L’italiana in Algeri en Pésaro

Giorgi Manoshvili (Mustafà) y Daniela Barcellona (Isabella) en L’italiana in Algeri de Gioachino Rossini en Pésaro © Amati Bacciardi

 

Agosto 12, 2025. Sin lugar a dudas, la más extravagante y enloquecida de las óperas cómicas de Rossini es un bocado que puede resultar indigesto si no se lo trata con cuidado.

Eso no quiere decir respeto académico. Lleva en sí el germen de la desmesura, de la subversión propia de lo cómico desde Aristófanes y hoy es difícil conseguirlo en forma equilibrada poniéndonos acartonados o discretos o jugando la carta del “todavía más”. El principal mérito de la nueva producción confiada a Rosetta Cucchi (alguien que también conoce desde muy adentro el mundillo de la lírica) es que fue atrevida e insolente, pero no recurrió al “todo vale”. El público (de nuevo sala del Teatro Rossini estuvo llena) así lo entendió, se rio a carcajadas y aplaudió con frenesí, aunque las ovaciones bajaron de frecuencia cuando se trató de discernir en lo musical, y también fue justo que así fuera.

El espectáculo comenzó antes de la función, con la llegada de un furgón de drag queens —la principal, Isabella—, conducidas por Taddeo, que son inmediatamente detenidas y conducidas dentro del Teatro. Durante la obertura se ve cómo llegan a las cárceles de Argel y provocan a la policía de Mustafà, que entretanto está harto de su primera esposa Elvira y del serrallo (tres o cuatro solas) e impone a su servidor Haly encontrarle una italiana. Para sacudirse el problema de Elvira decide casarla con un cristiano italiano cautivo (Lindoro) y enviarla junto con la fiel Zulma a Italia.

La aparición de Isabella y Taddeo (reconvertido de pretendiente en tío) termina por crear una confusión total (el celebérrimo finale primo) y tras una serie de equívocos que terminan por hacer de Mustafà un sumiso (aquí lo disfrazan de mujer y lo depilan durante la ceremonia del ‘Pappataci’, justificando los Sol agudos del pobre como gritos de dolor), los italianos se marchan y Elvira, convertida en dominatrix, se queda con su pachá. El ingenio brilla constantemente (‘Per lui che adoro’ con Isabella que se afeita, o la arieta de Haly sobre las mujeres italianas mimadas por las drag queens) y los cantantes se entregan en cuerpo y alma al juego.

Aquí tocó la orquesta del Teatro Comunale di Bologna y el problema no fue ella sino la dirección plana y pesada, carente de toda chispa, de Dmitry Korchak, que tal vez haría bien en limitarse a cantar bien, como lo ha hecho hasta ahora. Sin ir más lejos, habría sido un mejor Lindoro que el modesto Josh Lovell. Vittoriana De Amicis fue la típica Elvira soubrette de agudo suficiente y buena actuación escénica, pero nada más, mientras Gurgen Baveyan confirmó la impresión del día anterior en La cambiale di matrimonio, cantando algo mejor y moviéndose con acierto en el rol de Haly. 

De nuevo la mejor fue Andrea Niño, que tuvo el papel más ingrato de Zulma. Por suerte, los roles principales restantes fueron cubiertos de manera sobresaliente. Daniela Barcellona, tras una carrera que la ha llevado también a otros repertorios lejanos del bel canto, sigue siendo dueña de una técnica y estilo encomiables y si el paso del tiempo se hace notar en los recitativos y el centro, el canto de coloratura, los agudos (salvo alguno tirante) y los graves, además de su comicidad de buena ley, confirmaron el predicamento del público (aquí comenzó su carrera y aquí siguió). 

Giorgi Manoshvili cantó un Mustafà de una facilidad insultante, dominando todos los resortes vocales del personaje y demostrando una personalidad que no le había conocido hasta ahora. Misha Kiria no fue una novedad para mí y su Taddeo fue tan formidable como me podía imaginar. Ambos fueron también aclamados por un público que salía exultante del teatro. ¿Qué decir de los mimos (tres mujeres y tres hombres) y sobre todo de las drag queens? Nombremos al menos a estas últimas: Calypso Fox, Elecktra Bionic, Ivana Vamp y Maruska Starr.

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