La trilogía Mozart-Da Ponte en Barcelona
Abril 7, 8 y 13, 2022. Una producción proveniente del teatro de Drottningholm, en Suecia, presentada a su vez en Burdeos y Versailles, llegó de la mano de Marc Minkowski al Liceu con las tres grandes obras maestras firmadas por Wolfgang Amadeus Mozart y Lorenzo Da Ponte. No soy yo quien me quejaré de tener cuatro títulos del salzburgués en una misma temporada, y menos si ésta tuviera un reparto de nivel adecuado al renombre de la sala. Con el director solo no basta, aunque la orquesta sonó casi siempre muy bien, y a un ritmo más bien arrebatado.
El espectáculo ideado por Ivan Alexandre con una simple y eficaz escenografía y vestidos por lo general acertados de Antoine Fontaine redujo la caja escénica del Liceu, pero no lo suficiente (lo que puede valer para el magnífico teatro sueco, puede resultar pobretón aquí, al menos mientras se cuente solo con una sala inmensa). La puesta fue ágil, tradicional, e insistió en clichés escénicos que algunos de los artistas se encargaron de acentuar. Yo diría que, con sus más y menos, se trató de representaciones correctas, discretas y definitivamente olvidables pese a la publicidad desplegada y a los aplausos de muchos fans.
Pero nadie dijo que Mozart pidiera voces pequeñas, anónimas y sólo prolijas en lo musical, como ocurrió en la mayoría de los casos. Los que sobresalieron, como Angela Brower en el rol de Susanna, fueron luego propuestos con roles en las antípodas: encontrarse con que Dorabella es soprano no me había ocurrido nunca. Menos, que tanto ella como Susanna superen en medios a la Condesa y a Fiordiligi (una musicalísima pero impersonalísima por timbre Ana Maria Labin). La cotizada Lea Desandre hizo un buen Cherubino como tantos otros.
Thomas Dolié fue un Conde sobre el que prefiero no pronunciarme. Alexandre Duhamel tiene una voz importante, pero que ha evolucionado a lo enfático, y si su Don Alfonso es bueno, su Don Giovanni no pasará a la historia. El excelente Julien Henric (como cantante quizás el mejor de todos) cantó un magnífico Don Ottavio, pero como se eligió la versión de Praga nos quedamos sin ‘Dalla sua pace’. James Ley, Ferrando, es un buen elemento pero, aunque tenoril, el timbre es más bien oscuro y hay material y tiempo para mejorar la técnica. ‘Un aura amorosa’ salió menos bien que ‘Tradito schernito’, y por supuesto se suprimió —correctamente— su tercer aria).
Robert Gleadow estaba anunciado en las tres óperas pero sólo cantó Fígaro y Leporello: bien y punto. Tiene figura y es artista, pero el empeño en desnudarlo como Leporello solo tuvo sentido en ‘Madamina’ (catálogo escrito en el cuerpo) y no sé si hacía falta que mostrara sus nalgas. Como Guglielmo lo sustituyó —muy bien— Florian Sempey, que dibujó el personaje más redondo de todos. Miriam Albano fue una Despina mezzo, cosa ya probada que no me parece admisible: excelente actriz, buena cantante, voz opaca y plana. Zerlina y Marcellina (otra sorpresa desagradable) fue Alix Le Saux, que como tiene voz para la primera (sin deslumbrar tampoco) estuvo floja en la segunda. No tanto cuanto el Don Bartolo de Norman D. Patzke, que también fue Antonio (papel que sí le va). Bien la Barbarina de Mercedes Gancedo. Masetto y el Comendador (aunque hayan sido el mismo artista en el estreno absoluto) permitieron a Alex Rosen demostrar que es un buen cantante para el primero y para hacer lo que puede con el segundo. Las dos doñas fueron, como el Octavio, únicas en el sentido de que sólo las vi en Don Giovanni. Arianna Venditelli es muy buena artista, dice bien los recitativos, pero la voz es áspera. Como no tuvo que cantar ‘Mi tradì’, no puedo agregar nada más. La Doña Ana de Iulia Maria Dan sí tuvo sus dos arias y con ella sucedió algo extraño: tuvo una voz formidable en recitativos y en los momentos dramáticos, mostró un instrumento reducidísimo de volumen en las partes líricas y sólo aplicado en las agilidades (visto lo cual me pareció más convincente su ‘Or sai chi l’onore’ que el exigente ‘Non mi dir’, pero nunca superó la buena impresión de la primera escena).
El coro preparado por Pablo Assante estuvo bien en sus intervenciones en Don Giovanni y Così, mientras que en Le nozze di Figaro los solistas se encargaron de los momentos corales, lo que no sé si fue beneficioso para la inteligencia de la trama.