se cierra la “trilogía popular”. Ahí lo dejo.

Òdena cosechó un nuevo éxito con su Giorgio Germont, que sigue siendo uno de sus caballos de batalla; usando una expresión típica de Verdi: “Ti sta a pennello” (te viene como anillo al dedo). No solo por las condiciones estrictamente vocales, que son ideales, sino por la intención y el sentido con que canta cada frase, como un padre amoroso y un hombre de bien. Su ‘Di Provenza il mar, il suol’ fue toda una lección de canto verdiano y de actuación.

Seguramente los coros de La traviata no han alcanzado la fama del “coro de esclavos” de Nabucco o del “coro de gitanos” de Il trovatore. Pero ello no significa que el coro tenga una parte irrelevante en la ópera. Más bien al contrario: tiene también su “coro de gitanas y matadores” del acto segundo, su “coro de máscaras” del tercero y, especialmente, dos intervenciones muy importantes: el famoso brindis y el enorme concertante final del acto segundo. Los miembros del coro, veteranos la mayoría de las anteriores Rigoletto y Tosca, cantaron con fuerza, equilibrio y, lo que no es baladí, con gran presencia escénica. La experta mano de Miquel Massana y el entusiasmo y la entrega de los coristas fueron los responsables de este éxito colectivo.

La orquesta, no muy nutrida (cuatro chelos, tres contrabajos, metales reducidos a dos trompas, una trompeta y un trombón) sonó, sin embargo, con mucha presencia en conjunto y con mucho detalle en las individualidades. Una vez más, Óliver Díaz demostró ser un gran maestro concertador y, especialmente, un gran acompañante de cantantes.

La traviata no presenta demasiadas dificultades escénicas, es cierto. La propuesta de Emilio López es simple y eficaz en el enorme escenario abierto del Camp de Mart; en conjunto, muy agradable de ver. Los pocos elementos de mobiliario escénico definieron acertadamente cada espacio. Ayudó la decisión de vestir a las damas del coro con unos brillantes y vistosos trajes festivos de 1920. Sin duda, la escena más lograda fue la habitación de Violetta, con una iluminación muy sugerente y una inteligente distribución del mobiliario escénico. Menos lograda fue la escena de las gitanas y los matadores, con unas bailarinas fuera de contexto.

Ahora ya parece claro que no fue flor de un día sino un jardín que va floreciendo; esta vez, con un bello ramillete de camelias. Pero al jardín hay que regarlo, abonarlo y protegerlo; y vigilar a los jardineros, léase administraciones, para que no descuiden su deber.

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