Le nozze di Figaro en Toronto
Enero 10, 2023. Procedente del Festival de Salzburgo —donde fue estrenada en la temporada 2006 coincidiendo las celebraciones por el 250 aniversario del nacimiento de Wolfgang Amadeus Mozart—, la producción de estas Bodas de Fígaro firmada por Claus Guth, a la que él mismo definió como “sombría”, regresó a la Canadian Opera Company generando las mismas controversias y divisiones en el público que en su estreno local siete años atrás.
En líneas generales, se trató de un espectáculo entretenido, innovador y muy coherente en sí mismo que funcionó a la perfección gracias, en buena medida, a la habilidad del director de escena para resaltar las pulsiones sexuales —muy explicitas, por cierto—como detonadores de los conflictos de los personajes y de su jerarquía social. Para ello, exploró y profundizó los baches del libreto de Lorenzo da Ponte haciendo su propio aporte sin nunca intentar opacarlo ni alterarlo. La pretensión de cierta profundidad psicológica de los personajes pareció más el medio de justificar la exposición de la ultra sexualización de los mismos que de otra cosa.
Con todo y esto, el espíritu de la comedia de enredos quedó perfectamente preservado y plasmado, y en ello contribuyó la introducción de un nuevo personaje: un cupido alado y mudo que —convertido en un actor principal de la trama— fue pululando todo el tiempo por la escena, alentando cuando no dirigiendo, cual titiritero, los comportamientos y los movimientos de todos los personajes en la búsqueda de la satisfacción de los deseos ocultos de cada uno de ellos.
Las exigentes marcaciones —por momentos de interacciones desopilantes— y las coreografías impuestas por el director de escena alemán fueron otra prueba importante a la que debieron hacer frente los cantantes. La escenografía (Christian Schmidt), despojada y monótona pero atractiva, compuesta de un decorado fijo con una omnipresente escalera y un ventanal lateral —con la sola excepción del cuarto vacío de la Condesa— trasladó la acción a mediados del siglo pasado, a una enorme mansión de lo que suponemos es la casa del Conde. En el vestuario (del mismo Schmidt) predominaron los colores oscuros para subrayar la oscuridad del alma que —según la visión del regista— mueve las acciones de los personajes. Al mismo tiempo, un acertado tratamiento lumínico (Olaf Winter) aportó la atmósfera adecuada para el desarrollo de la acción.
En lo que concierne a los cantantes, su elección no pudo ser más acertada. Frente al equipo de voces masculinas, el bajo-barítono italiano Luca Pisaroni retrató un convincente, divertido y carismático Fígaro, muy cercano a la perfección, dando en todo momento cátedra de estilo mozartiano con una voz homogénea, de graves de bello esmalte y una dicción que denotó haber trabajado el personaje hasta el último detalle. Por su parte, barítono canadiense Gordon Bintner delineó un arrogante y libertino pero atormentado Conde, con unos medios vocales importantes, aunque algo corto de matices y de aristocracia fuera de las arias. Robert Pomakov hizo gala de unos graves profundos y sonoros, así como de mucha autoridad en una composición muy loable del malicioso y vengativo doctor Bartolo. Muy bien plantado, Michael Colvin resolvió con solvente vocalidad e infinidad de recursos cómicos las exigencias del intrigante y burlón Don Basilio.
Del lado de las voces femeninas, la soprano guatemalteca-americana Andrea Carroll concibió una Susanna despierta y atrevida con una voz atractiva, bien conducida, dúctil y expresiva, además se revelarse desenvuelta, natural y creíble en la escena. Mucho más contenida y vulnerable en su caracterización, la soprano australiana Lauren Fagan trazó una Condesa vocalmente exquisita con un canto elegante, de impoluta línea melódica y gran sentimiento. Excelente, el Cherubino de la mezzosoprano americana Emily Fons concentró toda la atención cada vez que estuvo en escena, ya sea por lo impecable de su labor vocal, como por su divertida composición de un adolescente Cherubino hiper sexualizado. No se quedó atrás Mireille Asselin, una Barbarina vocalmente efectiva y lujuriosa en su composición. Completó el elenco la muy oficiosa Megan Latham, a quien la parte de la autoritaria Marcellina le calzó como anillo al dedo, arrancando risas por doquier.
A cargo de la vertiente musical, el talentoso director ingles Harry Bicket ofreció una inspiradísima lectura plena de lirismo, delicadeza y perfecto estilo mozartiano, de ritmo sostenido, precisión en las dinámicas y cuidada coordinación entre el foso y la escena.