L’amore dei tre re en Milán
Noviembre 7, 2023. El legado a nombre de Italo Montemezzi (1875-1952) se debe prácticamente a un solo título: L’amore dei tre re (El amor de los tres reyes).
La ópera tuvo su primera representación justo en el Teatro alla Scala en 1913, y la idea de reponerla para concluir esta temporada es realmente interesante en cuanto a que la obra más importante del compositor veneto ha salido un poco por todas partes, luego de que por algún tiempo estuvo fuera del radar de los teatros, salvo esporádicos montajes, después de haber sido interpretada por grandes cantantes, principalmente en los Estados Unidos, hasta los años 50 del siglo pasado.
En la Scala había estado ausente desde 1953, y Tulio Serafin, que dirigió su estreno en 1913, Arturo Toscanini —que condujo musicalmente su debut americano en 1914—, así como Gino Marinuzzi y Victor de Sabata, son algunos de los directores de orquesta que apoyaron la partitura que contiene un drama de tintes fuertes, oscuro, eróticamente obsesivo y sobre todo musicalmente estimulante.
La historia está ambientada en la Edad Media, en un remoto castillo italiano en el cual se encuentra confinada Fiora, la protagonista, la mujer disputada por tres hombres que la desean morbosamente. La obra es un drama de amor y muerte sin salida, y el director de escena español Àlex Ollé, uno de los directores artísticos de La Fura dels Baus, propuso un espectáculo claustrofóbico, realizando una escena fija poblada de un tétrico y laberíntico bosque en el que, en lugar de árboles, colocó cadenas que colgaban desde lo alto. Con pocos elementos escénicos (como una cama y una escalera), vestidos principalmente oscuros (salvo el vestido blanco de Fiora) y con el escenario a menudo oscuro, Ollé logró transmitir la angustia, la inquietud, el tormento que evidenciaba la soledad y la prisión de la protagonista femenina.
Desafortunadamente, el espectáculo careció de una verdadera dirección escénica en los personajes y en el elenco, que estuvo vocalmente discreto, y que en tal sentido no fue ayudado, ya que, como resultado, los gestos estereotipados se fueron apoderando gradualmente, limitando un involucramiento más directo en los hechos narrados en el libreto de Sem Benelli.
Los papeles principales fueron interpretados con empeño y dedicación. Chiara Isotton hizo una Fiora de carácter fuerte, y mostró un hermoso timbre pastoso a pesar de cierta aspereza en la parte aguda. Giorgio Berrugi dio voz a un Avito musical, aunque no muy incisivo, y Roman Burdenko esbozó un Manfredo viril y vigoroso, con una línea de canto no siempre fluida. Evgeny Stavinsky personificó al tenebroso y despiadado Archibaldo con una cierta autoridad, mientras que lució muy comunicativo el Flaminio de Giorgio Misseri.
El estilo de Montemezzi es variado y muestra un evidente legado verista, aunque también contiene algunas referencias de los timbres y matices impresionistas, así como de la armonía wagneriana en el que Pelléas y Tristán aparecen por aquí y por allá.
Pinchas Steinberg es al día de hoy el máximo experto en esta obra y su lectura seca, lúcida, esculpida, y nunca enfática convenció a todos. La orquesta del Teatro alla Scala sonó de manera impecable, sobre todo Steinberg, quien pareció concentrarse justo sobre el rendimiento de las tramas orquestales. Finalmente, se debe señalar la óptima contribución del coro (en el tercer acto) guiado por la segura mano de Alberto Malazzi.